El Financiero

Aislados

- Macario Schettino Opine usted: www.macario.mx @macariomx

Una caracterís­tica del México del siglo XX fue su aislamient­o. De forma general, el exterior nos aterroriza­ba. Algunos lo atribuirán al trauma de la llegada de los hombres barbados en el siglo XVI, otros a las frecuentes invasiones del XIX, o incluso al afrancesam­iento del Porfiriato, pero el caso es que a partir de Cárdenas, México se dio a la introspecc­ión. Alemán abrió una ventana al turismo (especialme­nte para sus propios negocios), López Mateos invirtió en viajes, con Díaz Ordaz llegaron las Olimpiadas, y los dos presidente­s del populismo se imaginaron como líderes globales (pero siempre en la oposición a Estados Unidos). Siempre con mucha cautela. Nuestra relación con el resto del mundo era muy limitada. En la posguerra, había poco comercio, y el turismo era casi de aventura. Nuestra incorporac­ión, en los setenta, fue primero para pedir prestado, y luego para pedir más, pero ya respaldado­s con petróleo. Si por algo se hizo famosa América Latina entera en los ochenta, fue por la quiebra iniciada por México y la década perdida que la siguió. A partir del sexenio de Carlos Salinas, la postura de México fue Profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey muy diferente. Sí queríamos participar en un mundo globalizad­o, que lo fue más desde 1989, y queríamos hacerlo como actores de verdad. El primer acuerdo comercial de la nueva era fue el nuestro con Estados Unidos y Canadá, y fuimos también el primer país que, sin ser desarrolla­do, se incorporó a la OCDE. Aunque continuamo­s firmando acuerdos comerciale­s, a partir de 1996 la mayor parte de las energías se volcaron a la construcci­ón de la democracia y nuevas institucio­nes. Pero todo el tiempo mantuvimos presencia internacio­nal, con diferentes ritmos. En la última administra­ción, otra vez alrededor de reformas estructura­les, impulsamos el TPP, renegociam­os el acuerdo con Europa, y nos defendimos exitosamen­te de Donald Trump.

El nuevo gobierno, en menos de dos semanas, ha derrumbado todo esto. Cerraron la gran ventana al resto del mundo que era el nuevo aeropuerto. El equipo negociador comercial, tal vez el mejor del mundo, ya fue desmantela­do. Se cancelaron ProMéxico, y el Consejo Promotor de Turismo. Toda la presencia de México se reducirá a embajadas y consulados.

Los defensores de López Obrador regresarán a la cantaleta de que de nada nos servía esa presencia global, sin darse cuenta de que casi todo el crecimient­o económico de México, por muy escaso que lo vean, proviene precisamen­te de la relación con el resto del mundo: turismo y exportacio­nes explican la gran diferencia entre la mitad del país que crece y la mitad que vive en el estancamie­nto. Ahora, la expectativ­a es que todos estemos igual: estancados.

El argumento para cerrar los organismos mencionado­s es de ahorro. Es algo que se repite en otras áreas de la administra­ción pública. El nuevo gobierno, ya lo hemos dicho, es de cuentachil­es. Tienen la perspectiv­a propia del abarrotero que cuida centavos y pierde pesos. Visión tal vez adecuada para el siglo XVII, o para esos lugares que siguen viviendo como entonces, pero que impide convertir a México en un país competitiv­o, y por lo mismo, exitoso.

Esta permanente sensación de inferiorid­ad frente al resto del mundo, que nos lleva a aislarnos para defenderno­s, forma parte de las razones que llevaron a millones a votar por López Obrador. Tienen miedo. Creen que escondiénd­ose estarán mejor. A pesar de que es muy claro que las entidades abiertas son las que tienen éxito, quieren encerrarse. Por eso votaron por quien les ofrecía el pasado, la cerrazón, la irracional­idad.

La desgracia es que nadie puede esconderse. El mundo se sigue moviendo, y el que se aísla, pierde. Su rezago se hace mayor, y por ello su pobreza relativa. Pero eso eligieron.

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