Marshall, México y el nuevo orden mundial
de los 40, hacíamos negocios juntos”. Mi abuelo, cruzando la sierra, le llevaba ganado a don Luis, que después lo enlataba para “enviárselos a los pobrecitos de la guerra en Europa”. Ganaderos de los pueblos en Sonora participaban en el apoyo a la posguerra, vendiendo alimento enlatado para en el Plan Marshall, que impulsó Estados Unidos. Interesante pensar que sin que existiera el concepto de América del Norte, México ya jugaba un papel en una de las políticas más importantes de la posguerra de Estados Unidos… por el simple hecho de ser vecino.
Me acordé de este encuentro en el aeropuerto, de hace más de 15 años, con don Luis Colosio, porque el 5 de junio, pero de 1947, el secretario de Estado George Marshall pronunció, en Harvard, un discurso que marcaría la ruta diplomática, política y, sobre todo, económica para Estados Unidos y Europa durante la Guerra Fría y después. En este discurso declaró el propósito del Plan Marshall para apoyar en asesoría técnica, alimento y dinero para que países aliados y enemigos de Estados Unidos empezaran su recuperación de la catastrófica II Guerra Mundial. En lugar de proporcionar apoyo sólo a aquellas naciones aliadas que combatieron junto con Estados Unidos en contra de los países del Eje –Alemania, Japón e Italia–, la idea fundamental del Plan Marshall era que la mejor forma de asegurar bienestar y reducir conflictos era que toda Europa tenía que recuperarse, no sólo algunos países. Según un artículo de opinión de Hal Brands, publicado en Bloomberg, los recursos que Estados Unidos invertirían en el Plan Marshall y en apoyar a su otro enemigo, Japón, equivaldría a casi 5 por ciento del Producto Interno Bruto estadounidense. En el artículo, Brands subraya que después de la II Guerra... el caos económico y el sufrimiento humano alimentaban el radicalismo político, con partidos comunistas bien organizados compitiendo por el poder en Francia, Italia y otros lugares. Si esos partidos tomaran el poder, al organizar golpes de Estado o simplemente ganar elecciones, la Unión Soviética podría obtener el control efectivo de gran parte de Europa occiden- tal, logrando un golpe geoestratégico de primer orden”. La Unión Soviética ordenó a países satélites que no recibieran apoyo del Plan Marshall y de Estados Unidos, definiendo cuáles países europeos se recuperarían y tendrían desarrollos muy diferentes durante la Guerra Fría, y cuáles relegarían su crecimiento económico hasta la fecha. Ahora, con las decisiones del presidente Donald Trump de imponer tarifas a acero y aluminio, por razones de seguridad nacional, a países europeos, pero también a sus vecinos mexicanos y canadienses, toma Estados Unidos una nueva y peligrosa ruta para su política económica y diplomática.
Las reacciones de los canadienses fueron de indignación, consternación y enojo. El primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, arremetió contra los planes de Estados Unidos de imponer aranceles al acero y aluminio canadiense por razones de “seguridad nacional”, diciendo que sus soldados habían combatido y muerto con las tropas estadounidenses en Afganistán. Y aunque la excepción de seguridad nacional, sección 232 de la Trade Expansion Act de 1962, permite al presidente aumentar las barreras de importación por razones que tienen que ver con la producción nacional necesaria para los requisitos proyectados de defensa nacional y la capacidad de la industria de Estados Unidos para cumplir esos. Pero este argumento simple y llanamente no se justifica con el acero ni aluminio.
Setenta y un años más tarde, de Marshall a la era Trump: ¿Será permanente el daño al consenso, aunque a veces frágil, de promover el concepto de ‘América del Norte, la paz que promueve el libre comercio’? ¿Qué papel jugará México, como vecino de Estados Unidos, en esta era Trump?
Tal vez asustado por el “cambio de régimen” y el futuro que nos deparé después del 1º de julio, a tan sólo 21 días de los cierres de campaña y a 24 de la votación, el sistema judicial del país brinca al centro del ring del debate político con una resolución que parecería histórica. El Primer Tribunal Federal Colegiado del Décimo Noveno Circuito, con sede en Tamaulipas, ordenó reponer la investigación del caso Ayotzinapa dada la gravedad de las irregularidades detectadas, así como la creación de una Comisión de Investigación para la Justicia y la Verdad en el caso Iguala.
La resolución viene a confirmar que la verdad en el caso Ayotzinapa no está dicha, que el paradero de las víctimas no está esclarecido y que el gobierno federal incurrió en múltiples irregularidades durante la investigación. Esta valoración no proviene de instancias internacionales, sino que ha sido establecida por un tribunal nacional. En senda resolución de 710 páginas, el Tribunal llama a crear una Comisión de la Verdad frente a los múltiples señalamientos críticos a la llamada “verdad histórica” por parte del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes, de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, y de la propia Oficina en México de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. El gobierno siempre había dicho que serían los tribunales mexicanos los que emitirían la calificación final de la indagatoria. Hoy lo han hecho y su veredicto es contundente: toda la investigación debe ser revisada de manera autónoma e imparcial.
En su párrafo 1102 la sentencia ordena crear una Comisión de la Verdad en el caso Iguala, como un “procedimiento alternativo” para subsanar y corregir la deficiente actuación de la PGR. Para su conformación, la resolución pone especial énfasis en la necesidad de que participen las víctimas, sus representantes, la CNDH y organismos internacionales.
Ante esto, la PGR pasmada emitió un boletín de escasas 259 palabras, diciendo que el Tribunal excede sus facultades. ¿Y la justicia?, pregunto yo. ¿Será que comenzaremos a ver jueces actuando de manera eficaz y diligente en otros ámbitos?
“La Unión Soviética ordenó a países satélites que no recibieran apoyo del Plan Marshall”