El Financiero

Roma traducida

- Javier Risco Opine usted: nacional@ elfinancie­ro.com.mx @jrisco

De los creadores de Jungla de Cristal (Duro de matar), A todo gas (Rápido y furioso) y la maravillos­a Olvídate de mí (El eterno resplandor de una mente sin recuerdos), esta semana nos llegó “Roma subtitulad­a al español de España”. Cuesta creer que una empresa como la que distribuye la cinta y que prácticame­nte encarna la ruptura y la vanguardia de los medios en nuestra época, haya encargado a profesiona­les que se embarcaran en el desafío filosófico de traducir una película a la misma lengua en la que esta fue rodada.

¿Cómo llegamos a eso? Es un debate complejo que tiene más capas que una cebolla. En España uno no dice que habla español, ya que en ese territorio se hablan muchas lenguas distintas y variantes dialectale­s de cada una de ellas, así que decir que el idioma de España es el español es entrar en el equivalent­e grave, pesado y aburrido de nuestro eterno debate de si la quesadilla debe llevar queso o no.

El idioma que aprendimos en América es una variante del castellano, una más de las mu- chas lenguas que se hablan en España.

Le he dado muchas vueltas y confieso que me costó entender la insólita decisión, misma que afortunada­mente ha sido retirada por la empresa de strea- ming al ver las respuestas que había provocado, pero que aún se mantiene en las salas de cine españolas.

Un amigo mío que es chileno –o sea que le entiendo la mitad de las cosas que dice a la primera y sólo las tres cuartas partes cuando me las repite–, hablando de este tema, me contó que a él le tocó ver el filme NO (Pablo Larraín, 2012) estando en España y que no había ninguna traducción para esa película, ya que a pesar del acento y de los muchos “chilenismo­s” que tiene, se cuenta sola.

He leído muchos hilos de Twitter y opiniones en prensa de toda clase de voces acerca de este asunto, más de alguna rayando en la indignació­n –con justa razón– y otras que entran en terrenos más escarpados como la colonizaci­ón, los estados y otras heridas supurantes y que suelen salir a colación frente a este tipo de arbitrarie­dades y sinsentido­s. Esperemos, tal como dijo el secretario general de la Asociación de Academias de la Lengua Española, Francisco Javier Pérez, al diario El País, que no haya mala intención detrás de esto y sobre todo que no se cree un precedente. Pero más allá de nuestros orgullos heridos, aún me resuena lo dicho por el propio Cuarón al respecto: es una decisión parroquial, ignorante y ofensiva para los propios españoles. Ignorante. Lamentable­mente sí. Y es que en España es común encontrars­e en medio de una conversaci­ón con el término sudaca, adjetivo que etiqueta a todo lo latinoamer­icano, porque allá hay veces que pasan de largo nuestras costosas identidade­s, por lo que aquellos que toman estas grandes decisiones lo hacen pensando en esa masa que ni siquiera nos diferencia. Ofensivo para los propios españoles. Definitiva­mente y en toda la extensión del término. En sus salas se doblan al castellano absolutame­nte todas las cintas, una herencia de su dictadura para ejercer un control obsesivo –al grado de censurar y cambiar tramas radicalmen­te–, invitando al espectador a realizar el esfuerzo de sólo ir a mirar la pantalla. Frente a esta lógica, subtitular Roma les hace un doble daño, ya que además de negarles la posibilida­d de entender nuestra variante idiomática, los obliga a mirar y leer una obra que sin duda debe ser disfrutada solamente. ¿Para qué caer en el tortuoso laberinto de la traducción de un necesario “¡Viva Roma, cabrones!”?

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