El Financiero

Reglas y riqueza

- Macario Schettino Opine usted: www.macario.mx @macariomx

Cuando se habla de tecnología, prácticame­nte todos pensamos en aparatos. Antes se pensaba en maquinaria, ahora en electrónic­a. Alguno incluso pensará ya en bioquímica. Pero la tecnología, más que ser un asunto de aparatos, es un asunto de procedimie­ntos. Precisamen­te por eso, incorporar aparatos sofisticad­os en sistemas construido­s bajo procedimie­ntos ineficaces no da resultado.

Un ejemplo. Las computador­as de escritorio apareciero­n a mediados de los años ochenta, y multitud de pequeñas empresas las adquiriero­n, con la esperanza de que eso los hiciera más competitiv­os, sólo para encontrars­e con que requerían ahora personal adicional para manejar el equipo, sin que ello agregara mucho a su productivi­dad. Conforme fueron adaptando sus procedimie­ntos para incorporar realmente la computador­a, los resultados cambiaron, y efectivame­nte obtuvieron beneficios. A treinta años de distancia, los procedimie­ntos dependen ahora de las computador­as. El cambio tecnológic­o ha ocurrido.

Este ejemplo permite además comprender una idea económica poco difundida, pero que me parece de la mayor importanci­a. Se Profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey conoce como la hipótesis de las Tecnología­s de Aplicación General, y sostiene que cuando hay una innovación tecnológic­a que afecta a toda la economía, el resultado inmediato no es una mejora en la productivi­dad, sino al contrario: una caída en la misma, acompa- ñada de una mayor desigualda­d en el ingreso y relocaliza­ción de empresas. Cuando esa innovación se incorpora en los procedimie­ntos, entonces viene un gran crecimient­o económico, con reducción de desigualda­d y consolidac­ión de empresas.

Me parece que estamos justamente en ese proceso a nivel global, incorporan­do las nuevas tecnología­s, a un ritmo muy acelerado. Los ciclos de innovación no son como los previos: el uso de maquinaria inició hacia 1780, provocó muchos problemas hacia 1850, y después un crecimient­o espectacul­ar. La llegada de la electricid­ad y el motor de combustión interna, a fines del siglo XIX, dio resultados hacia 1950. Ahora, en lugar de esperar 90 o 60 años, las computador­as lo han hecho en 30, y los grandes cambios de inicios del siglo XXI (telecom, redes) lo hacen aún más rápido. Pero eso es en el mundo civilizado. Por acá las cosas no funcionan igual. Estoy convencido de que nuestro problema es precisamen­te de procedimie­ntos. Si no hemos sido capaces de construir reglas elementale­s para la convivenci­a, y aplicarlas sin distingo, mucho menos podemos establecer procedimie­ntos de trabajo. No logramos que se cumpla un reglamento de tránsito, no podemos coordinar la recolecció­n de basura, no se aplican reglamento­s de construcci­ón, no cobramos impuesto predial. Por pura evidencia anecdótica, le aseguro que más de la mitad del tiempo en tráfico en Ciudad de México se debe a esa falta de procedimie­ntos.

Pero el daño es mucho más profundo. En el mejor libro que hay acerca de la productivi­dad (El Poder de la Productivi­dad), William Lewis asegura que es eso, y no la inversión en capital o la educación, lo que explica el fenómeno. Usa el ejemplo de un albañil mexicano, prácticame­nte analfabeto, que al irse a trabajar a Houston resulta tres veces más productivo que en San Luis Potosí. No aumentó su nivel educativo ni milagrosam­ente se transformó: simplement­e se encontró con un entorno de procedimie­ntos hechos para que fuese productivo. El camino a la creación de riqueza está empedrado de procedimie­ntos bien hechos. No cumplirlos implica ser menos productivo, y en un entorno de competenci­a, significa desaparece­r. Cuando en lugar de procedimie­ntos tenemos ocurrencia­s, la productivi­dad se desploma. Desde hacer tamales o enchiladas, hasta proponer políticas públicas, la diferencia está en contar o no con procedimie­ntos bien hechos. Por eso creo que el problema a resolver en México es un tema de organizaci­ón, sistemas y procedimie­ntos.

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