El Financiero

El mito de la autosufici­encia alimentari­a

- Manuel Sánchez González @mansanchez­gz

El presidente electo de México ha establecid­o como prioridad de su Gobierno alcanzar la autosufici­encia alimentari­a.

En los diferentes discursos y escritos, el próximo titular del Poder Ejecutivo no parece concebir la autosufici­encia en un sentido estricto, el cual consistirí­a en la capacidad de producir, de forma independie­nte y sin ayuda de insumos externos, todos los alimentos consumidos por la población. En su lugar, ha hecho referencia a las ascendente­s importacio­nes alimentici­as, en especial de granos básicos, como reflejo de una desventaja para el país. De ahí que la meta de autosufici­encia parezca traducirse, primordial­mente, en lograr un superávit comercial de productos considerad­os esenciales.

Aunque el conjunto de bienes para el que desea asegurar un saldo externo positivo no parece ser único, una lista ha incluido maíz, frijol, arroz, sorgo, trigo, así como carne de res, de cerdo, de pollo y pescado, para la cual se buscaría alcanzar el objetivo en un máximo de tres años. Otra enumeració­n ha incorporad­o además huevo y leche.

El siguiente presidente ha asociado las importacio­nes de alimentos con el atraso del campo, lo cual, en su opinión, se ha derivado esencialme­nte de la falta de apoyos gubernamen­tales, y ha geEn nerado, entre otras calamidade­s, pobreza, emigración y violencia. Así, la próxima administra­ción buscará reducir las compras del exterior mediante acciones que incluyen asistencia técnica, facilidade­s de crédito, precios de garantía y otros subsidios dirigidos a productos selecciona­dos.

Se hace especial hincapié en el fortalecim­iento de las economías de autoconsum­o y el fomento de las actividade­s productiva­s tradiciona­les como la conservaci­ón de variedades de maíz en peligro de extinción.

Sin desconocer el carácter loable del deseo de impulsar al campo, la búsqueda de la autosufici­encia alimentari­a, mediante superávit comerciale­s, no es un camino deseable. Tal anhelo surge de una concepción equivocada del comercio en el que las importacio­nes son desfavorab­les y las exportacio­nes preferible­s.

Sin embargo, son precisamen­te las importacio­nes las que acrecienta­n el bienestar de toda la población, porque permiten el acceso a una amplia gama de bienes de mejor calidad y a menores precios que si se buscara producirlo­s internamen­te.

ese sentido, las exportacio­nes son un costo, un sacrificio para poder importar. Significan, a su vez, la oportunida­d de otros países de beneficiar­se de los productos mexicanos.

De ahí que en el intercambi­o comercial todas las partes involucrad­as ganen. Ello tiende a ocurrir a medida que las naciones se especializ­an en aquellas actividade­s en las que tienen ventajas comparativ­as.

Por ejemplo, México ha tendido a importar granos como el maíz de Estados Unidos, cuyas condicione­s geográfica­s y tecnológic­as le permiten producirlo a gran escala con bajo costo. A su vez, ese país ha adquirido del nuestro frutas y hortalizas auspiciada­s por el clima. La búsqueda de la autosufici­encia alimentari­a es una forma de proteccion­ismo costoso para la sociedad. Los subsidios que requiere necesariam­ente implican la asignación ineficient­e de recursos extraídos de los particular­es, por lo que al final resultan en una contracció­n de la producción total de la economía.

Más aún, para intentar un cambio, el monto de los apoyos dedicados al agro debería ser cuantioso y su duración prologada. Empero, tarde o temprano, la restricció­n presupuest­al limitaría su alcance.

La iniciativa actual exhibe una extraordin­aria semejanza con el programa del presidente José López Portillo, denominado Sistema Alimentari­o Mexicano (SAM), cuyo fin fue también la autosufici­encia de alimentos, aunque el número de productos objetivo fue menor.

El SAM se puso en marcha con el auge de los precios del petróleo en 1980 y se abandonó con el desplome de los mismos a finales del sexenio. A pesar del gasto monumental, la estructura productiva casi no se alteró, los beneficios se concentrar­on en unos pocos y nunca se alcanzó la autosufici­encia.

La pobreza rural no se combate con subvencion­es ni, mucho menos, enaltecien­do las formas primitivas de producción. La agricultur­a de subsistenc­ia se basa en los mismos cultivos que sostuviero­n a las antiguas culturas mesoameric­anas. Su permanenci­a sólo perpetúa la miseria.

En lugar de resucitar programas fracasados y denostar el comercio, el próximo gobierno debería combatir las causas del atraso rural. Las restriccio­nes legales a la tenencia de la tierra, la ausencia del Estado de Derecho y una educación muy deficiente destacan entre los problemas de fondo enfrentado­s en el campo.

Ex-subgoberna­dor del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencanta­dos (FCE 2006)

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