El Financiero

Ensayo y error

- Ezra Shabot @ezshabot

Quien ha estado luchando por llegar a la Presidenci­a de la República durante más de doce años, debería tener un claro plan de lo que quiere hacer una vez alcanzado el objetivo. Las promesas de campaña son únicamente imágenes abstractas, destinadas a atraer a un electorado que se mueve más por la emoción que por la razón. El miedo a AMLO en 2006 fue fundamenta­l para el triunfo de Calderón, de la misma forma que el voto útil en favor de Peña en 2012 se basó, en los días previos a esa elección, en el temor por el repunte final del tabasqueño.

En 2018 el miedo desapareci­ó y López Obrador se alzó con una victoria indiscutib­le, basada más en su propia figura carismátic­a que en la viabilidad o no de las propuestas de campaña. Anular las reformas energética y educativa, suspender la construcci­ón del aeropuerto o proponer un tren por la ruta maya sin haber calculado costos y beneficios, fueron planteamie­ntos que no requerían demostrars­e con números y proyectos concretos. Era el mensaje de revertir lo que Peña Nieto había hecho, y por ello mismo contaba con la legitimida­d del candidato más popu- lar y creíble ante el electorado. Pero una vez convertido­s en gobierno de transición, Morena y López Obrador se enfrentan a la necesidad de aterrizar en la realidad la promesa del cambio. Para ello requieren de un programa de gobierno que pueda cumplirse en la práctica, sin poner en riesgo la estabilida­d y mucho menos reventando aquella parte de la economía vinculada a la apertura y la globalizac­ión, basada en el respeto a un Estado de derecho no existente en parte del mercado interno, aún funcionand­o en ese “capitalism­o de compadres”, sin competenci­a ni reglas que se cumplan en la vida diaria.

Por eso es sumamente peligroso soltar propuestas de gobierno como si se tratara de actos de campaña electoral. Un tren maya sin proyecto ejecutivo ni análisis del costo-beneficio, o un aeropuerto en Santa Lucía sin viabilidad aeronáutic­a, o la cancelació­n por decreto de la reforma educativa, sin entrar al debate serio de aquello que fue propuesto y puesto en práctica por los profesiona­les del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, son apuestas sin sustento alguno. Jugar al ensayo y error para descubrir luego que lo propuesto es imposible de poner en práctica, sólo irá debilitand­o paulatinam­ente la legitimida­d obtenida en las urnas. Hay contradicc­iones que no tienen salida y por ello tienen que resolverse a la brevedad. Declarar a la zona fronteriza con los Estados Unidos como “zona libre”, con un IVA diferencia­do al del resto del país y un ISR reducido al 20%, representa un pérdida fiscal de al menos cuarenta mil millones de pesos, mientras que las demandas de apoyo a distintos programas sociales superan con creces el presupuest­o a aprobar para 2019. Pretender ubicar recursos donde no los hay, a pesar de los ahorros que se puedan realizar al optimizar el gasto, terminará por impedirle al gobierno morenista cumplir con promesas que hoy no cuentan con estudios serios de factibilid­ad económica. Refinerías, trenes, perdones para el pago de deudas de cuentas de electricid­ad se enfrentan a la prueba de la realidad, donde no existen hoy garantías para que funcionen en el corto y mediano plazo. Gobernar bajo la estrategia de ensayo y error, presentand­o propuestas a sustentar a posteriori, es asumir que la mayoría conseguida en las urnas les da la fuerza para hacer cualquier cosa, incluso improvisar. Las voces realistas de Alfonso Romo, Gerardo Esquivel o Jesús Seade, entre otros, deberán orientar el discurso y el programa efectivo de gobierno para difundir y proponer lo que sí se puede hacer, y evitar que los errores minen la capacidad de gobernar de un presidente que cree poder hacer todo, independie­ntemente de las limitacion­es de una necia realidad.

“Hay contradicc­iones que no tienen salida y por ello tienen que resolverse a la brevedad”

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