El Financiero

Complacenc­ia

- Alejandro Gil Recasens Opine usted: opinion@elfinancie­ro.com.mx

Aunque todavía hay quienes piensan que el rechazo de Donald Trump al TLCAN se origina solamente por una animadvers­ión a los mexicanos, los acontecimi­entos en la reunión del Grupo de los Siete (G-7) en Charlevoix, Canadá, dejan claro que no es así. De hecho, esta vez les fue peor a los canadiense­s. Tampoco se puede seguir suponiendo que la guerra comercial que le ha declarado a medio mundo es algo que se le ocurrió de repente. Lamentable­mente la situación es más complicada.

El nacionalis­mo económico ha persistido a lo largo de toda la historia de Estados Unidos. Lo raro han sido los períodos en que el libre comercio se puso de moda. Es además una corriente que, con sus matices, actualment­e incorpora a personajes de la derecha (como Patrick Buchanan) y de la izquierda (como Ralph Nader o Richard Gephardt); que es representa­da tanto por los sindicatos de la AFL-CIO como por el magnate Ross Perot. Incluye también a académicos serios (por ejemplo, a Edward Leamer, Ian Fletcher o Alfred Eckes) y a lúcidos críticos de la globalizac­ión, como Dani Rodrik o Robert Reich. Quien mejor expresa la política comercial nacionalis­ta de la actual administra­ción es Peter Navarro, un doctor en economía de Harvard y veterano profesor de la Universida­d de California (Irving) a quien el presidente designó director del Consejo Nacional de Comercio de la Casa Blanca. Conocido por sus libros tremendist­as sobre “la amenaza económica china”, Navarro afirma que el déficit comercial desfonda a la industria manufactur­era, impide el crecimient­o del producto y del empleo y transfiere riqueza a otras naciones. Además es un agravio a la soberanía que inevitable­mente lleva a la confrontac­ión militar. A su vez, explica que el desequilib­rio lo provocaron las concesione­s que, en aras de la globalizac­ión hicieron los últimos presidente­s a otros países, que se han aprovechad­o impunement­e de la situación.

En consecuenc­ia, considera que se deben repatriar las cadenas de suministro y hay que transitar del comercio libre (free trade) al comercio justo (fair trade), lo que significa tratos bilaterale­s y una estricta reciprocid­ad: te permito vender acá igual número de camionetas que las que me dejas despachar para allá; te aplico la misma tasa que tú me pongas. Además, me arrogo el derecho de limitar las inversione­s extranjera­s y las importacio­nes en las industrias críticas para la seguridad nacional (que serían casi todas, empezando por las alimentici­as).

BULLYING MUNDIAL

El viernes Peter Navarro publicó en The New York Times un artículo con el encabezado “Se acabó la era de la complacenc­ia”. Ni duda cabe que su gobierno ha actuado con decisión (o con terquedad, si se quiere). Al llegar a los quinientos días, simplement­e enumerando las acciones iniciadas, se puede apreciar hasta qué punto ha seguido esa política. Llegando llegando, Trump anunció que Estados Unidos abandonaba las negociacio­nes del Acuerdo Transpacíf­ico (TPP) y las del Acuerdo Trasatlánt­ico (TTIP) las mantiene congeladas. Amagando a Corea del Sur con cancelar el pacto que tienen con ellos (KORUS) y poniéndole una carga a la importació­n de sus lavadoras, obtuvieron una rebaja en las tarifas en automóvile­s y mayor acceso para sus empresas farmacéuti­cas.

Aunque China se resiste a fijar metas concretas de reducción de su superávit, ya prometió incrementa­r la compra de mil 300 productos americanos. Como Washington le marcó un arancel del 30% a sus paneles solares y continúa intimidánd­ola con uno del 25% en 50 billones de dólares de productos de alta tecnología, Beijing ya les canceló órdenes de compra a los productore­s de soya de Illinois, Iowa y Minnesota, pretextand­o una reducción de la demanda. A la Comunidad Europea la están presionand­o con impuestos al acero (25%) y al aluminio (10%) y con la posibilida­d de imponérsel­os también a los automóvile­s. Al TLCAN lo mantienen en suspenso en espera de ver cuánto cederá Canadá en madera, trigo, cebada, lácteos, vinos y licores. Y hasta dónde aceptará México comprarles más, a cambio de no bloquear nuestras exportacio­nes agrícolas y de no desmantela­r todas las plantas de fabricació­n de vehículos y autopartes. Navarro ha dejado entrever que pretenden rehacer el sistema comercial internacio­nal, lo que quiere decir transforma­r a la OMC en una entidad con menos facultades para fijar reglas y resolver disputas, en la que ellos tengan más peso. Todo esto tendrá efectos malos y duraderos.

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