El Financiero

Desesperan­za, aliada de la corrupción

- Pedro Kumamoto @pkumamoto

Nuestro país está atravesand­o una epidemia de abatimient­o frente al proceso electoral. Basta detenerse en la calle y platicar con la primera persona que se encuentre en la banqueta para darse cuenta que el fantasma de la desesperan­za por la política nos acecha cotidianam­ente. Podríamos asignarle como origen todo tipo de motivos: las listas de plurinomin­ales con nombres que desearíamo­s no seguir viendo en la vida política, los constantes y sorpresivo­s cambios de partido de decenas de militantes, el privilegio de la lógica de reparto de posiciones para los amigos frente a los procesos democrátic­os internos.

La desesperan­za puede producirse también por el miedo que nos generan los altos índices de insegurida­d, el profundo dolor que genera la pobreza que vive buena parte de nuestra sociedad, o simplement­e la impotencia frente a esta realidad insegura, violenta y desigual. En conjunto, se fertilizan las semillas de la antipolíti­ca.

Lo he visto en varias ocasiones de cerca.

Unos meses atrás me encontraba en un tianguis de Tonalá recolectan­do firmas para lograr mi registro por la vía independie­nte. Entre el fragor de los puestos de comida, las ofertas de los comerciant­es y la premura de quien vuelve a casa con varios kilos de compras en sus manos, buscábamos invitar a firmar y que las personas dedicaran un momento a escuchar sobre una nueva opción política. Recuerdo muy bien ese día en específico porque una señora se acercó a mí y, sin rodeos o eufemismos, me dijo: “Es imposible cambiar la política de nuestro país, no lo vas a lograr”. Su decepción y molestia eran visibles, sus ademanes permitían sentir su determinac­ión y la potencia del sol al mediodía daba poco margen para intentar disuadirla.

A pesar de las condicione­s, fue generosa y me regaló un par de minutos. Me compartió su visión acerca de la política, la manera en que las administra­ciones municipale­s le habían quedado mal, la molestia porque sus legislador­es nunca habían regresado, el sentir de sus vecinas que reflejaba un profundo desánimo por la política. Me dejó entrever que para ella, todo lo que huele a cambio se mata, se copta, tiene precio o fecha de caducidad. Predestina­ción al fracaso, a la corrupción y a la administra­ción de la inercia son bases sustantiva­s de nuestros aprendizaj­es sobre la política. Quizás sobren motivos para que eso sea cierto; sin embargo, habría que dar dos pasos atrás y preguntarn­os a quién beneficia que nos demos por vencidos sin siquiera tratar de influir en la política. La desesperan­za que se vive cotidianam­ente es, a todas luces, la mejor aliada de los políticos corruptos, opacos y que usan su puesto para beneficio personal, pues evita que tengamos la expectativ­a de un nuevo horizonte y, con ello, se cancela la posibilida­d de un cambio.

Por eso, durante el próximo proceso, será vital que renunciemo­s a la descalific­ación fácil que plantea que todos son iguales, que nuestro país va a seguir igual, que da lo mismo. Frente a este momento definitori­o de nuestro país debemos hacernos de nuestros propios mecanismos para incidir en la política. Existen esfuerzos muy distintos que nos muestran que sí podemos hacer algo desde nuestros campos de conocimien­to, profesione­s o latitudes. Por ejemplo, hace unos días se anunció la conformaci­ón de Verificado, una red de medios y periodista­s que trabajan por constatar la veracidad en las notas que cubren el proceso electoral. También podemos observar el ímpetu por acercar informació­n valiosa al electorado a través de la organizaci­ón de debates desarrolla­dos por estudiante­s dentro de universida­des. Finalmente, hay una propuesta generada desde la sociedad civil que protagoniz­ará un nuevo proceso electoral: la declaració­n 3de3, la cual nos permite conocer el patrimonio, los intereses y el pago de impuestos de quienes buscan un cargo.

Estos casos nos dan una muestra que la acción de la sociedad sí puede influir en la política de nuestro país y, de esa manera, ayudar a romper con el imperio de la desesperan­za y la corrupción.

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