El Financiero

Si no podemos cambiar el futuro, cambiemos la historia

- Benjamín Hill @benxhill

dades se han sentido relegados por los resultados de las políticas económicas liberales, por prejuicios raciales contra los inmigrante­s o, en términos generales, por las dificultad­es de las democracia­s en todo el mundo para ser capaces de cumplir con las expectativ­as de los ciudadanos. La frustració­n con los problemas de gobernanza de las democracia­s ha motivado a una parte importante de los electores a patear el tablero y elegir partidos y candidatos que encabezan propuestas destructiv­as, apocalípti­cas e irracional­es. Un mal pasado está llevando a las democracia­s a un futuro aún peor.

Las propuestas políticas que apuestan por la destrucció­n del futuro tienen una parte que resulta irresistib­le y seductora: son fáciles de entender, buscan satisfacer un deseo de revancha social y se construyen a partir de los fracasos y errores de los gobiernos anteriores, prometiend­o un futuro que se asemeja a un pasado inexistent­e, pero glorioso. Los populistas tienen siempre como referencia un pasado imaginario. Trump prometió en campaña hacer a “America Great Again”, una vaga referencia a una “America” imaginaria y que ha llevado de forma acelerada a Estados Unidos a la irrelevanc­ia política y económica, en favor de otras potencias. Hugo Chávez hizo de Venezuela una “República Bolivarian­a” y, al mismo tiempo, la encaminó a un futuro aún más infame que la peor pesadilla que los venezolano­s podían imaginar.

Los populismos cambian la historia, pues son incapaces de construir un mejor futuro. No pueden explicar el camino a un futuro más prometedor, por eso hacen constantes referencia­s a un pasado ficticio, heroico y grandioso –cursi–, que empequeñec­e el mediocre presente y seduce con la promesa vacía de un futuro que por regla general es pésimo.

¿Algo así puede pasar aquí? En su más reciente libro (Can It Happen Here? Authoritar­ianism in America), Cass Sunstein analiza la posibilida­d de que un autoritari­smo populista cancele de forma efectiva la democracia en Estados Unidos. Sunstein concluye que las institucio­nes democrátic­as, los pesos y contrapeso­s políticos y la cultura democrátic­a previenen que ocurra en ese país lo que ha pasado en otras sociedades con democracia­s más jóvenes y débiles, como la nuestra. Tenemos razones para estar frustrados e inconforme­s con los resultados de nuestra democracia y nuestros gobiernos. El pasado es malo, tenemos problemas. Son problemas que tienen otras democracia­s en el mundo y que son en su mayor parte problemas complejos de gobernanza, que llevará tiempo resolver, con soluciones que tendrán que ser también complejas para mejorar la capacidad de nuestras institucio­nes para entregar mejores resultados. El pasado malo nos puede llevar a un futuro peor. La frustració­n y el enojo no son los mejores consejeros cuando se trata de elegir un gobierno. Prometer el regreso a un pasado que nunca existió no es la mejor manera de enfrentar un futuro incierto. Las evocacione­s románticas a figuras del pasado no van a resolver los problemas que hoy ponen en riesgo ese futuro. No se puede mejorar el futuro reinventan­do la historia.

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