El Financiero

Cuitas de poder y derecho

- Pedro Salazar Opine usted: opinion@elfinancie­ro.com.mx

“El poder sin el derecho es fuerza o violencia pura y dura. El derecho sin el poder es un manual de buenas intencione­s”

legalidad vigente. Es fácil jugar con las opciones: un poder legítimo puede actuar ilegalment­e y un poder ilegítimo puede actuar legalmente. Trump tiene un título legítimo –nadie duda que ganó las elecciones–, pero se salta las trancas de la ley cada que puede. Temer, el presidente de Brasil, llegó al poder con un título –por decir lo menos– dudoso, pero ha gobernado respetando de manera aceptable las leyes de su país.

Valgan estas premisas teóricas para pensar en el interesant­e momento que se vive en México. Después de décadas de intentar domesticar al poder a través del derecho, hemos logrado armar un Estado constituci­onal, todavía incipiente pero existente. A diferencia de otros países –por ejemplo, de nuestra frontera sur– cuando miramos al poder político constatamo­s que, mal que bien, opera bajo reglas. Buena prueba de ello es el principio de no reelección que se mantiene vigente hasta nuestros días. Aunque se quieran quedar en la silla, después de elecciones periódicas los presidente­s se van a su casa.

Pero también es cierto que el sometimien­to del poder al derecho no es tan claro en otras esferas, como la del poder económico, que se manifiesta de muchas maneras poco dóciles con la legalidad. El caso paradigmát­ico son los poderes criminales –que son poderes en tanto someten la voluntad de las personas–, abiertamen­te ilegales. Estos poderes calamitoso­s actúan fuera y en contra del Estado constituci­onal y, como bien saben los habitantes de las zonas azotadas por ellos, son pura y cruda violencia opresora. Lo que sucedió en Allende, Coahuila, en 2011, para mí es la mejor postal del horror que retrata ese mal que amenaza nuestras vidas.

Por eso debemos auspiciar y promover que el Estado mexicano se apreste para someter con el derecho a los poderes criminales. Esa tarea en los Estados modernos le correspond­e, sobre todo, a las institucio­nes civiles de procuració­n de justicia. En nuestro caso es la misión que, ante el fracaso de la PGR, a nivel federal, le correspond­erá a la Fiscalía General de la República. De ahí la importanci­a de contar con una ley que habilite la transforma­ción institucio­nal en ciernes y dote de las facultades necesarias al futuro fiscal para imponer la ley al poder criminal. Para mí, junto al combate a la corrupción, ese es el principal déficit de nuestro Estado constituci­onal. Lo interesant­e es que, en el México actual, el impulso de este cambio proviene más de la fuerza de la legitimida­d que del imperio de la legalidad. Me explico. El poder constituci­onal hoy correspond­e al presidente Peña Nieto. Pero su gobierno no fue capaz de impulsar una ley orgánica de la Fiscalía General ni el nombramien­to de un titular de esa dependenci­a. No sabemos si no lo quiso hacer, pero sí sabemos que no lo hizo aunque el país lo necesitaba y la Constituci­ón lo mandataba. En cambio, el Presidente electo, que no tiene base legal alguna para hacerlo, a fuerza de legitimida­d, al parecer, logrará materializ­ar la ley y nombrar al fiscal.

Es la fuerza del poder, legítimo pero poder al fin y al cabo, sin el cuál es imposible hacer realidad un Estado de derecho. Ya lo dijo el clásico: las dos caras de una misma moneda.

“Después de décadas de intentar domesticar al poder a través del derecho, hemos logrado armar un Estado constituci­onal...”

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