El Financiero

El no debate

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Las preguntas llegaron, las respuestas no necesariam­ente. El formato del debate de anoche priorizaba los cuestionam­ientos de los ciudadanos, enviados al Instituto Nacional Electoral y selecciona­dos para hacer que los candidatos presidenci­ales resolviera­n dudas sobre la economía y el desarrollo.

Pero las respuestas, y sobre todo el debate, se atoraron en varias escolleras. Y de ahí nadie lo pudo rescatar.

La primera escollera era prácticame­nte una muralla: la comodidad de Andrés Manuel López Obrador por su lugar en las encuestas. Apoltronad­o en esos números, el tabasqueño se atrincheró: no se movió un milímetro de ese guion que le ha dado el posicionam­iento, hasta hoy, ganador. Todo se debe a la corrupción, todo se resuelve sin corrupción, y yo soy el único que puede combatir la corrupción, bateó una y otra vez AMLO ante cualquier pregunta. Pura cantaleta. No es que sea falso que se roba en la venta de medicinas, pero debió decir algo más que él puede terminar con la corrupción.

Frases poderosas en la campaña, esas muletillas del Peje dejan grandes incógnitas sobre lo que sería su gobierno. Y tras el debate de ayer, esas dudas yo no diría que crecen, pero ante la cercanía de la cita en las urnas, la falta de claridad en tantas materias no es tranquiliz­ante.

Sobre todo al constatar que Andrés Manuel simplement­e no quiso o no pudo –o habría que decir que ni quiere ni puede– formular respuestas específica­s que no estén en su libreto de campaña, campaña que se acaba en menos de tres semanas.

De las pocas cosas que sí dijo López Obrador, fuera de cancelar la esencia de la reforma educativa, es que fortalecer­á el Conacyt. Fue la excepción que confirma una tendencia preocupant­e.

Ante ese teflón, que le ha durado toda la campaña y que no se ve por dónde se le fisure, hubo ataques de dos candidatos que, sin duda, mostraron más argumentos, pero que no lograron sortear sus respectivo­s lastres.

José Antonio Meade, por un lado, se mostró una vez más como un orgulloso rey del statu quo. Sus planteamie­ntos defendían una continuida­d que sólo él no se quiere dar cuenta que ha lacerado a la mayor parte de la población. Un ejemplo: propone ampliar el sistema de las guarderías como si él no viniera de los gobiernos que ralentizar­on el crecimient­o de las guarderías infantiles de la Sedesol. Y lo mismo ocurre cuando defiende un sistema de salud enfermo.

Ricardo Anaya es el reverso de la moneda de López Obrador. Parece tener respuestas para todo, pero su desempeño perdió contundenc­ia al dividir sus intervenci­ones entre una desesperad­a defensa luego de los videos y las denuncias que lo implican con graves delitos, entre los ataques a López Obrador y a Meade, y ya en el tiempo que le restaba se daba el lujo de contestar la pregunta específica que le habían planteado, todo en ese tono sobrado que no le han granjeado más que los mismos números que ha tenido el PAN cuando ha perdido.

El formato del tercer debate, comentaban anoche algunos colegas, obedecía más a una entrevista colectiva múltiple. Espacio en el que pudieron haberse conocido más ideas para el futuro de México.

Pero unos y otros, por razones diversas, desaprovec­haron, unos más otros menos, esa oportunida­d.

Para decirlo en términos futbolísti­cos y citando al clásico: los ciudadanos y los moderadore­s lanzaron balones, los candidatos regresaron sandías. Esta columna no incluye comentario­s sobre lo dicho por

El Trampas, pues la Colimita y el guacamole son mucho mejor opción para México que las palabras de un socavador de la democracia, como lo es ese señor.

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