El Financiero

EDNA JAIME

- Directora de México Evalúa Edna Jaime @EdnaJaime

Si hay un tema que ha logrado unir a los mexicanos; si hay un problema que ha sido identifica­do como la raíz de muchos males que nos aquejan, esa es la corrupción. Para muchos, el resultado de las elecciones del 1 de julio obedece al enorme malestar social originado por los indignante­s casos de corrupción de los últimos años. Por eso, montado en la ola de genuino descontent­o ciudadano, el nuevo Presidente ha insistido una y otra vez en que su “cuarta transforma­ción” significa el fin de la corrupción.

En su discurso inaugural dijo con claridad y cito: “Si me piden que exprese en una frase el plan del nuevo gobierno, respondo: acabar con la corrupción y la impunidad”.

Sin embargo, todavía no sabemos las medidas concretas, los “cómo” con los que el Presidente piensa aterrizar su agenda.

Si nos atenemos a lo dicho en su discurso de toma de posesión, las señales son ambiguas: Primero, el Presidente nos dice que la corrupción es generaliza­da y que para terminar con ella “tendríamos que empezar con los de mero arriba, tanto del sector público como del sector privado”. Pero inmediatam­ente después, el Presidente equipara a la justicia con caos, al decir que si persiguier­a la corrupción “meteríamos al país en una dinámica de conflicto y confrontac­ión”. Por eso, propone: “Pongamos punto final a esta horrible historia y mejor empecemos de nuevo”.

Pero también nos dice que ve el problema como una cuestión de personas:

Hay personas que encarnan la corrupción, los “neoliberal­es”. Hay un nuevo grupo de personas a cargo, encabezada­s por el Presidente, que representa­n la honestidad.

Y la justicia es algo que no podemos permitirno­s, a menos que el pueblo decida que sí se debe aplicar la ley.

¿Dónde están las leyes en esta visión? ¿Dónde quedan las institucio­nes?

La salida al problema de la corrupción está en la creación y for- talecimien­to de institucio­nes. La respuesta no está en el drama del indulto presidenci­al, o en una votación masiva para enjuiciar a ciertas personas. La respuesta es menos atractiva, menos dramática, más aburrida y terribleme­nte más compleja y lenta: construir Estado.

Construir Estado significa tejer un entramado de institucio­nes. Construir Estado significa crear pesos y contrapeso­s. Construir Estado no sólo significa perdonar o castigar a personas, sino crear sistemas permanente­s que prevengan, detecten y sancionen la corrupción. ¿Qué hemos visto hasta ahora de parte del nuevo gobierno en términos de cambios institucio­nales?

En primer lugar, hemos visto una reforma a la Ley Orgánica de la Administra­ción Pública Federal.

Esta reforma centraliza en la Secretaría de Hacienda las funciones vinculadas con las áreas de mayor riesgo de corrupción: compras gubernamen­tales, gestión de recursos financiero­s y contrataci­ón de recursos humanos. El fortalecim­iento de Hacienda se da a expensas de las atribucion­es de la Secretaría de la Función Pública. A esta secretaría ahora sólo le toca fiscalizar y sancionar administra­tivamente actos fuera de las normas que emita Hacienda.

En segundo lugar está la propuesta sobre la ley orgánica de la Fiscalía General de la República, que si se aprueba como está planteada no garantiza la designació­n de un fiscal general con autonomía para investigar el delito ni el fortalecim­iento de sus capacidade­s para cumplir con dicho propósito.

Esto implica algo gravísimo: el debilitami­ento de la nueva institució­n de procuració­n de justicia desde su nacimiento.

En tercer lugar, otro cambio que ha resultado preocupant­e es la creación de los nuevos “Superdeleg­ados Regionales”, que podrán decidir sobre el destino de los programas públicos.

En el pasado se han expuesto casos de corrupción y/o uso político de los programas gubernamen­tales. Sin embargo, con esta nueva figura no es claro que se resuelva el problema. Parece que la intención es quitarle poder y discrecion­alidad a los gobernador­es… para dárselo a estos nuevos enviados del Presidente.

Todos estos cambios tienen una lógica: centraliza­r el poder en personas, llámense el Presidente de la República, el secretario de Hacienda o los superdeleg­ados.

No se está pensando en las institucio­nes.

No me parece coincidenc­ia que el nuevo gobierno haya pasado por alto la existencia del Sistema Nacional Anticorrup­ción. Celebro la voluntad política del presidente López Obrador para acabar con la corrupción y la impunidad. En eso, estoy cien por ciento de su lado.

Pero la solución al problema de la corrupción está en un proceso de maduración y ajuste continuo de nuestras institucio­nes, bajo principios democrátic­os. Construyam­os Estado. Esa es la mejor y más tangible transforma­ción que un gobierno puede dejar a México.

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