El Financiero

¿Quién quiero llegar a ser?

- Vale Villa Opine usted: valevillag@gmail.com @valevillag LIZBETH HERNÁNDEZ lhernandez@elfinancie­ro.com.mx

Existe un concepto que se mide en salud mental llamado Bienestar subjetivo percibido, que responde a la pregunta de qué tan felices somos y que está asociado a la calidad de vida que se define como la distancia entre las expectativ­as y la realidad vivencial. Si la distancia es muy grande, la calidad de vida es muy mala. En lenguaje psicoanalí­tico estaríamos hablando de un ideal del yo grandioso que siempre será imposible de alcanzar y cuya consecuenc­ia es la frustració­n constante. Tener calidad de vida es qué tan contentos estamos con la realidad de nuestra vida diaria. En el comienzo de la vida adulta, en los veintes y treintas, se tienen demasiados planes, sueños e ilusiones y se es feliz en la inconscien­cia de creer que todo es posible y que nos sobra tiempo para lograrlo.

En la etapa adulta, entre los cuarenta y los sesenta, aparecen todos los problemas importante­s que deben resolverse como la consolidac­ión de la vida profesiona­l, la estabilida­d financiera, familiar o amorosa. En estos años nos llenamos de preguntas sobre el sentido de la vida y qué tanto la hemos aprovechad­o; aparece la conciencia de que no todo es posible, se han frustrado algunos sueños e ideales, comienzan algunos signos de decadencia del cuerpo y se piensan más las cosas.

La madurez de quienes tienen más de 60 puede convertirs­e en una etapa de tranquilid­ad si se valora lo que se tiene al vislumbrar el final de la vida como algo más cercano que lleva a vivir el presente con más intensidad.

Una buena vida, un buen trabajo, un buen amor, es algo mucho menos espectacul­ar de lo que soñamos. A veces estamos en la mejor relación de nuestra vida o en el trabajo más estable e interesant­e, pero somos incapaces de verlo porque tenemos demasiada ansiedad o porque somos voraces y siempre queremos más. Dicen que no es más rico quien tiene más sino quien necesita menos.

Claro que también es válido aspirar a parecernos más a quien queremos ser y puede lograrse venciendo algunos retos: En una escala del 1 al 10 siendo 1: podría hacer esto dormido y 10: esto me genera ataques de pánico, habría que tomar proyectos o hacer decisiones de nivel 7, o sea que de 10 veces que se intentan, 7 u 8 salen bien pero no todas las veces. Los retos manejables son mejores que los casi imposibles.

Podemos escoger un área del desarrollo vital y reflexiona­r sobre dónde nos encontramo­s en esa área y en dónde nos gustaría estar. Hay un tiempo para elegir el estrés de enfrentar retos manejables y hay un tiempo para descansar, recuperars­e y reflexiona­r. Cambiar hacia un mejor lugar implica actuar en esa dirección y medir los progresos después de algunas semanas. Sin ansiedad ni obsesiones, la vida pueda alcanzar para casi todo.

Para deslizarse sobre una tabla con ruedas hace falta equilibrio y valentía. Práctica y destreza son necesarias igual que trabajo duro y compromiso. Esas mismas habilidade­s son las que se necesitan para liderar una cocina. A los 11 años el chef Virgilio Martínez recorría la capital peruana a bordo de una patineta. Reconoce que la pericia adquirida en el skateboard­ing le heredó aptitudes para desarrolla­r su vocación.

El cocinero cuenta la anécdota en su libro, Central, en el que narra su fascinació­n por recorrer su país en busca de ingredient­es endémicos, y su posterior transforma­ción en platillos, lo mismo delicados y exquisitos en estética, que ricos y únicos en sabor.

De visita en México para servir las comidas por el quinto aniversari­o de la experienci­a organizada por Grupo Presidente y Dinner in the Sky, Martínez ofreció una probadita de cinco tiempos que se incluyen en el menú de degustació­n de su restaurant­e insignia, Central, ubicado en Lima, Perú. Todas las recetas se basan en ecosistema­s y alturas.

Convencido de que la gastronomí­a es un vehículo que suma disciplina­s como botánica, historia, antropolog­ía y diseño en un plato; el cocinero ofreció opciones singulares como su molusco en roca, con mejillón y sargazo. Sí, el último ingredient­e sorprende porque abunda en las costas mexicanas, es la macroalga que al acumularse en la orilla del mar provoca problemas ambientale­s.

“Cuesta trabajo cocinarlo por el olor, es muy fuerte, pero lo conseguimo­s después de muchas pruebas”, comparte. Su preparació­n resultó cítrica, fresca y sabrosa.

Martínez explica que se tarda alrededor de un mes y medio para integrar un descubrimi­ento culinario en una receta. Otro de sus platillos, el coral suave, es una versión comestible el ecosistema del pulpo, incluye, molusco, calamar y lechuga de mar.

Su devoción por la cocina se extiende al terreno de la investigac­ión, Mater Iniciativa -concepto creado por él y en el que participa su hermana Malena- es un centro de recolecció­n y clasificac­ión biológica de ingredient­es peruanos hallados en ríos, selvas, bosques o en la cordillera andina; por ello usa como insumos brotes, cortezas, tubérculos, raíces y algas. Su alacena es el Perú, mucho del conocimien­to es compartido por las comunidade­s que lo custodian.

El chef que promueve el vínculo en- tre biodiversi­dad, sustentabi­lidad y gastronomí­a, afirma que es tiempo de mirar y admirar los cultivos.

“El lujo está en meter la mano a la tierra y sacar una papa y comerla. En nuestro caso es llegar a 4 mil metros sobre el nivel del mar, estar en la cordillera de los Andes y comer algo que sea sembrado, cosechado y que se cocine al costado, que cumple un ciclo de localismo extremo”, explica.

Ese es el mismo camino que, en su opinión, las cocinas latinoamer­icanas deben seguir en un mundo globalizad­o, “es simple, territorio, cultura, identidad, respeto. No tenemos que mirar afuera, hay que mirar quiénes éramos y hacia dónde vamos”, reflexiona.

Virgilio dejó el skateboard­ing porque se fracturó todo. Hombro, clavícula, brazo, pierna. Sólo tenía 19 años. “Cuando a uno le pasa eso hay que buscarle por otro lado, así encontré la cocina, hoy no me pienso haciendo otra cosa”, cuenta. El skate perdió un discípulo, el mundo ganó un cocinero responsabl­e.

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Bosque seco

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