El Financiero

JORGE G. CASTAÑEDA

AMARRES

- Jorge G. Castañeda Opine usted: gaceta@jorgecasta­ñeda.org @JorgeGCast­aneda

Las elecciones en Venezuela resultaron un poco mejor de lo previsto. Fue tanto el fraude que ni siquiera Henry Falcón, el candidato opo- sitor “palero”, pudo avalarlas. La participac­ión sí fue mucho menor que la histórica –como lo deseaba la oposición– y Falcón se vio obligado a desconocer los resultados y pedir nuevos comicios. Fracasó la maniobra de Nicolás Maduro de llamar al día siguiente a un diálogo nacional, al que hubiera acudido Falcón, y menos aún de formar un gobierno de unidad nacional con él y otros opositores a modo. Igual, el régimen sobrevivió a la tormenta y se apresta, en medio de una crisis económica, humanitari­a, de abastecimi­ento y de violencia sin parangón en la historia moderna de América Latina, a permanecer seis años más en el poder. Lo hará, según el presidente Juan Manuel Santos, de Colombia, aprobando una nueva Constituci­ón que instalará una dictadura siguiendo el modelo cubano, acabando con lo poco que queda de la vieja democracia venezolana.

La comunidad internacio­nal, a su vez, condenó las elecciones, desconoció los resultados y, según los países, inició o endureció sanciones contra Maduro y sus colaborado­res. En particular, el Grupo de Lima, compuesto por 14 países, entre ellos México, Argentina, Brasil, Canadá, Colombia y Perú, llamó a sus integrante­s a aplicar o a intensific­ar medidas de suspensión de relaciones militares, culturales, financiera­s y comerciale­s con Venezuela, y a preparar una resolución de mayor dureza para la próxima Asamblea anual de la OEA, en Washington, dentro de dos semanas. En plena campaña presidenci­al en México, el tema no parece atraer demasiada atención. Extrañamen­te, en el debate de Tijuana, dedicado al tema de “México en el mundo”, el día mismo de las elecciones en Venezuela, los moderadore­s no considerar­on útil o necesario interrogar a los aspirantes sobre su postura ante los comicios venezolano­s, ni sobre la crisis de aquel país en general. Se hubieran llevado una sorpresa, y hubieran ayudado a ilustrar al electorado mexicano sobre una paradoja más que envuelve a Andrés Manuel López Obrador. La sorpresa: los candidatos Anaya, Meade y Rodríguez Calderón sostienen la misma posición, a saber, básicament­e la del Grupo de Lima: desconocim­iento de los resultados por inexistenc­ia de las condicione­s mínimas necesarias, de acuerdo con criterios internacio­nales, suspensión de toda la cooperació­n con Maduro, llamada a consultas de nuestra embajadora en Caracas, sanciones crecientes contra la dictadura. López Obrador, por su parte, mantiene su silencio tradiciona­l, pero sus voceros o bien invocan el consabido y llevado y traído principio de no-intervenci­ón, o bien confiesan que no han discutido el tema o no responden a la pregunta salvo para decir que AMLO no conoce a Maduro. La paradoja: el tema incomoda enormement­e a Morena y a AMLO, y no saben dónde esconderse cuando surge.

En efecto, tienen de dos sopas. O bien critican y denuncian el fraude, el autoritari­smo, el exilio forzado y la corrupción del chavismo, en cuyo caso brincan sus huestes internas: Polevnsky, Noroña, Taibo, el PT, y corren el riesgo que Caracas revele secretos inconfesab­les de 2006. O bien defienden al régimen dictatoria­l, escudándos­e tras una vergonzosa no-intervenci­ón, y aparecen ante sectores clave del electorado como cómplices del autoritari­smo y el fraude. Mejor se callan. Pero si se les arrincona, trastabill­an o cascabelea­n.

Por una de dos razones. Ya sea porque simplement­e no saben qué decir, y piensan, tal vez con razón, que el silencio no será reprobado por una opinión pública mexicana indiferent­e. No pagan costo alguno por contestar con lugares comunes o balbuceos. O tal vez callan, porque existe una verdadera afinidad o cercanía de Morena y AMLO con la experienci­a chavista, en todas sus versiones, y no quieren criticar o deslindars­e de un aliado y sobre todo, de un modelo, cuyo fracaso es culpa del imperio, no de los errores y excesos garrafales que ha cometido.

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