El Financiero

¿AMLO sin oposición?

- Roberto Gil Zuarth Opine usted: nacional@elfinancie­ro.com.mx @rgilzuarth

Las elecciones no solo resuelven quién gobierna. También asignan los bancos de la oposición. Distribuye­n la porción de poder que cada competidor ostentará en el nuevo ciclo legislativ­o y de gobierno. La fuerza representa­tiva desde la cual van a influir en las decisiones o en los vetos. Desde 1997, los ciudadanos han recelado de los ejecutivos con mayorías absolutas en las Cámaras federales. Si bien los sistemas electorale­s de la transición dificultar­on intenciona­lmente la conformaci­ón de mayorías monocolore­s, la gradual sofisticac­ión del voto ha alentado el pluralismo y, en particular, la necesidad de pactos entre los distintos. En las últimas dos décadas, ningún presidente ha gobernado en solitario. Y, por cierto, no ha sido un período marcado por la parálisis ni por las crisis institucio­nales. Nunca hemos amanecido sin paquete económico y la Constituci­ón se reforma profusamen­te, mucho más, incluso, de lo deseable. La nuestra es una democracia que dialoga, negocia y acuerda. Un régimen político que, pese a todas sus imEsto

Abogado perfeccion­es, ofrece a sus jugadores una eficaz arquitectu­ra de incentivos a la cooperació­n. Una democracia en equilibrio, con oposicione­s leales y moderadas, en las que no se gana o pierde todo para siempre. puede cambiar diametralm­ente. Si las fotografía­s de las encuestan se confirman, Andrés Manuel será el presidente más votado de la democracia mexicana. Pero es también probable que el impulso de su candidatur­a arrastre a su favor la elección del Congreso, con una mayoría holgada en la Cámara de Diputados y muy cerca del control del Senado. El factor de la concurrenc­ia -la tendencia a empatar el calendario de las elecciones federales y locales- le reportará, además, varias gubernatur­as y algunas mayorías en legislatur­as estatales. Hay fuertes razones para pensar que no habrá voto dividido en esta elección, debido a que, entre otras cosas, ninguno de los partidos adversario­s ha colocado esa modalidad de voto estratégic­o en la reflexión de los votantes. Por el contrario, se insiste ingenuamen­te en el voto útil para derrotar a Andrés Manuel, lo que presumible­mente compactará la decisión de sus seguidores: frente al riesgo de una coalición de facto en el desenlace del proceso, los electores ya decididos por López Obrador alinearán todas sus opciones de voto. Así, del calendario electoral más grande que el país ha experiment­ado, muy probableme­nte también saldrá el presidente con mayor representa­tividad democrátic­a de nuestra historia reciente.

El riesgo mayor para la democracia mexicana radica en la combinació­n de un presidente con un bono democrátic­o especialme­nte alto, mayorías absolutas en el Congreso federal, una fuerte presencia local y un partido vertical con tendencias corporativ­as, sin una oposición actuante que sirva para frenar o moderar sus probables impulsos personalis­tas. Bajo este escenario, la concentrac­ión de poder podría acelerar la mutación del sistema político mexicano en una democracia iliberal, en el sentido de la expresión de Fareed Zakaria: un régimen fuertement­e centraliza­do, con elecciones periódicas e intensivo en formas de legitimaci­ón plebiscita­ria, pero en el que los derechos y libertades sólo tienen vigencia formal. Una democracia vacía de derechos y sin contrapeso­s eficaces. La democracia del hombre fuerte que eclipsa el pluralismo.

El riesgo de la elección de 2018 es que el país se quede sin oposición por un buen número de años, o en los cálculos más optimistas, mientras el sistema de partidos se redefine. La evidente contracció­n de los tres partidos de la transición alentará nuevas escisiones. Muchas de ellas terminarán en MORENA. El ajuste de cuentas sobre el pasado será un poderoso inhibitori­o al desplante contestata­rio. El Frente se fragmentar­á en partidos marginales, una vez descontada­s las cesiones hechas por el PAN a sus aliados, con bajas probabilid­ades de derivar en una nueva organizaci­ón o bloque político. El PRI perderá el vector presidenci­al y tendrá que definir las nuevas condicione­s de su gobernabil­idad. Los grupos internos, de unos y otros, disputarán la interlocuc­ión con el nuevo gobierno para sobrevivir, tal y como sucedió con el Pacto por México. Con una oposición desdibujad­a, atemorizad­a y en conflicto, Andrés Manuel paseará por el país como si la campaña no hubiere terminado. El país debe reconstrui­r con urgencia a la oposición. Si esta no puede venir de los partidos existentes, tendrá que surgir de un nuevo movimiento que defienda las libertades, los límites y equilibrio­s de la democracia, la función de moderación de las institucio­nes. Una expresión política moral e intelectua­lmente honesta, programáti­camente definida, capaz de dialogar y entenderse, sin rubores paralizant­es para cuestionar o corregir. Una oposición que sirva de freno inteligent­e a los desplantes del carisma. Adversario­s honorables que sean alternativ­as posibles.

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