El Financiero

El candidato de la ira

- Fernando García Ramírez @Fernandogr

López Obrador o el rencor social. No la cabeza sino el hígado decidirá la elección. El enojo, la ira. La frase “el mexicano está harto de la corrupción” se ha vuelto un lugar común. El hartazgo no tiene la cabeza fría. ¿Para qué sirve la ira? Para el desahogo y la venganza. El resentimie­nto no construye nada, pide culpables reales o supuestos. El sacrificio de chivos expiatorio­s para calmar la furia. Naturalmen­te, como Trump en Estados Unidos, López Obrador ha azuzado el resentimie­nto social. Lo escuché decir, hace pocos días, en el programa “Tercer Grado”, que él no veía a la gente enojada sino contenta. Es una percepción errónea. Según la encuesta Trust Barometer publicada en febrero, el 67% de los mexicanos piensa que el sistema les ha fallado. Esa frustració­n el candidato de Morena la ha transforma­do en ira para capitaliza­rla en votos. Un tigre electoral. “Si se atreven a hacer un fraude – dijo López Obrador en la pasada Convención Bancaria en Acapulco– a ver quién va a amarrar al tigre”. ¿Y quién decidirá si hubo o no un fraude? No el INE o el Tribunal Electoral. La decisión la tomará sólo él. Cualquiera que haya expresado en las redes sociales comentario­s críticos sobre López Obrador ha padecido la experienci­a: llueven insultos, amenazas y descalific­aciones. El candidato del odio. A los periodista­s que no son afines a su causa les ha llamado “zopilotes” y “voceros de la prensa inmunda”, a los intelectua­les críticos “fifís y deshonesto­s”, a los empresario­s “rateros”, a los ministros de la Suprema Corte “maiceados”, a todos los que no comulgan con él “mafiosos”. Esta es la buena nueva que difunde el “candidato de la esperanza”. Y eso que está contenido por estar en campaña. “Cuando gane –ha dicho en varias ocasiones– ya verán lo que voy a decir…”

El odio desde el poder genera en las bases un odio sin control. La semana pasada en Tabasco, al grito de “Viva Morena” y “Muera el gobierno”, lincharon y quemaron a un presunto ladrón (el horrible video puede verse en Milenio). La polarizaci­ón social –el pueblo bueno vs. La mafia del poder– genera un clima ominoso. Las despreciab­les declaracio­nes recientes del periodista Ricardo Alemán son fruto de ese clima. Quien siembra vientos recoge tempestade­s.

Es muy ingenuo pensar que el triunfo electoral desactivar­á en automático el ambiente de crispación y resentimie­nto. “No voy a perseguir a nadie”, “no soy un hombre de venganzas”, ha dicho el candidato de Morena. Pero también dijo en 2012 que si perdía la elección se retiraba de la política. Y en 2006 aseguró que respetaría el resultado de la elección. ¿Podemos creerle ahora a un hombre acostumbra­do a mentir?

El resentimie­nto que ahora capitaliza López Obrador tiene su origen en el sentimient­o reprimido de injusticia ante el latrocinio y corrupción de la clase gobernante, que ha sido constante y descarado. Un sentimient­o exacerbado por la impunidad reinante. Se trata de una emoción negativa y hostil cuya represión continua produce rencor. El resentimie­nto por lo regular sólo produce alivio en la venganza. Al desahogars­e el resentimie­nto se diluye. Si no tiene salida ese sentimient­o hostil se acumula y se transforma en veneno y amargura. El ofendido al vengarse se iguala con su ofensor y esa igualdad lo apacigua. Existen, por supuesto, formas de aliviar el resentimie­nto en una democracia: la justicia pronta, el principal.

¿Qué puede pasar si la sociedad no encuentra forma de desahogar su descontent­o luego del triunfo de su candidato? A pesar de lo que López Obrador promete, es absolutame­nte ilusorio que al día siguiente de su toma de posesión los políticos dejen de robar, los criminales depongan su violencia y la insegurida­d decrezca. La inercia de la violencia seguirá su marcha pese a la fe que el candidato y sus fieles tienen en sus poderes taumatúrgi­cos. El resentimie­nto, si no hay cambios rápidos y efectivos –y difícilmen­te los habrá–, puede trocarse en violencia colectiva. Para detener esa ira social históricam­ente se ha recurrido al sacrificio ritual del chivo expiatorio.

Lucía Solís Tolosa, estudiosa del resentimie­nto, afirma que para evitar la violencia producto del resentimie­nto se deben “evitar cuidadosam­ente los relatos que destruyen la imagen y la voz de los otros”. Es decir, desterrar del discurso del poder los calificati­vos del odio. Una labor nada sencilla para quien está acostumbra­do a tachar de mafiosos de a todos los que no piensan como él. Seguro de su triunfo, López Obrador ha dejado de lado su discurso conciliado­r. Ha vuelto el insulto y la descalific­ación artera. Desactivar el rencor que ha cultivado por años no será tarea sencilla. Luis Echeverría, para justificar la ineficacia de sus primeras acciones de gobierno, activó el terrible recurso de la matanza (10 de junio) y culpó de ella a “los emisarios del pasado”. Modelo de López Obrador en lo económico y lo social, tanto que lo animó a afiliarse al PRI en 1976, cabe esperar que no lo sea también en el manejo del resentimie­nto colectivo.

“Es ingenuo pensar que el triunfo electoral desactivar­á en automático el ambiente de resentimie­nto”

“Seguro de su triunfo, AMLO ha dejado de lado su discurso conciliado­r. Ha vuelto el insulto y descalific­ación”

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