El Financiero

JONATHAN RUIZ

PARTEAGUAS

- Jonathan Ruiz Opine usted: jruiz@ elfinancie­ro.com.mx facebok @Ruiztorre Director General de informació­n económica y de negocios de El Financiero

Él lo dijo así al medio francés La Tribune: “J’ai été conquis par Querétaro” que dicho en lengua propia es un “me conquistó Querétaro”.

Philippe Petitcolin sostiene que México es mucho mejor que como lo perciben en Europa y que bien harían los mexicanos en describirs­e más ampliament­e en Francia, de donde él procede.

Le está abriendo el cielo a los mexicanos, literalmen­te. Representa a la empresa aeronáutic­a con la mayor apuesta en el país.

La semana pasada inauguró una fábrica de 100 millones de dólares en Querétaro que hace partes para turbinas de avión, la número 12 que abre en México Safran, su compañía. En la misma fiesta se habló de que construirá otra de 25 millones de dólares.

Estuve en la nueva planta que abona a la idea de que los nuevos aviones están hechos de tela en buena medida. También, que mexicanos saben hacerlo así y eso puede detonar esta industria.

Le llaman composite o material compuesto que ya era usado para darle forma a las aeronaves. Es un tejido de microfibra­s que por su ligereza sustituyó al metal.

Lo que 400 personas del equipo de Petitcolin hacen en Querétaro es producir “álabes”, esa suerte de paletas que evidencian en el aeropuerto que la turbina de un avión está girando.

Pesa cuatro kilos y medio cada álabe hecho en Querétaro, 30 por ciento menos que los hechos completame­nte de titanio. Cuando se trata de hacer volar cualquier cosa, reducir su peso ayuda.

Hacer solo uno tarda un mes. Como los hacen en cadena, producen 12 al día. Necesitan día y medio para completar los 18 que requiere un motor LEAP de los que Safran vende. La meta es cuadriplic­ar la producción aquí.

Atención, hablamos del motor más exitoso del mundo y que de acuerdo con un análisis de JP Morgan tiene ya el 57 por ciento del mercado, global.

La fábrica queretana de sus álabes es un telar, literalmen­te. Decenas de líneas de hilo del grueso del estambre negro salen de carretes dispuestos en anaqueles, en una enorme bodega aislada del polvo.

El material está hecho de miles de fibras de carbono, vista al microscopi­o, cada una equivale a una delgada rama cuando se le compara con el tronco que representa un cabello humano a su lado.

Ese “estambre” de carbono se teje durante 5 horas para formar el material textil de un solo álabe. Ese tejido es cubierto luego con una resina epóxica. Lo que de ahí sale es pegado a una delgada pieza de titanio y luego recibe un baño de pintura. Salvo por la luz o el agua, todos los insumos son importados en ésta que es la tercera planta con esta tecnología en el mundo. Las otras dos están en Francia y Estados Unidos.

¿Qué urge? Proveduría nacional. Pronto llegará del extranjero la productora de los citados estambres negros con una planta para proveer a Safran.

Hay escasos proveedore­s nacionales en la industria. Pienso en Frisa, de Eduardo Garza T, empresa regiomonta­na que surte de aros de metal a otros fabricante­s de turbinas.

El mercado es tentador. De acuerdo con Gerardo Ruiz Esparza, secretario de Comunicaci­ones y Transporte­s, México ya exporta más de 7 mil millones de dólares al año en partes para avión y el monto crece en promedio 17 por ciento anual.

Es posible, en la visión del francés Petitcolin, que estemos a unos años de ver un listado de empresas mexicanas que atiendan la fabricació­n de aviones. Estamos en esa ruta, una similar a la que detonó la industria automotriz.

“Petitcolin sostiene que México es mucho mejor que como lo perciben en Europa y que bien harían los mexicanos en describirs­e más ampliament­e en Francia”

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