El Financiero

EDUARDO GUERRERO

- Eduardo Guerrero Gutiérrez @laloguerre­ro

IT’S THE VIOLENCE, STUPID

Las alarmas empiezan a sonar fuerte. A dos meses de la elección, Andrés Manuel López Obrador mantiene una sólida ventaja de dos dígitos (de acuerdo al poll of polls de Oraculus, la diferencia entre Anaya y AMLO no se redujo de forma significat­iva después del primer debate, y actualment­e ronda los 16 puntos porcentual­es). Quienes ven un peligro en la inminente victoria de Morena ahora buscan chivos expiatorio­s. La semana pasada Mario Vargas Llosa señaló que “con sus ataques e insultos a los mexicanos, Trump ha favorecido a López Obrador”. No hace falta ir tan lejos. El actual gobierno fue el que se esmeró en facilitar el triunfo de AMLO. No deja de llamarme la atención que el inquilino de Los Pinos no fuera capaz de enderezar el rumbo. A fin de cuentas, el Presidente se rodeó de funcionari­os capaces en algunos temas, y la economía se mantuvo a flote a pesar de la incertidum­bre y de la abierta hostilidad de nuestro principal socio. Sin embargo, la misión central de esta administra­ción no era en el ámbito económico, ni tampoco en la aprobación de las llamadas reformas estructura­les (que han tenido una implementa­ción deficiente, y beneficios más bien vagos para la mayor parte de la población). A principios de sexenio ya había un diagnóstic­o: era prioritari­o reducir la violencia criminal, que es el fenómeno que ha acabado con la tranqui- lidad a la que estaban acostumbra­dos la mayor parte de los mexicanos. Eso Peña Nieto lo tenía claro, por eso prometió en su campaña reducir a la mitad los homicidios.

Sin embargo, al momento de tomar las decisiones difíciles, al Presidente le tembló la mano, prefirió delegar y mirar para otro lado. Por un criterio meramente político se desarticul­ó la Secretaría de Seguridad Pública y se colocó a la Policía Federal y al Sistema Federal de Readaptaci­ón Social bajo el control del Secretario de Gobernació­n, Miguel Ángel Osorio Chong. A principios del sexenio fui invitado a integrarme a la todavía Secretaría de Seguridad Pública (poco después, Comisión Nacional de Seguridad). Sin embargo, muy pronto fue notorio que no había buena comunicaci­ón entre el Comisionad­o, Manuel Mondragón y Kalb, y sus jefes, y que en SEGOB no era prioridad cambiar la estrategia de combate al crimen organizado. Parecía que los mandos de la Policía Federal hacían lo que querían (o que recibían instruccio­nes directamen­te de algún funcionari­o ajeno a la CNS). En este contexto, la gestión de Mondragón fue un desastre. A los tres meses decidí que era mejor renunciar.

Sin embargo, el principal descuido de Peña Nieto no fue la fallida reestructu­ración de la Secretaría de Seguridad Pública federal, sino la negligenci­a en varios estados donde había una tendencia de repunte acelerado de la violencia. Veracruz es el ejemplo más obvio de este fenómeno (en 2017 se registraro­n mil 920 homicidios vinculados con el crimen organizado en el estado, más del cuádruple que en 2013). El Gobernador Javier Duarte y su equipo solaparon la creciente presencia criminal en el estado. Sin embargo, en Los Pinos y en Gobernació­n se prefirió evitar hasta el último momento el costo político que habría significad­o intervenir (por ejemplo, exigiendo la remoción de los mandos de las institucio­nes estatales de seguridad pública). Lo mismo ocurrió en los principale­s destinos turísticos internacio­nales del país: Los Cabos y la Riviera Maya. El problema incipiente de violencia durante la primera mitad del sexenio se dejó crecer con tal de evitar un costo político que habría sido significat­ivo pero manejable. En ningún caso se actuó a tiempo y hoy está en juego la superviven­cia del PRI. AMLO tiene hoy el monopolio de la oposición. Lo tiene por eliminació­n, porque Meade y Anaya, así como el PRI y el PAN de los últimos dos sexenios, no ofrecen prácticame­nte ningún contraste. López Obrador es el único que propone algo distinto a más “guerra contra el narco”. No es casual que su discurso se aleje de forma diametral de lo que lleva años discutiénd­ose y proponiénd­ose —sin éxito— en materia de seguridad. Los ciudadanos están hartos del guión que los otros candidatos repiten, sin mucha imaginació­n y con nula convicción (como fortalecer las corporacio­nes policiales). La amnistía de AMLO es hasta ahora un planteamie­nto fundamenta­lmente retórico. Podría no llevar a ninguna parte si no se piensa bien en cómo se puede instrument­ar y en qué se le puede exigir a quienes se beneficien de la amnistía. Sin embargo, ha sido un acierto en términos comunicaci­onales. AMLO ha insistido también en que piensa reunirse todos los días de madrugada con el gabinete de seguridad. La idea parecería superficia­l (es, a fin de cuentas, un tema de agenda, no una solución fondo). Sin embargo, revela la intención de asumir responsabi­lidad política por los hechos de violencia que se registran todos los días en el país, algo que Peña Nieto y la mayor parte de los gobernador­es han evitado a toda costa.

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