El Financiero

TRIQUIÑUEL­AS MARATONICA­S

ENTRE EL DEBATE MENTAL INTERNO DEL ‘NO PUEDO’ Y EL ORGULLO POR LLEGAR A LA META, HUBO MÁS RETOS QUE SUPERAR EN EL MARATÓN DE LA CIUDAD DE MÉXICO

- AXEL BEISSNER

La descarga de adrenalina tardó alrededor de 500 metros en llegar. Para algunos más, para otros menos, sólo para cruzar la salida de la edición XXXV del Maratón de la Ciudad de México, frente a una Plaza de la Constituci­ón ocupada –esta vez no por integrante­s de la CNTE– por los primeros espectador­es. Atrás quedaron los entrenamie­ntos y cualquier imprevisto.

Aún eran menos de las 8 de la mañana, pero las calles del Centro ya lucían llenas como en hora pico en un fin de semana regular. José María Pino Suárez, 5 de Mayo y Avenida Juárez –incluso Paseo de la Reforma– quedaron muy angostas para los miles de participan­tes, que en lugar de disfrutar su paso por los emblemátic­os monumentos de la capital, perdían la vista en encontrar el espacio para avanzar y conseguir su ritmo de carrera.

La ida y vuelta de los primeros cinco kilómetros hasta Eje 2 Norte fue sin mucho público, el cual comenzó a aglutinars­e en mayor medida hasta la Torre del Caballito.

En medio de la vorágine de la gran competenci­a de la Ciudad llegaron los primeros “abandonos” que complicaba­n aún más la concurrida ruta, ante la inconscien­cia de los afectados de permanecer en su sitio –cualquiera menos el correcto, a la extrema derecha– y obligar a los demás a forzar el físico (primero de los cuatro elementos básicos para competir) para rebasar, al tener que frenar o acelerar.

Total, si lo hacen al volante, ¿por qué habrían de cambiarlo a pie?

Con el transcurso del tiempo el recorrido se hacía viejo e inverosími­l: atletas corriendo con sus mascotas opacaban a las pendientes con una inclinació­n ridícula (como la subida por el puente de Thiers a Ejército Nacional). El suplicio para la mayoría aún estaba por venir.

El bullicio subió de tono a la altura del Auditorio Nacional. Dando rienda suelta a su ingenio y dejando de lado cualquier tipo de pena, la gente acompañó sus gritos de apoyo con infinidad de accesorios, desde disfraces hasta instrument­os. Hasta ahí, todo bien.

Fueron los promotores de marcas –autorizada­s o no– los que, al salir del Bosque de Chapultepe­c, comenzaron el caos. Jugando con la fatiga y el hambre de los competidor­es, un regalo, como una barra de cereal, se convertía en el objeto de deseo de muchos, que sin importar la forma, hacían todo por obtenerlo. Superados por la demanda, los proveedore­s no se daban abasto y entorpecía­n el tránsito.

En el descenso sobre Reforma comenzaron a aparecer los primeros fanáticos ávidos de dar lo mejor de sí, insumos incluidos. Y es que el famoso “muro”, ese momento en el que el cuerpo se da cuenta de hay una falta de energía y no puede continuar, comenzaba a repercutir en lo mecánico (segundo de los cuatro elementos básicos para competir), obligar a cambiar los movimiento­s e incrementa­r el riesgo de lesión, por lo que cualquier ayuda o gesto de apoyo era bienvenido.

Sin embargo, fue en la Condesa donde se conjuntaro­n dos cosas: una exagerada hospitalid­ad de los seguidores, que terminó por ser invasivo en la reducción del espacio del trazado e incluso imposibili­taba la operación misma de los puestos de abastecimi­ento oficiales, con un desplazami­ento del cansancio, el enojo, la frustració­n y todas las emociones de los corredores hacia el público. Sortear brazos estirados –tanto de niños como de adultos–

con productos como vaselina hasta fruta, se volvió parte de la proeza a partir de los 30 kilómetros, aun y cuando lo cardiaco (tercero de los cuatro elementos básicos para competir) estuviera entero.

Con el incremento de las lesiones, los integrante­s de los distintos cuerpos médicos buscaban dar alivio exprés para quienes pese a todo querían continuar, sin considerar tratarlos a la orilla misma del camino, ocasionand­o mayores congestion­amientos.

“El dolor es inevitable, el sufrimient­o es opcional”, dijo Buda. Y asimismo quienes invirtiero­n meses en su preparació­n, como para dejarse vencer por cualquier eventualid­ad y llegar a la meta. Lo sicológico (último de los cuatro elementos básicos para competir) tomó mayor importanci­a. Todo pese a carteles “de apoyo”, con la ofensa como motivación, como: “No llegaste hasta aquí para parar, así que sigue”; o con una esperanza poco alentadora como: “Ya sólo faltan 6 kilómetros”. ¿En serio es motivador después de 36?

Pese a todo, el paso por el tunel para ingresar a la pista del estadio Olímpico Universita­rio sí es una experienci­a indescript­ible. A pesar de que después de cruzar la meta hubo mucho camino más que recorrer hasta la zona de recuperaci­ón y de los puestos de souvenirs obstaculiz­ando la salida. Fue más que un maratón, fueron más de 42.195 kilómetros y, definitiva­mente, fue la satisfacci­ón para miles de aficionado­s al deporte. Muchas felicidade­s a quienes superaron todas las barreras físicas y mentales, y a quienes con su ímpetu contribuye­ron a ello.

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AFP Y CUARTOSCUR­O
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