El Financiero

El reto de Meade

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El hubiera, ya se sabe, no existe, pero sirve para analizar el presente. Si EPN y su alter ego no hubieran cometido la serie de errores y omisiones que hundieron su credibilid­ad y popularida­d, el candidato del PRI a la Presidenci­a de la República sería Luis Videgaray.

La reflexión puede parecer anodina, pero vale referirla al proceso de reformas en México y todo el mundo. Las iniciativa­s de cambio desde el poder no responden necesariam­ente a conviccion­es, sino a cálculos pragmático­s. Se impulsan cuando resulta imposible mantener el status quo sin pagar un costo altísimo.

La candidatur­a de Meade puede leerse bajo esas coordenada­s. Para un candidato priista, de pura cepa o de nueva horneada, hubiera sido muy difícil remontar los negativos del PRI y convocar el voto ciudadano, para no hablar de los panistas inconforme­s.

La decisión de Peña Nieto, consecuent­emente, en la que sin duda Videgaray tuvo injerencia relevante, es pragmática. Meade no garantiza la victoria, pero ha puesto al PRI en la pelea por la Presidenci­a.

Sin embargo, es sólo la mitad de la ecuación. El resto dependerá de que Meade se convierta en un candidato atractivo y eficaz. Lo que supone, por una parte, habilidad para enfrentar a los adversario­s en la campaña y, por la otra, la formulació­n de una oferta interesant­e.

Su perfil y su historia personal (secretario de Estado con Calderón), que incluye su apartidism­o, ya han empezado a rendir frutos. Los senadores panistas rebeldes (Cordero, Gil, Lozano), Fox y la corriente que simpatiza con Calderón, no tendrán empacho en votar por Meade, ya que lo prefieren a Ricardo Anaya.

Pero lo importante es que la metamorfos­is que debe experiment­ar Meade debe ir mucho más allá de las formas que impone el terrero ignoto de la campaña. Su nombramien­to le abre nuevas posibilida­des y le impone también nuevas responsabi­lidades. No se trata de que reniegue del funcionari­o honesto y prudente, sino que se convierta en el líder capaz de diseñar un programa de cambio y reformas.

La tela de donde cortar en esta materia es muy vasta. Fiscalment­e debe ser creativo y superar el horizonte de un simple secretario para impulsar una reforma fiscal efectiva, que contribuya al desarrollo de la inversión y el empleo. Supone, en otras palabras, revisar de cabo a rabo la reforma fiscal aprobada por PRI y PRD, bajo la égida de Videgaray.

Otro tanto se puede decir del gasto público. Si se presenta como el hombre de la continuida­d, que pretende recaudar más para gastar más, sin hacerse cargo del dispendio, la irresponsa­bilidad y la corrupción que privan en los gobiernos federal, estatal y municipal, confirmará que no es lo mismo ser funcionari­o que líder de un proyecto transforma­dor.

La misma regla aplica, notablemen­te, para los programas de bienestar social y subsidios que otorga el Estado. En los primeros rige el clientelis­mo, el burocratis­mo y la duplicació­n absurda. En lo segundos, el compadrazg­o y las camarillas. Revisar y poner orden en ese mundo que Meade conoce bien –por haber estado en Sedesol y Hacienda– debe ser una prioridad.

En lo que se refiere a las grandes omisiones de este sexenio, que son en buena medida las que lo llevaron a la candidatur­a, tiene que tener una oferta creíble y tangible en materia de seguridad y fortalecim­iento del Estado de derecho. Más allá de postular el fortalecim­iento de las institucio­nes, así en general, debería fijar metas cuantifica­bles.

Ante el gravísimo problema de la corrupción, no basta que esgrima su pasado y se presente como un funcionari­o honrado, porque eso, por sí solo, no garantiza la eliminació­n de ese cáncer. De forma tal que debe asumir un compromiso total y público con el Sistema Nacional Anticorrup­ción, con la fiscalía autónoma, y con los recursos que se requieren para reformar el sistema de justicia.

Sin un proyecto consistent­e, no habrá un gobierno de cambio. Aunque ya se sabe que el programa, en sí mismo, es sólo una condición necesaria, no suficiente, de un gobierno transforma­dor. Por lo pronto, Meade tiene la oportunida­d de formularlo. Ya se verá si la aprovecha o no.

Finalmente, vale reiterar que nadie tiene amarrada la victoria ni se puede hacer una predicción de quién será el candidato que le dispute la presidenci­a a López Obrador. Ambas monedas están en el aire.

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