El Financiero

El nuevo candidato oficial

- Fernando García Ramírez @Fernandogr

Si parece un priista, nada como un priista y grazna como un priista, entonces probableme­nte sea un priista. Andrés Manuel López Obrador es más priista que José Antonio Meade, quien, de hecho, no lo es. Y es que el agua siempre vuelve a su cauce.

López Obrador se afilió al PRI en 1976, año en que López Portillo ganó la elección con el 100 por ciento de los votos. Al igual que muchos que tenían corazón revolucion­ario, López Obrador entró al PRI para “cambiar el sistema desde dentro”, una frase recurrente entre quienes habían decido incorporar­se al gobierno. Ahí permaneció hasta 1988. Ese año, durante la campaña y el cuestionad­o triunfo electoral de Salinas de Gortari, López Obrador militaba en el PRI, como lo ha comprobado Verificado­2018.

Los doce años que pasó en el PRI (1976-1988) marcaron su vida pública. Sus principale­s modelos políticos y económicos vienen de esa época: el populismo económico apalancado en el petróleo de López Portillo, y el combate moral contra la corrupción de De la Madrid.

Aun antes de incorporar­se al PRI, sus primeros acercamien­tos a la vida política los hizo cerca de ese partido: en el intenso trabajo social realizado en la Chontalpa a principios de los setenta y en las labores que llevó a cabo al lado del poeta tabasqueño Carlos Pellicer en su campaña para senador del PRI, en 1976. Estas últimas llevaron a López Obrador al PRI. La revolución pronto le hizo justicia al joven tabasqueño: cuando Pellicer asume como senador, este –según Jaime Avilés, rescatado por Guillermo Sheridan– le consigue a López Obrador “un puestazo en el gobierno estatal”. Ahí “gana muy buen sueldo” y lleva a su novia “a los mejores restaurant­es”.

Como priista, dice Jorge Zepeda, “López Obrador fue el entusiasta presidente de esta organizaci­ón en Tabasco cuando tenía 28 años. Inventó un himno y trató de convertir al partido en una fuerza campesina y social. Los cuadros políticos lo echaron” (“López Obrador o la refundació­n del PRI”, El País, 21-02-18). Ahora, treinta años después, ese joven priista es el dirigente máximo de Morena. ¿Y qué propone como plan para el México del siglo XXI? De nuevo Zepeda Patterson: “El programa que el líder opositor presentó de cara a las elecciones presidenci­ales es un homenaje a las tesis históricas del partido que gobernó a México durante la mayor parte del siglo XX”.

El programa político de López Obrador camina como pato priista. Mucho se ha hablado de su modelo económico, de su pretensión de regresar al desarrollo estabiliza­dor, la política económica priista en los años sesenta. Nada como pato priista. Asume como modelo cultural el del nacionalis­mo revolucion­ario, el modelo cultural dominante de los regímenes “emanados de la Revolución”. Grazna como pato priista. Quizá porque, más que Meade, y mucho más que Peña Nieto, López Obrador es el mayor ejemplo de eso que María Scherer y Genaro Lozano llamaron “el priista que llevamos dentro”.

¿Qué es el priismo? Resume Soledad Loaeza: “Es populismo, clientelis­mo, patrimonia­lismo”. Que a nadie extrañe entonces si después de la elección ocurre una masiva migración priista a Morena, desfondand­o al PRI y dándole la puntilla, luego de los magros resultados que le esperan en las próximas elecciones. Morena, nieto del PRI, termina por engullirse al abuelo. Se podría decir: Morena es como el PRI sin corrupción (y esto último está en veremos). Todo esto ha hecho que sea po- sible un pacto entre López Obrador y Peña Nieto. No se trata de un mero pacto coyuntural que diga: el gobierno no se mete en las elecciones, el PRI se lanza contra Anaya a cambio de impunidad para los priistas en retiro. Se trata de una afinidad más profunda. Un pacto que es también el comienzo del regreso a los orígenes. Al del PRI corporativ­o y clientelar. Al PRI de la Presidenci­a imperial.

Tácito o explícito, el acuerdo del PRI con Morena –cuyo reflejo máximo se da en las filtracion­es sobre Anaya y su eco desmedido en los medios– pone en tela de juicio, me parece, la propuesta central del movimiento de López Obrador, que es la lucha contra la corrupción.

El punto es claro. No parece justo el borrón y cuenta nueva al PRI a cambio de la Presidenci­a. Eso se llama impunidad. Un “nuevo régimen” fundado en un acuerdo de este tipo no es sino un nuevo arreglo mafioso –para usar la terminolog­ía del momento–, entre la cúpula saliente y el hipotético gobierno entrante de Morena.

Hubo un pacto entre Fox y Calderón para cerrarle el paso a López Obrador en 2006. Hubo un pacto entre Calderón y Peña Nieto para dejar de lado a Josefina Vázquez Mota a favor del candidato del PRI en 2012. No sería extraño la celebració­n de un nuevo acuerdo cupular. Símbolos de ese acuerdo: el abrazo de López Obrador con Claudio X. González; el posible nuevo aeropuerto concesiona­do para Slim; el puente de plata para Peña Nieto. Símbolos de un nuevo hecho: Andrés Manuel López Obrador es el nuevo candidato oficial.

“Se podría decir: Morena es como el PRI sin corrupción (y esto último está en veremos)”

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