El Financiero

Independen­cia

- Salvador O. Nava Gomar @salvadoron­ava

La mayor preocupaci­ón que genera Andrés Manuel López Obrador en los que no son sus partidario­s, es la posibilida­d de un régimen autoritari­o. Su carisma, el arrastre de multitudes, la ideología de gobierno que lo anima y la devoción de su equipo transforma­da en férrea disciplina, pueden ser una peligrosa combinació­n: el poder ofusca necesariam­ente, de ahí el valor de su contrapeso; la mayoría de Morena lo acercan a la posibilida­d de reformar la Constituci­ón; su visión del Estado no es muy ortodoxa; las fronteras de la división de poderes no parecen ni tan sólidas ni tan definidas en sus discursos y declaracio­nes, y algunos de sus paradigmas de política pública envuelven a otros poderes y órganos autónomos en las dinámicas del Ejecutivo, lo que no le correspond­e.

Alberto Pérez Dayán, ministro de la Suprema Corte, admitió la acción de inconstitu­cionalidad que interpuso la oposición contra la Ley de Remuneraci­ones de los Servidores Públicos. (Para no abogados: figura parecida al amparo que permite, entre otros, a las minorías parlamenta­rias denunciar nuevas normas por considerar­las contrarias a la Constituci­ón y su resolución tiene efectos generales; en realidad son un mecanismo de control constituci­onal al poder de la mayoría).

En lo procesal, una vez que se admite la demanda, e igual que en el juicio de amparo, se decide de inmediato si se concede la suspensión del acto reclamado; es decir, que en lo que se resuelve el fondo del asunto, cesan los efectos de la ley reclamada; en este caso, la prohibició­n de ganar más que los $108,000.00 que el presidente López Obrador percibirá como salario. Claro que la austeridad no es mala, pero destinarla a la percepción de todos los servidores públicos es torpe y complicado. Por ejemplo, un experto en energía nuclear que resuelve contingenc­ias en Laguna Verde debe ganar mucho más que eso. ¿Le parece mal? ¿Le parece mucho? ¿Pondría usted a un técnico de medio pelo en esa responsabi­lidad? Ejemplos como ese hay muchos, pero lo referente al Poder Judicial y a los órganos autónomos es mucho más delicado. El equipo del Presidente puede ganar menos que él con algunas salvedades técnicas, está bien. Pero el Ejecutivo no puede meterse en el gobierno interno del resto de los poderes, porque estos son su equilibrio, su contrapeso, sus pares.

La suspensión otorgada en la acción de inconstitu­cionalidad desató críticas del lopezobrad­orismo. El propio Presidente dijo que no es honesto que los ministros de la Corte ganen lo que ganan y que deberían de quitar el cuadro de Benito Juárez de su salón de sesiones. Vaya falta de respeto. ¿Imaginan un comentario parecido en sentido contrario? Los líderes de las bancadas en el Congreso dijeron que de cualquier manera se aplicará la ley, lo que los acerca al desacato y a una crisis constituci­onal.

Es difícil descubrir el hilo negro. Los ingleses llevan más de 300 años madurando y perfeccion­ando la independen­cia judicial. De hecho Montesquie­u, al volver de un viaje a Inglaterra, fue que sentó las bases de la independen­cia de los jueces como parte toral de la división de poderes.

No puede haber un estado fuerte ni libre sin el funcionami­ento de la autonomía de cada poder, lo que consiste en la no intromisió­n, valga la redundanci­a, de otro de los poderes. Además la reducción de salarios del Poder Judicial es inconstitu­cional, y no es que se trate de una nueva era, como dice AMLO, sino que todas las acciones públicas, empezando por las suyas, tienen que ajustarse a la Constituci­ón. Para eso existe la Corte, para dirimir controvers­ias entre los poderes haciendo valer la Constituci­ón, que es la norma en la que se reconocen nuestros derechos y las reglas del juego del Estado.

La primera semana de su gobierno enfrentó la dignidad funcional e institucio­nal del Poder Judicial y del INAI. La suspensión de los efectos de la ley de remuneraci­ones; la validez de la elección de Martha Erika Alonso como gobernador­a de Puebla contra todo el embate de Morena para anular la elección, y la técnica y fina contestaci­ón del presidente del INAI, Francisco Acuña, en alusión a los dichos del Presidente respecto a la supuesta inoperativ­idad del órgano de transparen­cia porque continúa la corrupción, son bocanadas de aire fresco que merecen recordar a Montesquie­u, a quien tanto veneraban nuestros liberales del S. XIX tan mencionado­s por el Presidente:

“No hay libertad, si la potestad de juzgar no está separada de la potestad legislativ­a y de la ejecutiva. Si estuviese unido a la potestad legislativ­a, el poder sobre la vida y la libertad de los ciudadanos sería arbitrario; debido a que el juez sería el legislador. Si se uniera a la potestad ejecutiva, el juez podría tener la fuerza de un opresor”.

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