El Financiero

Constituci­ón Moral

- Luis Wertman

En sus célebres memorias (por cínicas), el general Gonzalo N. Santos definió a la moral en la política mexicana apenas como un árbol que da moras. La idea de que los principios eran inútiles para progresar en un país rodeado de abusos, se arraigó tanto que el debate sobre si somos “gandallas” por naturaleza todavía continúa. Transar para avanzar se convirtió en una forma de vida para muchos políticos, funcionari­os y empresario­s asociados a los primeros. El extraordin­ario Abel Quezada ilustraba el problema nacional con una caricatura en la que los diferentes representa­ntes de nuestra sociedad convivían en un círculo, donde cada uno tenía la mano metida en el bolsillo del otro.

Esta rueda sin fin, que se suponía aceitaba los engranes de un sistema económico e institucio­nal que no tenía remedio, hizo crisis durante el sexenio que acaba de terminar. Si bien la sabiduría convencion­al señala que hay un espacio de corrupción en todos nosotros, la mayoría de los mexicanos pensamos lo contrario y lo manifestam­os a lo largo de unos años particular­mente generosos en el mal uso de los recursos públicos.

Desde gobernador­es que cometieron todo tipo de irregulari­dades, hasta funcionari­os implicados en escándalos de soborno internacio­nal (con casas, contratos directos y fondeo ilícito al partido del gobierno, en medio), el rechazo de la sociedad mexicana se convirtió en repulsión hacia los hábitos de una élite que considerab­a normales este tipo de actos.

No pasa mucho tiempo en cualquier conversaci­ón dominguera

“Transar para avanzar se convirtió en una forma de vida para muchos”

para llegar a la conclusión de que, detrás de cualquier problema, la causa es la corrupción. Alimentada por la impunidad, los privilegio­s concentrad­os en unos cuantos y la ausencia de un Estado de derecho en el que la justicia no esté a disposició­n del mejor postor, la corrupción fue el elemento de cohesión de una minoría nacida de un modelo económico y político que nos rigió durante más de 40 años.

Creo que la sociedad mexicana, más que otras en el mundo, sabe distinguir bastante bien entre lo malo y lo bueno. Hemos tenido muchos años de práctica en ello. Por ejemplo, nuestros paisanos ya establecid­os en otros países casi siempre son ciudadanos modelo. Así que el fondo de una nueva constituci­ón moral puede estar más en el cambio del sistema, que en los corazones y voluntad de quienes lo integramos.

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