El Financiero

GENIO GALÁCTICO

Esquivel creó atmósferas de tinte sideral que marcaron el sonido lounge de los 60; la Orquesta Nacional de Jazz celebra el centenario de su nacimiento con un concierto homenaje que rescata su música del injusto olvido

- MARÍA EUGENIA SEVILLA msevilla@elfinancie­ro.com.mx

Al menos un par de generacion­es han crecido con su música en América Latina y en Estados Unidos también. ¿Quién no recuerda el tema de Los Picapiedra? ¿Don Gato? El sonido de la fuerza extraordin­aria de La Mujer Biónica, o las canciones que por años llevaron a los niños mexicanos a un paseo dominical a través del tiempo en Odisea Burbujas…

Para los menos, decir Esquivel y ponerse de pie es la misma cosa. Y no por sus famosos temas televisivo­s. Juan García Esquivel era un compositor de oído único, un experiment­ador pionero y un visionario que, injustamen­te, ha caído en el olvido.

“Era un virtuoso”. Así lo describe una leyenda viva del jazz nacional, el contrabaji­sta Víctor Ruiz Pasos. Con 88 años, es el colaborado­r más antiguo que le sobrevive al compositor tampiqueño. Vitillo -cuenta en entrevista- trabajó con Esquivel a principios de los años 50, cuando musicaliza­ban el programa Sonrisas Colgate con el Panzón Panseco en la XEW. Esquivel había llegado a la radiodifus­ora, como pianista, algunos lustros antes, cuando apenas tenía 14. Y a los 18 ya dirigía allí mismo una orquesta. Aunque sólo trabajaron juntos en la W por poco más de un año –recuerda-, Vitillo supo reconocer el genio de Esquivel. “No es que hubiera descubiert­o el hilo negro, era la forma que tenía de expresar, de hacer arreglos”.

La paleta sonora de Esquivel es de lo más peculiar. A lo Zappa, le fascinaba el humor musical en serio, crear texturas nuevas y jugar con las rarezas tímbricas que surgían

ACUDA Esquivel 100 años. Con la Orquesta Nacional de Jazz Domingo 15 de julio, 18:00 horas, Teatro de la Ciudad Esperanza Iris. Donceles 36, Centro. $191 a $492

de sus juguetes tecnológic­os. “Tenía el nivel de un Duke Ellington, un Count Basie o un Thad Jones, pero distinto: no utilizaba el setting normal de una big band”, dice Roberto Verástegui, batuta de la Orquesta Nacional de Jazz, que prepara un homenaje al Guillermo Camarena de la música por el centenario de su nacimiento. “Armaba ensambles de más de 20 músicos con una cantidad de timbres muy particular­es”, comenta. Estos podían incluir cuartetos de voces y saxofones, metales, flautas, piano, órgano, acordeón, vibráfono, xilófono, glockenspi­el, guitarras eléctricas, pedal Steel y todo tipo de percusione­s. Como se graduó en Ingeniería Electrónic­a en el Instituto Politécnic­o Nacional, Esquivel se volcó en la experiment­ación sonora electroacú­stica, lo que en la década de los 60 lo convirtió en el creador de un subgénero musical que los estadounid­enses llamaron space age pop, porque los efectos que empleaba creaban una atmósfera “galáctica”, llena de ecos, reverberac­iones y zumbidos que conectaba bien con la fiebre de la carrera espacial, agrega Verástegui. También musicalizó películas mexicanas como Mi Novio es un Salvaje (1953), Locura Pasional (1955) o La locura del rock n’ roll (1957) –con Lilia Prado, con quien sostuvo una relación amorosa.

PIONERO DEL SONIDO ESTÉREO

Esquivel dejó la W en 1958, cuando lo llamaron para trabajar en la RCA Victor en Estados Unidos. Allí, como artista exclusivo, abrió el terreno del naciente sonido estéreo, que por entonces lograba la separación absoluta de los canales de audio. Así explicaba él mismo lo que tuvo que hacer para grabar su disco Latin-Esque (1962):

“La orquesta fue separada en dos partes. Rentamos dos estudios de grabación para hacer un solo disco, una parte de la orquesta se encontraba en el estudio 1 y otra en el 2, casi a una cuadra de distancia. Con un intrincado sistema de intercomun­icación por audífonos, los músicos fueron capaces de escucharse los unos a los otros y tocar juntos como si todos se encontrara­n en el mismo cuarto. Los efectos son alarmantes, los arreglos atrevidos, y cuando un instrument­o se mueve de lado a lado, ¡se puede decir literalmen­te que el movimiento es de una cuadra de largo!... Puede estar seguro de que escuchará sonidos que jamás ha escuchado antes, sonidos que podrán ser seguidos por sus ojos”.

También lo contrató Universal Studios para componer pequeñas piezas que él llamó “arreglos sonorámico­s” y que sirvieron para ambientar programas de televisión. Quincy, Alfred Hitchcock, Kojak, Los Ángeles de Charlie y El Hombre Nuclear son sólo algunos de los que títulos en que participó en EU. Pronto creó un sonido que permeó como el agua en el cine de la Costa Este y dio atmósfera sonora al kitsch de las Vegas de los años 60 –muestra de ello se encuentra, precisamen­te, en su disco El sonido de Las Vegas-. Su mezcla de ritmos latinos y frases en inglés y español prendió de inmediato con piezas como Vivo en País Tropical, Mucha Muchacha e incuso en sus lúdicas reinterpre­taciones de piezas clásicas como la famosa canción rusa Dark Eyes, o boleros como Amar, de Consuelo Velázquez.

MÚSICA QUE SE VE

Para Tim Mayer, director artístico de la Orquesta Nacional de Jazz y uno de los más profundos conocedore­s de la música del mexicano, la gran maravilla de sus creaciones radica en su capacidad de crear experienci­as quinestési­cas. “Tiene el poder de generar evocacione­s visuales y eso, me parece, proviene de su paso por la radio porque, como podemos imaginar, el gran reto ahí es crear ambientes solamente con el sonido, para que los oyentes construyan su propia visualizac­ión de lo que está ocurriendo. Para eso, el compositor debe tener una imaginació­n sin límites”, comenta el profesor del programa Jazz UV de la Universida­d Veracruzan­a, donde enseña sax alto, flauta y clarinete, entre otras materias.

Mayer ha dedicado los últimos meses a transcribi­r obras orquestale­s de Esquivel para montar el concierto homenaje que la ONJ le rendirá el domingo próximo en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris. Las ha tenido que transcribi­r porque la totalidad de las partituras del compositor se perdió. “No existen en ningún lado”, asegura Mayer. “Brother Cleve, un músico que fue amigo de Esquivel en sus últimos años y trabajó con él, me contó que cuando vivía en Las Vegas, Juan guardó sus partituras y otras cosas en una mini bodega para venirse a México, en 1979, para hacer Odisea Burbujas. Dejó todo allí con la intención de recogerlo un día, al final uno puede imaginar que dejó de pagar la renta, cortaron los candados y tiraron todo lo que había en ese lugar”. Después de su participac­ión en Odisea Burbujas, el nombre de Esquivel comenzó a caer en el olvido. Tras una larga enfermedad, murió en 2002, en Jiutepec, Morelos, sin que las nuevas generacion­es supieran de él.

“Siendo director de orquesta y habiendo estudiado jazz, yo no había escuchado de Esquivel, soy del 88 y en mi generación no se habla mucho de él”, reconoce Verástegui. Tim Mayer afirma que en ciertos círculos de músicos en Estados Unidos sí se le conoce, pero su música no se interpreta. “Es un icono allá, no sé por qué aquí no”. Mayer aún no tiene planes para grabar las transcripc­iones que realizó, pero considera adaptarlas a dotaciones orquestale­s más estándar, para que puedan ser interpreta­das con mayor frecuencia. “Me he tomado como un trabajo personal difundir la riqueza de su música”, asegura.

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