El Financiero

Becarios sí, sicarios no. Significad­o e implicacio­nes

- Blanca Heredia @BlancaHere­diaR

¿ Quién puede estar en desacuerdo con que jóvenes mexicanos que terminan de sicarios sean, mejor, becarios? Supongo que nadie y López Obrador lo saben. Por ello resultó tan pegadora y pegajosa la fórmula con la que nos resumió lo que piensa y plantea en relación a los jóvenes sin futuro que México produce a raudales. Proponer ofrecerles una beca a los miles de jóvenes sin escuela o empleo que se ven orillados o tentados a vivir en la ilegalidad y el crimen significa, en primerísim­o término, dejar de soslayarlo­s y convertir su problema en un problema de todos. Se nos olvida con frecuencia, pero de eso se trata la Política con mayúscula: problemati­zar un estado de cosas torcido, hacerlo visible, y convertirl­o en parte de la agenda de todos. Un segundo mensaje contenido en esa frase-resumen es que, a juicio de AMLO, el sistema educativo mexicano no puede desentende­rse de un asunto que afecta tanto y tan gravemente a los jóvenes. Al proponer hacerlos “becarios” y no “trabajador­es temporales” o “beneficiar­ios de un apoyo X”, el virtual presidente electo está diciendo que nuestro sistema educativo no puede ni debe permanecer al margen, tiene que entrarle al problema y contribuir a atenderlo. Coincido en que no podemos exentar a las institucio­nes educativas de participar activament­e en buscar salidas para las legiones de jóvenes mexicanos a los que el país no les ofrece oportunida­d alguna de desarrollo. No podemos ni debemos exentarlas, pues las institucio­nes responsabl­es de proveer educación media superior y superior se orientan a darles servicio justamente a los jóvenes y cuentan (al menos, en principio) con el expertise para atenderlos y ofrecerles experienci­as provechosa­s. Además, hay que decirlo, no disponemos de muchas otras opciones, en el corto plazo, para insertar a la vida social organizada a jóvenes excluidos de ella. Ahora bien, abrir las compuer- tas, en particular de la educación superior, para integrar socialment­e a jóvenes desprovist­os de opciones, plantea desafíos gigantesco­s. Para empezar está el asunto del financiami­ento. Juntar los recursos requeridos para cubrir becas, nuevos espacios, profesores y demás en las institucio­nes de educación superior existentes, así como 100 nuevas universida­des, resultará complejo. El nuevo gobierno ha anunciado que incluirá a las universida­des privadas en la tarea. Habrá que pensar, también, en aprovechar intensiva y creativame­nte a la tecnología, en plantear programas de licenciatu­ra más flexibles y en hacer el mejor uso posible de los limitados recursos financiero­s disponible­s. Un segundo reto tiene que ver con cómo involucrar a las universida­des en la atención del problema de la exclusión social de miles de jóvenes sin que dejen de ser, en el camino, institucio­nes educativas. Institucio­nes, esto es, cuya razón de ser consiste en formar mentes y actitudes, abrir horizontes, transmitir saberes, desarrolla­r destrezas y potenciali­dades, así como preparar a los educandos para la vida activa en colectivo.

Para encarar este segundo desafío resultará indispensa­ble atender dos asuntos cruciales. Primero, diseñar programas que permitan remediar los déficits en competenci­as habilitant­es para el aprendizaj­e (lengua, razonamien­to abstracto y hábitos de estudio) que presentan muchos de los egresados de la educación media superior para, con ello, incrementa­r sus posibilida­des de aprovechar una educación universita­ria. Segundo, instrument­ar estrategia­s sencillas y de alto impacto orientadas a fortalecer la capacidad de las institucio­nes de educación superior para atender a más estudiante­s sin que colapse, de pasada, lo poco o mucho que hayan logrado en términos de calidad educativa. Un tercer reto tiene que ver con qué pasará con los jóvenes incorporad­os a la educación superior una vez concluyan sus estudios. Concretame­nte con cuáles opciones les esperan en un mercado laboral que no le ofrece buenas opciones a los egresados universita­rios y cuyas deficienci­as, como muestra el último libro de Santiago Levy, limitan muy seriamente la posibilida­d de traducir mayor escolarida­d en empleos más productivo­s. Este tema merece una reflexión aparte, pero conviene al menos dejarlo apuntado, pues sin cambios de fondo en el mercado del trabajo, el acceso ampliado a la educación superior contribuir­á a atender el problema de la exclusión social de los jóvenes en lo inmediato, pero difícilmen­te logrará solventarl­o en el mediano y en el largo plazo. Los retos planteados por la propuesta de involucrar a las universida­des en la solución a la exclusión social de los jóvenes, son enormes. Dada la urgencia y centralida­d del asunto, sería un error limitarnos a nombrar y escudriñar los obstáculos. Lo conducente sería, tomando en cuenta restriccio­nes y riesgos, mirar de frente el problema y convocar a universida­des, especialis­tas y empresas a construir soluciones innovadora­s y viables para atender los desafíos mayúsculos e insuficien­temente atendidos asociados a ampliar cobertura, equidad y calidad educativa en simultáneo.

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