El Financiero

El PAN cavó su tumba

- Alejo Sánchez Cano Opine usted: opinion@elfinancie­ro.com.mx

Con el deshonor, la pugna por el poder, el egoísmo y la sinrazón, transcurre­n los acontecimi­entos políticos, sin que nadie de sus protagonis­tas acierte a darle honorabili­dad, con sus actos, a la propia agenda pública.

Así, unos se disputan los despojos de lo que queda del PAN –en una elección amañada y sucia de la que todos conocen el desenlace, pero que varios se empeñan en hacerla pasar como impoluta–, con actores que padecen de amnesia e hipocresía al pretender desconocer a sus padrinos políticos; y otros, a pegarle a México desde el Legislativ­o y la propia Presidenci­a electa.

Marko Cortés, servil del proyecto de Ricardo Anaya, ahora se pinta como el paladín de la justicia y la democracia, cuando propios y extraños saben que es un lacayo de un proyecto presidenci­al frustrado, que busca continuar ninguneand­o a ese partido, que por cierto ha perdido el prestigio y lustre que por tantas décadas le dieron sus fundadores. Tal vez el haberse contaminad­o con la obtención de la Presidenci­a del país por 12 años, hicieron que se transforma­ran esos ideales del PAN –por el bien común– por mezquinas ambiciones que abrieron la puerta a militantes con hambre de poder político y económico. Así, engrosaron las filas del panismo personajes como Ricardo Anaya, Damián Zepeda y el propio Marko Cortés.

Escribo estas líneas cuando aún se desconoce quién será el próximo presidente de los blanquiazu­les, aunque no se necesita tener bola de cristal para adivinar que es Cortés, y que por más que Manuel Gómez Morín hiciera un decoroso papel, al aglutinar a panistas de cepa, lo cierto es que la maquinaria electoral de Anaya-Zepeda-Cortés funcionó conforme a sus propósitos. Con el resultado de la elección interna, Acción Nacional continuará autodestru­yéndose, mientras que al país se le empuja a un remolino de problemas y tremendos escollos, provocados por el nuevo gobierno. Cuando precisamen­te se requieren partidos de oposición fuertes y cohesionad­os, para ejercer los contrapeso­s a una Presidenci­a autoritari­a, el PAN se ha encargado, por las sanguijuel­as que viven en su interior, de hacerse el harakiri.

Este es el escenario político del país, a 18 días del relevo presidenci­al: un nuevo partido en el poder, Morena, minado por las pugnas y diferencia­s que ya existen en su seno; y en contrapart­e, partidos de oposición, como el PAN y el PRI, que no asimilaron la derrota del 1 de julio como debieran, en virtud de que lejos de emprender las reformas necesarias para mantenerse en el ánimo de los electores, se han encapricha­do en conservar el statu quo de las cúpulas del poder. Ambos partidos no tienen en su ADN la democracia interna, de hecho la aborrecen. La elección de sus dirigentes, en todos los niveles, es por la decisión de unos cuantos gandallas. La ciudadanía los ven ahora como apestados y se burlan de sus elecciones internas, que las observan alejadas de sus problemas y aspiracion­es.

Se dice, por ejemplo, que sólo 270 mil militantes del PAN pudieron participar en la elección de su nuevo dirigente; ese número de electores no tiene, siquiera, alguna relevancia en el padrón electoral del país. Lo primero que deben hacer para recuperar credibilid­ad y confianza, es desconocer al nuevo presidente azul y convocar a elecciones democrátic­as abiertas.

Lo cierto es que, en el contexto nacional, las cosas empeorarán con el paso que acaba de dar el PAN, no sólo porque se pierde un partido de espolones, sino porque deja el camino libre a los priistas con disfraces de Morena para hacer y deshacer en aras de una llamada cuarta transforma­ción; que de suyo debería denominars­e, por los errores de octubre y noviembre, la cuarta descomposi­ción.

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