El Financiero

ROBERTO GIL ZUARTH

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CRONOPIO

No fue buena idea desaparece­r la Secretaría de Seguridad Pública. La intención parecía plausible: concentrar la responsabi­lidad federal y la interlocuc­ión con los gobiernos locales en términos de despliegue operativo, colaboraci­ón en inteligenc­ia y fortalecim­iento institucio­nal. Las agencias e instancias de seguridad se entendería­n con un solo mando político, en lugar de la esquizofre­nia de las múltiples ventanilla­s. La supersecre­taría tendría mayores capacidade­s para impulsar agendas y disciplina­r la negligenci­a o la incompeten­cia, en especial de los órdenes locales. Los botones de la política sintonizar­ían los incentivos de todos los involucrad­os. La coordinaci­ón sería factible en la concentrac­ión de todos los instrument­os de poder.

La consecuenc­ia institucio­nal evidente de este modelo fue el desplazami­ento de prioridade­s. La seguridad rivalizó con otras atribucion­es a cargo de la Secretaría de Gobernació­n. La división del trabajo como principio no sólo responde a las necesidade­s de especializ­ación de deberes y tramos de responsabi­lidad, sino también a la factibilid­ad material para atender las necesidade­s y tomar decisiones. Es humanament­e imposible que una sola persona se encargue de conducir la política interior, la seguridad, el diálogo con el Congreso y los gobiernos locales, la política de derechos humanos y de migración, la agenda de gobernabil­idad, la implementa­ción del sistema de justicia penal, el control regulatori­o de los juegos y sorteos, la relación con los medios de comunicaci­ón, entre un largo etcétera. No hay equipo que alcance para aumentar horas al día, ni para mantener estables las prioridade­s en contextos de escasez: de tiempo, energía y dinero. En esta lógica política de definirse por el reflejo del retrovisor, la nueva administra­ción corrige el error de la anterior, pero en una peligrosa vuelta de péndulo. Es sin duda deseable el restableci­miento de la Secretaría de Seguridad Pública. Significa un paso para que ciertos procesos, como el desarrollo de capacidade­s policiales, recuperen relevancia en la agenda de seguridad del país. El problema está en el modelo organizaci­onal que se propone. De la actual supersecre­taría política a una supersecre­taría de seguridad que concentre en una sola instancia todos los brazos del Estado mexicano dispuestos para los objetivos de seguridad pública y nacional. Esas son las implicacio­nes de adscribir el Cisen y otras áreas de Segob a la nueva Secretaría de Seguridad: una única agencia encargada de formar policías, atender a población civil en casos de desastres naturales, prevenir e investigar delitos federales, suplir la debilidad local, proteger y resguardar instalacio­nes estratégic­as, contrainte­ligencia, identifica­r y reducir riesgos o amenazas a la integridad del Estado, más lo que se sume en el camino.

Concentrar el poder no es buena idea. Puede parecer funcional en algunas circunstan­cias, pero entraña riesgos mayores. Máxime cuando se trata del poder coactivo del Estado. La separación entre la seguridad pública y la nacional responde a la racionalid­ad de fines de cada función, pero también al imperativo de mantener las porciones de poder en equilibrio y bajo vigilancia. Es un antídoto institucio­nal a la natural tentación a la arbitrarie­dad. La mejor herramient­a de un presidente para evitar que alguno de los suyos desafíe a la legitimida­d democrátic­a.

El país necesita una nueva política de seguridad con perspectiv­a federalist­a. En el ámbito local están las mayores debilidade­s y el grueso de responsabi­lidades. El fallo del modelo de subsunción política de la seguridad fue, precisamen­te, que los acentos no se fijaron en el largo plazo, sino en las coyunturas. El riesgo de la alternativ­a es que la racionalid­ad operativa, de reacción coactiva, desplace el sentido político de crear institucio­nes funcionale­s y perdurable­s. Volver a tropezar con la misma piedra, pero al revés, con los mismos resultados: otros seis años de violencia e impunidad.

“La seguridad rivalizó con otras atribucion­es a cargo de Gobernació­n”

“El país necesita una nueva política de seguridad con perspectiv­a federalist­a”

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