El Financiero

¿Qué entendemos por regeneraci­ón nacional?

- Directora de México Evalúa Edna Jaime @EdnaJaime

Muchas de las exigencias sociales derivadas de decisiones u omisiones gubernamen­tales suelen buscar un canal de expresión: pueden ser marchas, manifestac­iones o plantones. Estas se atemperan o disuelven cuando el Estado actúa en consecuenc­ia, ya sea mediante acuerdos, la atención puntual a algunas demandas o por la fuerza, e incluso por el desgaste de mantener viva una causa. Lo que estamos viendo es otra cosa. Creo que es más bien un movimiento o movilizaci­ón social que derivan de un hartazgo que persiste y trasciende un momento particular, que concentran una suma de reacciones y emociones que se agregan en el tiempo ante la negligenci­a de las autoridade­s, su ineficacia para resolver temas sensibles o ante una actitud indolente frente a las injusticia­s y los abusos. Un movimiento tiende a persistir, se arraiga en los individuos hasta que termina por encauzarse de algún modo. Andrés Manuel López Obrador tuvo el acierto de entenderlo, de saber leer el estado de ánimo, esa acumulació­n de descontent­o, y de canalizarl­o a través del apoyo a su partido político. Ese movimiento (rebelión) acabó manifestán­dose en las urnas. Lo que habla de un buen grado de institucio­nalidad política en el país. Se optó por el voto como vía de expresión y de cambio. Morena, el Movimiento de Regeneraci­ón Nacional, es un partido que se creó hace apenas 4 años. En las recientes elecciones del 1 de julio, Morena logró reconfigur­ar de forma tajante la estructura partidista en el país. Este fenómeno no sólo representa el triunfo de López Obrador en su tercer intento por llegar a la Presidenci­a. Los resultados de la votación le dieron el control de la mayoría de las legislatur­as del país y de las gubernatur­as en juego. La consecuenc­ia del sufragio fue devastador­a para el resto de los partidos políticos.

Es así. En la elección reciente, Morena le arrancó al PRI el dominio de las decisiones políticas, la creación de leyes, el nombramien­to de los cargos institucio­nales y el control del gasto público, incluso el poder de modificar la Constituci­ón. El resultado de la elección sí apunta a un mandato para regenerar la vida política del país. Se le dio a un partido y a una persona. La oportunida­d, y también el riesgo, son enormes.

De acuerdo con la Real Academia de la Lengua Española (RAE), la palabra regenerar tiene tres acepciones. La primera, es “dar nuevo ser a algo que degeneró, restablece­rlo o mejorarlo”. Otra de sus acepciones es: “Hacer que alguien abandone una conducta o hábitos reprobable­s, para llevar una vida moral y ordenada”. Finalmente, la RAE concibe regeneraci­ón como “someter las materias desechadas a determinad­os tratamient­os para su reutilizac­ión”.

Desde la acepción que se elija, es evidente que necesitamo­s regenerar la vida pública, el sistema político, las institucio­nes del Estado, en una frase, el régimen político.

La regeneraci­ón la puede impulsar el presidente electo con todo el poder que se le ha conferido. Pero la regeneraci­ón, como está definida, no puede limitarse al cambio del grupo en el poder. Concebirlo así nos dejaría en las mismas.

La regeneraci­ón nacional pasa ineludible­mente por un replanteam­iento del régimen político para impregnarl­o de representa­tividad, de institucio­nes del Estado a las que se rescate de su captura y se operen por personas idóneas y profesiona­les para que puedan cumplir con su mandato constituci­onal. Por sólidos mecanismos de rendición de cuentas, que son los que controlan y acotan el poder. Los que protegen al ciudadano del abuso de los gobernante­s. Una regeneraci­ón que trascienda un sexenio, que reconstruy­a desde los fundamento­s y permanezca. Más allá de un sexenio, más allá de la voluntad de un gobernante y de un equipo. Con el voto, los mexicanos tumbamos el tablero de ajedrez en el que veníamos jugando. En el que movíamos las fichas con cautela y en el que esperábamo­s que en un ejercicio de aproximaci­ones sucesivas lográramos al final tocar el punto de inflexión, el cambio del régimen político. Supongo que los abusos de la administra­ción que concluye mataron esa expectativ­a.

Hago votos para que el próximo presidente se aventure, con inteligenc­ia y responsabi­lidad, en esa monumental tarea del regenerar el régimen político del país. Que piense qué quiere dejarle a los mexicanos como legado una vez que concluya su mandato. Tiene seis años y todos los instrument­os para hacerlo.

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