Una breve historia de los esfuerzos anticorrupción
Hace apenas una generación, la corrupción era mayormente ignorada tanto por los gobiernos como por organismos internacionales y la academia nos dice Paul Collier, que en The Times Literary Supplement (https://www.the-tls.co.uk), escribe sobre los motivos de la atención que la corrupción recibe ahora, y que se aprecia en el enfoque de medios y el impacto político de los escándalos de corrupción.
Y es que el impacto político de los escándalos de corrupción ha sido decisivo en la historia reciente: la salida de los jefes de gobierno de Brasil y Corea del Sur, el encarcelamiento e investigación de una generación de expresidentes latinoamericanos, los escándalos que amenazan la legitimidad y gobernabilidad en China y Sudáfrica, los movimientos de la sociedad en Italia, Grecia, México y Guatemala, y hasta el triunfo electoral del elogiado Emmanuel Macron, empujado por un escándalo de nepotismo que naufragó la candidatura del puntero François Fillon.
En el cambio sobre la importancia y el impacto político de la corrupción, el papel del periodismo de investigación, de los organismos internacionales y de la sociedad civil ha sido determinante. El periodismo de investigación nos ha permitido conocer muchos de los casos de corrupción. El trabajo del Banco Mundial, la OCDE y la ONU ha sido central en la promoción de instituciones y leyes dedicadas al control de la corrupción. En particular, el trabajo de la organización Transparency International ha tenido una importancia transcendental para dar a conocer el impacto y la propagación de la corrupción en el mundo. No obstante los esfuerzos globales anticorrupción, Collier apunta al hecho innegable de la ausencia de resultados de las políticas anticorrupción, en especial las reformas adoptadas de forma transversal como “mejores prácticas” por muchos países en desarrollo. Y es que muchas de las iniciativas anticorrupción han estado equivocadas en su enfoque —i.e. acceso a la información— o bien han sido meramente cosméticas, o tal vez hace falta algo más que reformas legales y políticas públicas específicas para controlar la corrupción.
En su más reciente libro, The Corruption Cure (2017), Robert Rotberg hace un recuento del estado actual del conocimiento sobre corrupción y presenta un plan para combatirla, basado en experiencia histórica, política comparada y la aplicación reciente de políticas públicas. Entre sus recomendaciones, subraya la importancia insustituible del liderazgo político y la capacidad de los gobernantes para encabezar un cambio real, como en los casos de Singapur con Lee Kwan Yew y Paul Kagame en Ruanda. En Making Sense of Corruption (2017), Bo Rothstein y Aiysha Varraich, reducen el concepto de corrupción a su antítesis más condensada y concluyen, apoyados en numerosos estudios, que la “imparcialidad procedimental”, esto es, el que personas y organizaciones sean tratadas de forma imparcial en su interacción con el gobierno, es precisamente lo contrario a la corrupción. Esta conclusión se acerca a la de Alina Mungiu-pippidi en The quest for good governance (2015), en donde propone condiciones para que las sociedades transiten del “particularismo” —nepotismo, patrimonialismo, clientelismo, soborno— a una “universalidad ética” —imparcialidad, igualdad, impersonalidad— que defina la distribución de bienes y servicios en una sociedad. Collier concluye su ensayo señalando la importancia de que, para generar condiciones propicias para el control de la corrupción, un gobierno tenga la capacidad de cobrar impuestos, de contar con un sistema de justicia imparcial y de ofrecer seguridad pública a sus ciudadanos. En esto, Collier se acerca a lo que ha dicho Ricardo Hausmann sobre la inutilidad de concentrar los esfuerzos de los gobiernos en generar políticas anticorrupción antes de asegurar su capacidad de implementar políticas en general, lo que también Matt Andrews, Lant Pritchett y Michael Woolcock advierten en Building State Capability (2017), en donde escriben sobre los riesgos de confiar en que la adopción de recetas,
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