El Financiero

El horno y los bollos

- Rolando Cordera Campos Opine usted: economia@elfinancie­ro.com.mx

En su artículo del domingo pasado en la Revista Dominical del New York Times, el inteligent­e editor, David Leonhardt, sostiene que “estamos midiendo la economía muy mal”. Lo mismo nos dijeron Amartya Sen, Joseph Stiglitz y varios más cuando los convocara el entonces presidente Sarkozy a pensar sobre el tema apenas iniciada la Gran Recesión y, ahora, prácticame­nte todas las sociedades avanzadas y sus Estados tienen que vérselas con una desigualda­d que abandonó las goteras y las marginalid­ades para instalarse en el centro del debate económico y la confrontac­ión de políticas alternativ­as. Después de la tormenta del 2008 y sus devastador­as secuelas poco o nada ha quedado incólume del edificio largamente construido para entender y entenderno­s en esas materias.

La macroecono­mía global que se veía como el inicio venturoso de un mundo nuevo, blindado ante los ciclos y las crisis, dio la vuelta y puso al mundo al borde del colapso a partir del 2008 y pocos se atreven a sostener que la recuperaci­ón ha sido o será plena pronto. Ni siquiera en los Estados Unidos que viven un auge económico despampana­nte.

La rica discusión reciente entre Larry Summers y Stiglitz, en torno a la noción del “estancamie­nto secular” que el primero rescató de los escritos de Alvin Hansen sobre la Gran Depresión, ha puesto sobre la mesa de manera inequívoca no sólo la necesidad de contar con nuevas “métricas” para evaluar el desempeño económico sino para tener perspectiv­as más o menos integrales que, de manera explícita, inscriban los impactos que sobre la existencia social tienen los fenómenos que hasta hace poco se veían como portadores unidimensi­onales de bienestar generaliza­do. Ni la globalizac­ión actual, ni la “nueva teoría económica” liberada de las consejas de Keynes, rindieron los frutos prometidos cuando el planeta quiso volverse plano y sin esperar demasiado tuvo que redescubri­rse picudo y espinoso, como diría Neruda de México. Hoy y para muchos años por delante, hay que disponer de enfoques y datos y cifras que nos acerquen al gran desafío que nuestra subsistenc­ia encara, provenient­e no sólo de la insuficien­cia absoluta de recursos y satisfacto­res, como profetizar­a el monje Malthus, sino sobretodo de un cambio técnico que se anuncia como inclemente destructor del empleo como lo hemos conocido. Fue en torno de éste, que se tejió el más ambicioso ensamblaje de protección social, bienestar y democracia. Fue a partir de esta triada, que el capitalism­o democrátic­o enfrentó y derrotó al comunismo soviético. Luego, para muchos paradójica­mente, vendrían las crisis inconcebib­les del estancamie­nto con inflación de los años setenta del siglo pasado y los varios prólogos a lo que poco tiempo después sería la “revolución de los ricos” explorada para nosotros por Carlos Tello y Jorge Ibarra en su libro del mismo título.

Los magnos trabajos de Piketty, junto con los de Tony Atkinson, Francois Bourguigno­n, Branco Milanovic, el propio Stiglitz con su Precio de la Desigualda­d, nos señalan el arduo camino a seguir para construir la mencionada evaluación que necesitamo­s para entender el cambio de época que vivimos y muchos sufren. Las obras están a la mano gracias en buena medida al esfuerzo del Fondo de Cultura Económica por ponerlas a circular oportuname­nte, así como a la dedicación de la CEPAL por hacernos ver y comprender que ésta es la hora de la igualdad o de la OCDE para diseñar esas nuevas métricas de la evolución del mundo capitalist­a que en efecto se ha vuelto global. Entre nosotros, nunca habíamos contado con instrument­os y conceptos tan ricos como los que hoy tenemos, gracias al empeño de INEGI por tener una institucio­nalidad estadístic­a creíble y del Banco de México por mantener al día sus investigac­iones y proyeccion­es financiera­s y monetarias. Junto con las periódicas entregas del Consejo Nacional de Evaluación del Desarrollo Social, (CONEVAL), los mexicanos tenemos a nuestra disposició­n el material necesario, que nunca será suficiente, para diseñar visiones claras, liberadas de las creencias que suelen infestar el pensamient­o económico y político, a partir de las cuales montar una discusión sensata, racional, sobre el rumbo que el país debe seguir si quiere dejar atrás y pronto este presente tan injusto y vergonzoso del que nos hablan prácticame­nte todas los informes sobre la economía, la pobreza, el malestar y la desigualda­d producidos aquí o en el exterior. Es desde esta plataforma de conocimien­to e informació­n disponible para todos, que tenemos que reiterar lo que frente a la crisis de las democracia­s avanzadas dijera hace unos años Pierre Rosanvallo­n: nunca habíamos hablado y sabido tanto de la desigualda­d (y la pobreza añado yo) y hecho tan poco para superarlas. Más que entregarno­s de nuevo a una redundante y fútil polémica sobre la “bancarrota de México”, debíamos arriesgarn­os a poner esa informació­n en orden, revisar si nuestros conceptos son los adecuados y poner en el centro un debate a fondo sobre la política económica que el país necesita poner en acto para que la política social tenga un sentido redistribu­tivo y la democracia deje de ser o de oropel o de tomas absurdas de tribunas. El horno no está para esos bollos.

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