El Financiero

En los zapatos de Ebrard

- Rafael Fernández de Castro Opine usted: opinión@ elfinancie­ro.com.mx

¿ Tendrá Andrés Manuel López Obrador una luna de miel con Donald Trump? Es una pregunta que tiene que evaluar muy bien Marcelo Ebrard, quien ha sido ungido con la responsabi­lidad de ser el próximo canciller de México.

Al iniciar un nuevo periodo presidenci­al, generalmen­te el flamante ejecutivo goza de un cierto periodo de buenas intencione­s en la relación con Washington. Esta práctica informal se puede magnificar cuando el triunfo electoral es muy contundent­e y relevante. Este fue el caso de Vicente Fox, quien dio el campanazo de sacar al PRI estacionad­o en Los Pinos por 72 años. El vaquero de Guanajuato tuvo una importante luna de miel con el vaquero de Texas, George W. Bush. Fox era visto como un campeón global de la democracia e incluso se habló del bono democrátic­o. Según el canciller de Fox, Jorge Castañeda, teníamos derecho a una especie de oportunida­d única de lograr un acuerdo especial como “recompensa” por la hazaña electoral.

Castañeda se lo tomó en serio y consultó a algunos especialis­tas sobre qué podía México obtener de Washington. Un amigo mutuo, el desapareci­do Robert Pastor, opinó que México debía solicitar a Estados Unidos un fondo de desarrollo, como los que hay en la Unión Europea para las economías más atrasadas que entran al mercado común. La verdad es que el propio Castañeda había venido cocinando una idea hozada: un acuerdo migratorio integral. Tuve la fortuna de asistir a una cena en casa de Castañeda con la presencia de Fox, días antes de la temprana visita de Bush a San Cristóbal, Guanajuato, en febrero del 2001. En la reunión, Castañeda ponderó los pros y los contras, con un pequeño grupo de académicos y diplomátic­os, de pedir a Bush negociar un acuerdo migratorio integral bilateral. Al final de la cena, Fox ya había hecho suya la iniciativa de su canciller.

Ahora bien, no obstante que Bush, el presidente de Estados Unidos número 43, es la antípoda de Trump pues veía en México oportunida­d, no hay duda que Trump ha sido cuidadoso con AMLO. Más aún hay cierta evidencia de que Trump considera que el tabasqueño es igual que él, una especie de cruzado que pondrá orden en un pantano de corrupción que es el gobierno federal, de allí que le ha llamado “Juan Trump.” Ya lo comentó Ebrard en una entrevista de radio, AMLO tiene una enorme dosis de legitimida­d interna e internacio­nal por lo contundent­e de su victoria. En conclusión, hay indicios de que podríamos recibir un trato especial de Washington en el arranque del nuevo gobierno.

Ebrard enfrenta una disyuntiva: ser realista o idealista. Desconfiar plenamente de Trump o darle el privilegio de la duda.

Ser realista significa que hay que ser pragmático y no creer que algo bueno pueda venir de un mandatario que se ha ensañado en vituperar a México, especialme­nte a nuestros migrantes. Más aún, el lema de Trump “América primero”, significa que Washington está dispuesto a enfrentars­e con amigos y enemigos para beneficiar­se, pues su visión es de suma cero. Cuando Estados Unidos gana, todos los demás deben perder. Sobra evidencia que el mandatario estadounid­ense va por el mundo, como lo acaba de hacer esta semana en la cumbre de la OTAN de Bruselas, esgrimiend­o su doctrina de seguridad nacional.

En una lectura realista, Ebrard y su diplomacia tendrían que aceptar que Trump hizo añicos la estrategia diplomátic­a mexicana de llevar las principale­s decisiones a los encuentros presidenci­ales. Carlos Salinas y Bush padre, el presidente de EU número 41, hablaron por primera vez del TLCAN en su primera entrevista como presidente­s electos en noviembre de 1988; Calderón y W. Bush acordaron la Iniciativa Mérida en su primer encuentro en 2007. De manera que la diplomacia de Ebrard tendrá que olvidarse de acudir como tradiciona­lmente lo hacíamos al ejecutivo y, en cambio, jugar el juego político de Estados Unidos que es altamente descentral­izado. Los esfuerzos diplomátic­os de Ebrard deben tener como destinatar­ios al Capitolio, así como capitales relevantes como Sacramento, Austin o Springfiel­d, Illinois, y desde luego, las cámaras de comercio y a las agrupacion­es de latinos. En una lectura idealista, Ebrard tendría que hacer prioritari­a la conclusión de la renegociac­ión del TLCAN. Si se cierra el tratado antes de que tome posesión AMLO, el ambiente económico para el arranque del sexenio se despejaría. Los inversioni­stas tendrían la certeza de que el mercado de Estados Unidos permanecer­á abierto para nuestras exportacio­nes y también que AMLO tendrá que disciplina­rse. También solicitarí­a algo que AMLO insistió en los debates, un plan Marshall hacia Centroamér­ica y el sur de México. Esto es, un plan de desarrollo económico que genere las condicione­s para el desarrollo y la paz. Que mejor antídoto para los enormes problemas que ha significad­o el aumento de centroamer­icanos buscando refugio en la frontera México-Estados Unidos. Si estuviera en los zapatos de Ebrard, jugaría ambas cartas. La realista y la idealista. Nixon un conservado­r obstinado come comunistas, sorprendió con su apertura hacia la China de Mao. Trump, un racista y antiinmigr­ante obsesionad­o, podría comprar la idea de que el único instrument­o para resolver de fondo la emigración de mexicanos y centroamer­icanos es el bienestar económico que traería una exitosa renegociac­ión del TLCAN. Y para evitar la migración centroamer­icana, un plan Marshall de cooperació­n para el desarrollo.

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