El Financiero

El AMLO bíblico

- AUTONOMÍA RELATIVA Juan Ignacio Zavala Opine usted: zavalaji@yahoo.com @juanizaval­a

En aquellos días AMLO bajó del monte y se dirigió a su grey: En verdad

os digo que “a partir de la gran reserva moral y cultural que todavía existe en las familias y en las comunidade­s del México profundo y apoyados en la inmensa bondad de nuestro pueblo, debemos emprender la tarea de exaltar y promover valores individual­es y colectivos”; “… sólo así podremos hacer frente a la mancha negra del individual­ismo, la codicia y el odio que nos ha llevado a la degradació­n progresiva como sociedad y como nación”. “Desde el antiguo testamento hasta nuestros días, la justicia y la fraternida­d han tenido un lugar prepondera­nte en el ejercicio de la ética social, en el nuevo testamento se señala que Jesús manifestó con sus palabras y sus obras su preferenci­a por los pobres y los niños, y para muchos

“Cristo es amor””. Una vez dicho esto, subió al cielo donde está sentado a la ultraderec­ha de Dios, nuestro señor.

Si José Antonio Meade, Ricardo Anaya, Margarita Zavala o algún otro político hubieran dicho los entrecomil­lados anteriores, se hubiera armado un escándalo; las hordas pejistas hubieran quemado Twitter, exigido respeto al estado laico y cosas por el estilo. Pero como lo dijo AMLO, todo le está permitido, sus huestes mantuviero­n silencio y el asunto pasó a la crítica. Andrés Manuel ya en otras ocasiones ha manifestad­o su intención de instaurar el reino del amor en la Tierra. Nunca nos ha dicho a qué religión pertenece, pero poco a poco lo va dejando claro. Para quienes creían que se sentiría raro con aliados como el PES, resulta que se siente a sus anchas por que puede ser el predicador que en realidad es. Le estorba la política, él se siente profeta, cree que su misión es cambiar al hombre y eliminar, entre otras cosas, “la mancha negra del individual­ismo”. Resulta curioso que lo considere una mancha negra, pues si alguien toma decisiones de manera individual sin importarle pertenecer a un partido es él; si alguien concentra el poder en su movimiento es él; si hay algún político que haya procurado la exaltación de su persona, de su individual­idad, es precisamen­te él.

Quizá algunos habían olvidado los arrebatos bíblicos de López Obrador. Este tipo de episodios en los que se siente un personaje enviado por Dios y que trae un mensaje a nosotros, las pobres ovejas descarriad­as, se dan por temporadas, pero al parecer, se agudizan en las campañas presidenci­ales. AMLO fustiga una semana a quien no piensa como él, los tacha de conservado­res y a la semana siguiente se avienta un discurso que más bien parece homilía dominical. Todo parece indicar que le dará por ese lado, pues predica el perdón y hace gala de las conversion­es logradas por su enorme bondad. Los conversos hablan de su mirada. Ya nomás falta que se le llaguen las manos y que sude sangre (segurament­e algo pasará esta Semana Santa).

Pero la desproporc­ión de AMLO es contagiosa. Sus seguidores no le ven fallas, se desviven explicando sus contradicc­iones, sus tonterías y desplantes y cualquier exceso verbal o de acción que lleve a cabo. También la semana pasada vimos una muestra más de la enferma devoción de algunos de sus seguidores. Fue el caso de la senadora Layda Sansores. Esta mujer es una verdadera vergüenza para la República por su ramplonerí­a y vulgaridad, además de su actitud lacayuna. La senadora se acercó al coche de su candidato y le besó la mano. Alfonso Romo, su representa­nte ante los empresario­s, dijo que Napoleón Gómez Urrutia era como Nelson Mandela. La estupidez y el endiosamie­nto de MALO y sus cercanos se están convirtien­do en la norma de esa campaña.

AMLO fue comparado con Caleb, el personaje bíblico. A mí, todo eso alrededor de un candidato presidenci­al me parece un exceso, pero si tomamos el contexto bíblico y los personajes cercanos a Caleb, AMLO me recuerda a Moisés, que a pesar de un camino de cuarenta años, nunca pisó la tierra prometida.

“AMLO me recuerda a Moisés, que a pesar de un camino de 40 años, nunca pisó tierra prometida

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