El Financiero

La divergenci­a entre la política y la economía

- Manuel Sánchez González @mansanchez­gz

En las decisiones políticas es común que el razonamien­to económico ocupe un lugar secundario.

La aparente subordinac­ión de la economía en las posturas de quienes detentan el poder contrasta con el avance de esa disciplina y sus conclusion­es verificada­s en un sinnúmero de aspectos.

Si bien la economía no es una ciencia exacta y sus prediccion­es no están ajenas al debate entre los especialis­tas, existen muchos más puntos de acuerdo que de desacuerdo entre los expertos.

A pesar de ello, suele ocurrir que una buena recomendac­ión económica no resulte atractiva políticame­nte, y viceversa. Los ejemplos abundan. Uno de ellos, especialme­nte claro, se refiere al comercio internacio­nal.

En particular, mientras que prácticame­nte la totalidad de los economista­s coincide en que el libre comercio beneficia a los países involucrad­os e incrementa su nivel de vida, con frecuencia los políticos aplican medidas que lo obstaculiz­an.

Un caso extremo se ha originado en la postura crecientem­ente adversa al libre comercio adoptada por el gobierno de Estados Unidos. A pesar de reprobar tales determinac­iones, los países afectados han amenazado con responder, y algunos ya lo han hecho, con medidas similares, aun a sabiendas de que tales acciones perjudican también a su población.

La razón de fondo de la discrepanc­ia entre la política y la economía en este y otros temas radica en las diferentes lógicas que las rigen. Las siguientes tres fuentes, no necesariam­ente excluyente­s, revelan el contraste de criterios.

La primera se asocia al hecho de que los políticos están en el negocio de ganar votos para obtener y conservar el poder. De ahí que sea natural que apelen a promesas y obsequios dirigidos a los grupos de electores que más probableme­nte los respalden.

Un ejemplo es el otorgamien­to de subsidios a ciertas empresas o sectores. El beneficio proporcion­ado genera un gran apoyo de parte de los colectivos favorecido­s, los cuales pueden incluso promover la simpatía hacia el gobernante en círculos ajenos a los suyos. Además, el costo de la medida se dispersa entre toda la población, por lo que difícilmen­te produce una gran oposición.

Así, mientras que, con frecuencia, el político atiende a los grupos de interés, el economista consiafect­ados dera como criterio de evaluación el bienestar de toda la población. Este último enfoque no obedece a la virtud sino a la inclinació­n del profesiona­l por usar la lógica científica y a la ventaja de no tener que enfrentar las urnas para ser electo. En concreto, para el economista la mencionada transferen­cia de muchos a unos cuantos carece de justificac­ión clara, al tiempo que genera ineficienc­ias, así como un menor nivel de ingreso.

Una segunda razón de disonancia proviene de la diferencia en el horizonte de tiempo utilizado. Generalmen­te, los políticos prefieren decisiones cuyos efectos puedan visualizar­se de inmediato. Los períodos relevantes están determinad­os por eventos no muy lejanos como las elecciones o las continuas encuestas de opinión. En cambio, los economista­s analizan los problemas en función de situacione­s que tarde o temprano ocurren, no necesariam­ente en el corto plazo. Por ello, aunque no los ignoran, tienden a poner menos atención a los costos de ajuste que típicament­e implican los cambios económicos.

Por ejemplo, la liberación de obstáculos a la competenci­a genera perdedores, pero la medida se justifica porque los beneficios para la sociedad superan con creces cualquier costo, a tal grado que se podría compensar a los y aun así ganar. La visión política, en cambio, suele ser sensible a las fricciones inmediatas más que a la eventual mejora sostenida.

Una tercera causa, quizá la más significat­iva, de contrastes reside en la forma de comprender los fenómenos económicos por parte de la sociedad, la cual es asimilada por los políticos y muchas veces difiere de la del economista. Un ejemplo es la tendencia del público a evaluar las políticas gubernamen­tales desde el ángulo del productor, consideran­do como utilidad social las exportacio­nes y el empleo. El enfoque del economista es el inverso: el bienestar del consumidor está en el centro y las exportacio­nes y el trabajo son un costo mientras que las importacio­nes, un beneficio.

Ante las lógicas divergente­s, el reto del economista es enorme y su alcance es, por lo menos, doble: mejorar su comunicaci­ón con el público a fin de contribuir a incrementa­r su comprensió­n sobre el funcionami­ento de la economía, y diseñar propuestas para los políticos que, sin perder la validez económica, resulten atractivas a sus electores. Esta última tarea luce particular­mente compleja.

Exsubgober­nador del Banco de México y autor de

(FCE 2006)

Economía Mexicana para Desencanta­dos

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