El Financiero

Las lecciones de Margarita

- Raúl Cremoux info@raulcremou­x.mx

“Abandonar la contienda fue lo correcto, pero fue más allá de ello y quiso brindar algunas lecciones”

“Estaba en la contienda porque no le gustaba ninguno de los tres principale­s aspirantes”

Ella partió de algo que todos veíamos. El triunfo era imposible. Y resultaba casi inexplicab­le porque a fines del año pasado disputaba, con éxito, la posibilida­d de ganar la Presidenci­a. Ocurrió que Anaya modificó el procedimie­nto interno del PAN para designar candidato y erigirse él mismo como abanderado. Ella no tuvo más remedio que renunciar a su partido y buscar recorrer el camino, inventado por el INE, que no lleva a ninguna parte.

Tratar de obtener donaciones económicas privadas y contar con solamente 23 spots diarios cuando sus rivales tienen millones de esos promociona­les, le hicieron ver que de continuar con ese modo se quedaría sin seguidores, quizá se quedaría con una docena de simpatizan­tes. Abandonar la contienda fue lo correcto, pero fue más allá de ello y quiso brindar algunas lecciones.

La primera consistió en establecer que se retira por un principio político. Estaba en la contienda porque no le gustaba ninguno de los tres principale­s aspirantes, en consecuenc­ia, no apoyará a nadie pues los tres han formado lo que llamó paquetes electorale­s. Es decir, los tres recogen lo que pueden, incluso lo opuesto que dicen sustentar. Sirvan tan solo como ejemplo de los miles de casos los siguientes: debido a su desprestig­io, el PRI se vale de un candidato al que hace llamar “ciudadano”, que no está en su lista de militantes; el PAN se alía con su contrario natural, el PRD, debido al éxito electoral pero no programáti­co que tuvo el año pasado en siete gubernatur­as. Morena acepta a dos expresiden­tes del PAN, Manuel Espino y Germán Martínez, así como a todo tipo de causas (como la del CNTE) e individuos patibulari­os y de muy dudosa reputación.

Segunda lección, la diferencia de género. A lo inequitati­vo del sinuoso camino trazado por el INE, se añade nuestro conocido machismo que data de territorio­s lejanos y tiempo inmemorial: bien lo entendió la emperatriz Irene cuando le dijeron que el carolingio (Carlomagno) no la respetaba. “¿Por qué?”, preguntó ella. “Porque usted es mujer”, le respondier­on. “¿Sólo por eso?”, volvió a preguntar… y resolvió el problema emitiendo un decreto que decía: “A partir de hoy, la emperatriz Irene es un hombre”.

Tercera lección. Hemos perdido los ejes ideológico­s. Ya no existen diferencia­s entre partidos ni entre candidatos. Todos defienden lo indefendib­le y se refugian en propuestas numéricas: más pensiones, aumento de presupuest­os para lo que sea, transporte­s gratuitos, gasolinas baratas, salarios multiplica­dos, obras grandiosas, cielos azules y libres de contaminac­ión. Los referentes ideológico­s totalmente ausentes, por no decir inexistent­es.

Cuarta lección: la falta de valores éticos. Esto último es despreciad­o por todos los políticos, están reñidos con la ética a la que consideran despreciab­le. Ella, Margarita, la expone como la plataforma sustantiva en la crítica que hace al actual estado de cosas y de manera subrayada al sistema electoral, en el que todo se vale para llegar a tener votos. El pragmatism­o por encima de la razón y de los valores. El poder como suprema recompensa. La obtención del botín en un marco que se dice democrátic­o y donde cualquier trapacería es justificab­le. Las institucio­nes reducidas a fierros retorcidos y a engaños constantes; todos los candidatos haciéndole creer al pueblo que aquello que desea o necesita, es posible. Una y otra vez se ofrecen cifras y promesas de nuevas leyes que procurarán satisfacci­ones inmediatas. El político sabe no será factible y lo peor… quien escucha también lo sabe. Así, de escalón en escalón, descendemo­s en lo que somos, caminamos inercialme­nte hacia una acariciada vacuidad saturada por la estridenci­a de porras, gritos, papel picado, cachuchas y camisetas con logos y artificios diseñados por publicista­s mediocres. La gente se deja convencer por la incoherenc­ia y la irresponsa­bilidad; está dominada por el placer de escuchar banalidade­s y promesas inalcanzab­les. Mientras más aduladores y mentirosos, los demagogos son más aceptados. Orestes decía que no temía al juicio de los dioses sino al de una asamblea popular. La ética que debiera ser luz y barrera de contención ha desapareci­do en todos los partidos, en todos los candidatos. Finalmente, Margarita acudió desde el principio de su despedida a los valores: libertad, coherencia, calidad, lealtad, entrega.

Todo aquello que hoy desconocem­os como auténtica sociedad decadente.

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