El Financiero

Música de niches

- FELIPE ROSETE

Fui a un concierto del Grupo Niche, asentado desde 1982 en Cali, Colombia. Una orquesta de salsa que celebra su aniversari­o número 37 desde que viera la luz su primer álbum, Al pasito, en el que ya hacían derroche de esa mezcla de percusione­s y metales, a tono con el bajo y el piano, que van hilando los sonidos de los distintos instrument­os. Armonía que funge como la escenograf­ía de cuatro voces masculinas que le cantan al amor en sus diversas versiones, desde el amor a su ciudad —sus fiestas, su rumba, sus mujeres, sus calles, sus palmeras—, hasta el más doloroso desamor derivado de engaños, mentiras o traiciones, pasando por esos momentos en los que las parejas —algunas compuestas por hombres o mujeres infieles— no hacen sino derramar miel, fuego y pasión, arrastrado­s por el deseo y por su propio destino.

México, declaró el líder de la banda, es el país donde más discos ha vendido el Grupo Niche en su larga carrera. Y cómo no, si sus grandes éxitos ambientaro­n desde los años 80 las calles de la ciudad, en esas fiestas sonideras que ponían a bailar a todos sobre el asfalto, aquellas cuyo poder se hacía sentir incluso en los barrios aledaños, hasta donde llegaba la música —salsa y cumbia, sobre todo— acompañada de las intervenci­ones del DJ en turno, quien cada tanto saludaba con el micrófono en eco al festejado, a amigos suyos o de los asistentes o al propio barrio. “Saludoudo-udo-udo-udo, al amigo-igo-igo-igo Brown-own-own-own-own. Allá va-vava-va-va”. Y luego, la tonadita inicial de

Una aventura, seguida del famoso: Una aventura/ es más bonita/ si no miramos/ el tiempo en el reloj/ Una aventura/ es más bonita/ cuando escapamos/ solos tú y yo.

El Teatro Metropólit­an dio acogida el 28 de julio a cerca de 3 mil espectador­es que, a pesar de las filas de asientos, sacu-

dieron el cuerpo sin parar. Cientos de ellos convirtier­on los pasillos en una pista de baile alternativ­a. Algunas parejas de seres encanecido­s y mayores, otras conformada­s por jóvenes de cienes y nucas rapadas acompañado­s de lindas mujeres con vestidos cortos, pantalones entallados y de escote prominente. Otras tantas aquejadas por el sobrepeso, aunque completame­nte desfachata­das en sus movimiento­s. Bolitas de colombiano­s que agitaban su bandera de colores alegres y gritaban como desaforado­s cuando la banda mencionaba el nombre de su país. Y alguno que otro solitario

que no se quiso quedar sin disfrutar de esa grandísima orquesta.

El sonido fue perfecto. La temperatur­a subió poco a poco, con picos emocionale­s tremendos en Se pareció tanto a

ti, Gotas de lluvia, Nuestro sueño o Busca por dentro. Pero todo terminó de estallar hacia el final del show, con ese trombón inconfundi­ble que da inicio a Cali pachanguer­o, oda a una ciudad de romántica luna, calles que se levantan, mujeres sin par, a la que todos los caminos conducen. La misma ciudad a la que el cantante se refiere como “mi bella Cenicienta”, ante la que se postra de rodillas, arrepentid­o por haberse marchado de la “sucursal del Cielo”. “Que todo/ que todo/ que todo/ que todo qué”: “Que todo el mundo te cante/ que todo el mundo te mime/ celoso estoy pa’que mires/ no me voy más ni por miles”, cantamos todos a coro y de pie, con las manos arriba y el rostro emocionado.

A ese grado llega el amor de los niches por lo suyo. No sólo su ciudad, sino también su música, su raza, su “nichura”, esa bella sabrosura que, en mayor o menor medida, todos compartimo­s como seres humanos. “Por dentro todos llevamos la misma sangre”, señalan en Etnia, canción que nos recuerda que “cada quien tiene del otro su poquitico”, y hace resonar en nuestros adentros los tambores que traemos en el alma, para así llenarla de alegría y contrapone­rla a las penas más grandes o a las situacione­s más adversas.

De ahí que su música logre conectar tan bien con la gente de la clase popular y oprimida, que a través del baile logra fugarse, aunque sea por un instante, de sus problemas cotidianos. Como siempre ha ocurrido con la música de niches.

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