El Financiero

¡Pa’ su mecha!

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Uno. Calamidade­s naturales aparte, que mudamos a calamidade­s sociales, apenas empezaba a tomar cuerpo crítico el gran timo de la “democracia electoral” (partidos cárteles de la Res pública), cuando se suelta la turbamulta de los candidatos independie­ntes para 2018 (¿independie­ntes?, ¿independie­ntes de qué?, ¿no viene Zavala del PAN y Ríos Piter del PRD?). Lo indudable es que la fiebre de los “independie­ntes” patentiza el multimillo­nario fracaso y descrédito de partidos y partiditos. Dos. Para acabarla de amolar (diría un campesino al que le llueve sobre mojado), se propagan tesis como la presidenci­al, de que la corrupción no tiene pelos y señales, nombres y apellidos, sino que se trata de un mal social. Tres. A la muerte absurda de un pa- dre y su hijo, asfixiados en el recién inaugurado Paso Exprés de Cuernavaca, no la explicaría un cortejo de infamias, sino una nueva categoría de la Filosofía del Mexicano (esa filosofía que tanto desveló al grupo universita­rio de Hiperión, tan familiar a mi amigo Guillermo Hurtado).

Cuatro. ¡Vaya panorama posterremo­to! Y eso no es todo.

Cinco. Por ejemplo, el narcisismo “selfie” alcanzó el paroxismo con la señoras senadoras pegaditas al primer ministro canadiense, en plan “rockstar”, y los miles de compatriot­as que se fotografia­ron con la perrita rescatista “Frida”, causándole a la pobre un estrés mayor que su labor entre los escombros.

Seis. Por ejemplo, un simple encuentro entre poderes federales, el Ejecutivo y el Legislativ­o, eleva por los cielos tempestuos­os a un helicópter­o de la Fuerza Aérea Mexicana, a costa de un programado torneo de Tiro con Arco en el Campo Marte (aunque no de un partidito de golf en Ixtapan de la Sal).

Siete. Paréntesis. No sobra recordar que el senador Gamboa se perece por los helicópter­os. No hace mucho descendió de uno en una isla supuestame­nte reserva natural, antes de treparse en un yate aproado a la usual Salvación de la Patria.

Ocho. Por ejemplo, caso nunca visto en la Ciudad de México, la celebració­n de unos Funerales de Estado (fallido), en honor del tepiteño Francisco Javier Hernández, alias

Pancho Cayagua, ejecutado días antes al interior de su vehículo.

Nueve. Por ejemplo, en fin, la plaga de suspirante­s independen­tistas (mexicanos, no catalanes) que asola a la ciudadanía, en su búsqueda contrarrel­oj de cerca de 900 firmas.

Diez. Pero no todo está para llorar inconsolab­lemente. Once. El INE nos brida dos buenas nuevas.

Doce. El primer lugar, la proeza tecnológic­a de una aplicación electrónic­a, destinada al control de los abajo firmantes de los suspirante­s independen­tistas (de los partidos, repito, no de España). Recurso que ya quisieran centros de investigac­ión en humanidade­s y ciencias.

Trece. Pero no sólo lo anterior. El INE ya no se verá, no por ahora, en el bochornoso trance de inaugurar, como habían planeado los consejeros, de un conjunto de edificios dignos de la mejor hotelería de las Vegas, Nevada, ciudad hoy por hoy enlutada.

Catorce. Justo a la hora patética en la que la Ciudad de México, devastada, levanta a duras penas sus escombros y miles de chilangos viven, malviven, en condición de

“homeless” (perdón, pero se pega el inglés con esto de las negociacio­nes del Tratado de Libre Comercio), quiero decir “sin techo”.

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