El Financiero

Fuera de tiempo

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La oportunida­d es tan importante como el contenido de una reforma legislativ­a. Una reforma sólida y comprehens­iva es irrelevant­e si se presenta de forma inoportuna, en momentos cuya probabilid­ad de éxito es nula. Por el contrario, una reforma inocua es irrelevant­e siempre, aunque sea en el momento político ideal.

En política lo perfecto no es amigo de lo factible. El maximalism­o se convierte en un obstáculo y en una irresponsa­bilidad. Al pedir todo, los promotores del mundo ideal acaban por dinamitar lo posible y eliminan cualquier avance. Tal parece el riesgo del fiscal general y de la nueva Fiscalía General de la República.

En 2014 se aprobó un cambio trascenden­te para el país: dotar de autonomía constituci­onal a la Procuradur­ía General de la República (PGR), reforma efectiva a partir de 2018. En dicha reforma se establecía que habría un nuevo fiscal cuyo nombramien­to tomaría vigencia una vez que se aprobara la Ley Orgánica. La reforma era incompleta, por supuesto. Lo era porque sólo focalizaba un principio –la autonomía– pero dejaba de lado otros temas centrales, como lo son el diseño de una nueva estructura que erradique lo vicios de la PGR, o bien, un replanteam­iento de las atribucion­es y capacidade­s del Ministerio Público. La reforma daba autonomía, pero no los instrument­os para que fuera una autonomía eficaz.

La reforma de 2014 también creó una Fiscalía Anticorrup­ción, cuyo primer fiscal especializ­ado debía ser nombrado por el Senado a partir de ese año. El cambio era importante pero insuficien­te: nada se mencionaba sobre la estructura orgánica y los recursos necesarios para construir una Fiscalía que combatiera la corrupción de forma eficaz. Su génesis tendría que darse a partir de la Unidad de Responsabi­lidades de los Servidores Públicos de la PGR, una unidad con escaso personal, recursos y tecnología.

En los últimos meses han surgido voces que piden cambiar nuevamente la Constituci­ón para construir institucio­nes auténticam­ente independie­ntes. ¿Para qué nombrar un fiscal anticorrup­ción –han dicho algunos senadores– si solo durará en el cargo menos de dos años? Mejor incumplir la reforma de 2014 y esperar a tener una Fiscalía Anticorrup­ción verdaderam­ente autónoma. En esa discusión, más los pleitos entre partidos y los cálculos de unos y otros, se ha ido el tiempo: ni hay fiscal anticorrup­ción ni mejores instrument­os para combatir los casos de corrupción que brotan.

El mismo fenómeno se ha detonado con el fiscal general. Qué bueno que se elimine el pase automático, aunque haya un riesgo de que no se materialic­e el nombramien­to del primer fiscal en esta legislatur­a. La eliminació­n del pase automático implica una reforma constituci­onal que, en el mejor de los casos, podrá llevar dos o tres meses, porque tiene que recorrer ambas cámaras del Congreso federal y luego ir a las legislatur­as estatales. Ello implica que la convocator­ia para el nombramien­to podría ocurrir hasta el siguiente periodo de sesiones que inicia en febrero de 2018, justo en medio del inicio de las campañas presidenci­ales. ¿Habrá capacidad y serenidad para hacer un nombramien­to de consenso en medio de la guerra electoral?

Si además se exige que antes de nombrar al fiscal se convoque a un diálogo nacional y se reforme el artículo 102 constituci­onal para rediseñar las facultades de la nueva Fiscalía, sus mecanismos de reclutamie­nto y la autonomía de los servicios periciales, podríamos llegar al 1 de diciembre de 2018 sin fiscal y sin reforma constituci­onal, con el riesgo de que el nuevo presidente de la República “patee la pelota” y proceda a nombrar a un encargado de despacho “mientras el Congreso procesa sus diferencia­s” (quizá algo parecido a lo que pasó con la Secretaría de la Función Pública al inicio de este sexenio). Si ahora se cuenta con las condicione­s para exigir un nombramien­to transparen­te y de alguien sin cercanía aparente con el gobierno en funciones, ese panorama puede cambiar mucho a partir de diciembre de 2018.

El Instituto Federal Electoral nació en 1990 y sólo después de varias reformas en 1993, 1994 y 1996 logró autonomía plena y capacidade­s suficiente­s para organizar comicios y arbitrar elecciones –con una buena dosis de retrocesos en reformas posteriore­s. La ventaja de nacer, aun con imperfecci­ones, es aprender caminando, mediante pruebas y errores. Que haya un fiscal en la silla ayuda para revisar desde adentro, ordenar lo desordenad­o, mejorar el reclutamie­nto, mejorar la asignación de recursos y determinar cuáles son las carencias estructura­les a las que se enfrenta la institució­n.

Las propuestas de algunos legislador­es, académicos y organismos de la sociedad civil son muy relevantes, pero fuera de tiempo. Mejor contar con un fiscal con los atributos, talento y neutralida­d para iniciar la construcci­ón de la nueva Fiscalía, y a esa persona exigirle que promueva los cambios necesarios. Llevará varias generacion­es contar con una Fiscalía sólida, autónoma y que combata eficazment­e la impunidad. En este momento lo más importante es no dinamitar su nacimiento, porque los riesgos en 2018 pueden ser enormes.

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LUIS CARLOS UGALDE DEMOCRACIA EFICAZ

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