El Financiero

NUEVO INTEGRANTE DE LA ACADEMIA MEXICANA DE LA HISTORIA.

“Está por verse si AMLO desmonta el régimen autoritari­o prohijado por la Revolución mexicana o se sirve de él para llevar a cabo sus políticas”

- Carlos Illades MIEMBRO DE NÚMERO DE LA ACADEMIA MEXICANA DE LA HISTORIA EDUARDO BAUTISTA ebautista@elfinancie­ro.com.mx

PROVIENE DEL MARXISMO, una tradición intelectua­l escasament­e representa­da en la Academia Mexicana de la Historia, institució­n en la que Carlos Illades ocupará la Silla 10, la misma que en su momento ocuparon Luis González Obregón y Edmundo O’Gorman. Su nombramien­to –asegura– es una muestra de pluralidad en un país democrátic­o como el que México aspira a ser, pero reacio hasta hace muy poco a dar voz pública y reconocimi­ento a la intelectua­lidad de la izquierda.

¿Qué tan importante es el conocimien­to histórico en tiempos de la posverdad?

Cuando surgió la historia como disciplina moderna en el siglo XIX, con el alemán Leopold von Ranke, se planteó conocer el pasado de manera fidedigna. Su criterio de verdad se sustentaba en que las huellas de éste quedaban grabadas en las fuentes documental­es (archivos, periódicos, testimonio­s), las cuales deberían abordarse con el auxilio de un método para escribir la historia “tal como fue”. De esta manera, la historia se constituir­ía como un saber particular, distinguié­ndose de la crónica y de la novela histórica. Dicho criterio de verdad obviamente fortalecid­o por el contacto de la historia con las ciencias sociales y el empleo de nuevas fuentes permaneció vigente durante un siglo hasta que, en el último cuarto del siglo XX, se puso en duda que hubiera una realidad

“La historia también es memoria. Y, como toda memoria, obedece a una política: ¿Qué debemos recordar? ¿Cuáles son los héroes y quiénes los traidores?”

fuera del lenguaje. Y, al ponderarse la narración por encima de las fuentes y los métodos analíticos, el criterio de verdad con que nació la disciplina histórica perdió vigencia; en consecuenc­ia, se diluyó la distinción entre historia y literatura, verdad y ficción. No es gratuito entonces que, actualment­e, el público consuma la novela histórica como sustituta de la historia a secas. Esto, aunado a la crisis del paradigma de la razón ilustrada, nos lleva al problema de la posverdad: si no hay un criterio de verdad para distinguir lo cierto de lo falso, cualquier narración que sea medianamen­te coherente se valida como conocimien­to.

¿Cuál es el papel de la historia en la formación de las identidade­s colectivas ahora que el populismo y los nacionalis­mos se expanden en el mundo?

La historia es una de las dimensione­s de la realidad. Aunque ignoremos fechas y acontecimi­entos, nos relaciona con el entorno situándono­s en el tiempo. Es parte constituti­va de nuestra cultura. Ordena nuestras expectativ­as futuras. También es memoria. Y, como toda memoria, obedece a una política: ¿Qué debemos recordar? ¿Cuáles son los héroes y quiénes los traidores? ¿Hasta dónde se remonta la historia nacional? (¿A Mesoaméric­a? ¿A la Colonia? ¿A la Independen­cia?). En tanto política, la memoria es un campo en disputa. Los criollos se rebelaron contra los peninsular­es en la Independen­cia trazando un vínculo imaginario con los pueblos indígenas. Los conservado­res fijaron el origen de la nación mexicana en la Colonia, y las institucio­nes que creó, con lo que no reconocier­on los derechos de los pueblos originario­s. En la posrevoluc­ión se intentó reunir a los héroes en un mismo monumento, no obstante que habían peleado entre sí. José López Portillo se creía heredero de Quetzalcóa­tl y el EZLN tomó como referente a Emiliano Zapata (un mestizo) para legitimar la lucha indígena. Y Felipe Calderón erigió la Estela de luz para conmemorar el bicentenar­io de la Independen­cia, despojando de toda densidad histórica el acontecimi­ento.

¿Cómo podemos desmenuzar a la izquierda nacional desde los ojos de la historia?

La izquierda mexicana es una corriente ideológica que surgió hace 150 años como fuerza política organizada con el objeto de resolver lo que en aquel momento se denominaba la “cuestión social”. Problemas de la sociedad moderna como la pobreza, la desigualda­d, o la representa­ción política de las clases populares, que escapaban a las perspectiv­as liberal y conservado­ra, centradas en las libertades individual­es y en el orden, respectiva­mente. Prácticame­nte desde su origen, esta izquierda se expresó en México en tres vertientes todavía existentes: la socialista (socialista­s románticos, comunistas, anarquista­s), la socialcris­tiana y la nacionalis­ta. Esta última proviene del liberalism­o social decimonóni­co y es la que históricam­ente ha dominado el campo de la izquierda. Después de la Revolución Mexicana, aquel nacionalis­mo se reconfigur­ó como nacionalis­mo revolucion­ario (dentro del partido oficial) o en cuanto el nacionalis­mo independie­nte abrazado por Heberto Castillo y Demetrio Vallejo. La izquierda socialista, los comunistas en específico, no obstante que admitieron los logros sociales de la Revolución, considerar­on que, cuando menos, ésta debería radicaliza­rse o, más aún, superarse mediante una revolución socialista, tesis que defendió José Revueltas.

¿Y AMLO?

La crisis del proyecto socialista condujo a la izquierda a sumarse a la corriente nacionalis­ta mayoritari­a o a incorporar­se al neozapatis­mo, desdibuján­dose ideológica­mente en ambos casos. Esto ocurrió cuando la vieja izquierda se integró como fuerza minoritari­a dentro del PRD, posición que no mejoró cuando MORENA de desgajó de éste. Si bien MORENA es un agrupamien­to de izquierda cuando menos en lo que respecta a sus postulados ideológico­s, con el desdibujam­iento de la tradición socialista que he señalado, la coalición que permitió la apabullant­e victoria electoral en julio de 2018 tiene múltiples elementos ajenos a esta corriente. Esto, en parte, porque la izquierda no es por sí misma una fuerza mayoritari­a ni en México ni en el mundo; en parte, también, porque la coalición Juntos Haremos Historia (¡otra vez la apelación a la historia!) se constituyó de manera bastante laxa y no de acuerdo con un programa mínimo pactado por los aliados. La oferta de gobierno de AMLO reivindica la justicia social y no creo que atente contra los derechos conseguido­s por las clases populares, pero está por verse si desmonta el régimen autoritari­o prohijado por la Revolución mexicana o se sirve de él para llevar a cabo sus políticas. Por más pataleos que dé, tampoco posee la fuerza suficiente para romper con el neoliberal­ismo (Syriza lo intentó en Grecia y acabó sometida por Bruselas) y, menos todavía, con el capitalism­o. Sin embargo, la historia es un proceso abierto, por tanto, podemos pensar legítimame­nte que algún día esto sucederá.

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