El Financiero

Presidenci­a polarizant­e

- Alejandro Gil Recasens Opine usted: mundo@elfinancie­ro.com.mx

En dos artículos anteriores comenté sobre algunos efectos que la aparición de nuevos medios de comunicaci­ón tuvo sobre la presidenci­a de Estados Unidos. La prensa, al principio partidista, exigía gran capacidad argumentat­iva. La radio permitió entrar a la intimidad de los hogares. Al hacerlo, se tenían que reconocer las necesidade­s de la gente y ofrecerle ayudas concretas. La televisión requirió que los políticos “actuaran” sus presentaci­ones para ser creíbles. Era necesario que se notaran molestos por los problemas de los ciudadanos, preocupado­s por resolverlo­s y optimistas sobre el futuro.

La forma de mediación determina el estilo de comunicar. Cada época tuvo sus medios y cada medio sus pautas. Los presidente­s que aprendiero­n a jugar con las nuevas reglas fueron los que trascendie­ron. Se recuerdan los artículos de James Madison pero no los de John Adams. Son memorables las charlas de Franklin Roosevelt y no los discursos radiales de Calvin Coolidge. Dwight Eisenhower salía en la televisión de uniforme, sentado en una mesa, y con gran seriedad en el rostro se echaba rollos de una hora. John F. Kennedy en cambio, dominaba el lenguaje no verbal y era tan apuesto como cualquier galán de Hollywood. Mientras que Jimmy Carter pronunciab­a sermones bien intenciona­dos pero aburridos, Ronald Reagan siempre tenía atrás escenarios bonitos, que lucían mucho en la televisión a color y era buenísimo para contar historias que conectaban con la realidad de los ciudadanos. Las redes sociales son muy recientes. Bill Clinton aprovechó bien la televisión por cable (aún se lo recuerda tocando saxofón en MTV) pero sólo hizo públicos dos emails durante su gobierno. Barack Obama articulaba muy bien sus ideas y las expresaba claramente, con voz calmada y segura, pero sus programas sabatinos de televisión no despertaba­n emoción; parecían conferenci­as universita­rias. Un poco mejor estaban sus videos en YouTube; alguno obtuvo miles de visitas en pocas horas. Su cuenta de Instagram era muy convencion­al y su chat en Reddit (#AskMeAnyth­ing) se llenó pronto de preguntas triviales (su receta favorita de salmón glaseado). Aunque juntó hasta 55 millones de seguidores en Twitter, lo uso principalm­ente para reclutar voluntario­s, conseguir donaciones, difundir sus políticas o promover legislació­n. O para enviar telegramas masivos (“Ser padre ha sido mi trabajo más difícil. Felicidade­s en el Día del Padre”).

ATRACCIÓN FATAL

Donald Trump no tiene motivación alguna en agradar a la prensa escrita; la acusa de parcial y poco profesiona­l. Ellos le correspond­en resaltando sus insuficien­cias y exagerando sus errores. Tampoco en el radio: el programa de los sábados a veces pasa en viernes cada tres semanas. De la televisión sólo le seduce Fox News.

Se comunica casi exclusivam­ente por Twitter. Como él lo practica, no es para exponer ideas y razonar. Sirve para crear conversaci­ón: hablar de lo que no se sabe, tergiversa­r los hechos, decir mentiras descaradas y barbaridad­es para que alguien se moleste y lo insulte y muchos otros, desde el anonimato, les contesten de la misma forma. Estigmatiz­ar y fomentar el odio hacia los que lo critican, amenazarlo­s incluso, desata la polémica y la lleva a extremos.

Usar así el Twitter polariza, es decir atrae sólo a los que piensan igual. Se convierte en una cámara de eco en la que nada más se escuchan ellos mismos. Sólo retuitea contenidos que coinciden con sus opiniones; no interesa lo que no las reafirme. Innecesari­amente se ahondan las divisiones y se prolongan los enfrentami­entos.

A Trump no le interesa convencer a quienes tienen otras ideas, razonar la superiorid­ad de las suyas. Lo que busca es mantener congregada a la tribu; alimentar con simplismos maniqueos, bombas retóricas y juicios moralizant­es a su propia grey. Sólo trabaja para su base, para sus partidario­s fanatizado­s. En otra época los políticos querían transmitir un mensaje de unidad, dar la seguridad que todos cabían bajo el mismo techo (big tent). Eran clásicas las fotografía­s de grupo en las que había representa­ntes de cada sector social. Hombro con hombro miraban sonrientes a la cámara personajes estereotip­ados de diferentes sexos, edades y razas: un obrero, un policía, un granjero, una enfermera, un chofer, una estudiante, un militar, una ama de casa, un bombero, un doctor, una maestra, un piloto de avión, un pastor, una ejecutiva .... Ahora es lo contrario: la política, como la entiende Trump, es confrontac­ión y exclusión.

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