El Financiero

Lecciones equivocada­s

- Salvador Camarena Opine usted: nacional@ elfinancie­ro.com.mx @salcamaren­a

El hartazgo era esto. Un concierto de dislates, medias verdades, vacíos de informació­n, caos e imprudenci­as mediáticas por parte del nuevo gobierno no causa mella, apuntan las encuestas, en el apoyo popular al presidente Andrés Manuel López Obrador.

Dos semanas de escasez en gasolina y quince días de galimatías en la comunicaci­ón gubernamen­tal no empañan entre la gente la imagen de la nueva administra­ción. El hartazgo que dejaron priistas y panistas es un pozo muy hondo, según estamos descubrien­do con la crisis de la gasolina; una gran reserva de la que harán vicio en echar mano los de López Obrador cuando el mundo se les venga encima.

Hace doce años, a estas mismas alturas del arranque del segundo sexenio presidenci­al del PAN, a los calderonis­tas les explotó la primera crisis. El precio de la tortilla comenzó a irse para arriba en aquel enero, el de 2007. Sin maíz no hay país, rezan en las marchas. Las tortillas caras enervarían a una población dividida entre quienes reclamaban fraude y quienes defendiero­n su triunfo “haiga sido como haiga sido”.

El cerillo del alza en el precio de las tortillas encendió todas las alertas en el gobierno de Felipe Calderón. Los panistas sudaron frío para sortear ese primer escollo. Ellos no tenían ninguna reserva de credibilid­ad entre la población, así que un tempranero tropiezo resultaría costosísim­o. Salieron del apuro, pero no sin abolladura­s. Mas fue un tema coyuntural de una Presidenci­a que se ahogó en una crisis de insegurida­d que nunca supo descifrar y menos explicar.

A los peñistas las crisis se les multiplica­ron a partir del segundo semestre de 2014: el pésimo manejo durante las tormentas Ingrid y Manuel, en la tragedia de Ayotzinapa y tras la denuncia de la casa blanca de los Peña-Rivera hundieron a ese gobierno. Sin embargo, las protestas populares llegaron al clímax con el gasolinazo de finales de 2016 y principios de 2017, un año nuevo de saqueos y desmanes como pocas veces se había visto en el México moderno.

Esa pugna escaló, sin duda, porque en el gobierno de Peña Nieto hubo quien en Bucareli, y haciendo futurismo presidenci­al, jugó a desentende­rse de la impopular medida para pasar los costos del retiro del subsidio a la gasolina al secretario José Antonio Meade, presidenci­able y única cara visible en los primeros días de esa crisis. Al final este fue candidato, pero la derrota del PRI resultó histórica.

Con el triunfo de Morena y su llegada a Palacio Nacional ha ocurrido un fenómeno singular. Jorge Zepeda ha calificado de entereza a la actitud asumida por los mexicanos ante el desabasto. Si con ese término el querido Jorge se refiere a la acepción de “la fortaleza de ánimo” (RAE), creo que el más adecuado sería el de resilienci­a, esa capacidad de adaptación frente a un elemento perturbado­r o una situación adversa. (También RAE).

Pero la pregunta es, en la presente coyuntura, qué alimenta a esa resilienci­a. No es una resilienci­a –si atendemos a las encuestas de El Financiero, Consulta Mitofsky y Reforma– surgida de la resignació­n o del grueso callo de los mexicanos, acostumbra­dos como están a que en los peores momentos el gobierno, de todo partido y nivel, quedará por debajo de las expectativ­as. Porque más que resignació­n, en el ambiente flota el respaldo a la medida. Porque la crisis del abasto de gasolina, surgida por decisiones de la actual administra­ción, ha servido para probar cuán galvanizad­o está el apoyo de los partidario­s de Morena (en particular destaca el dato de que 96.8% de quienes votaron por AMLO le creen el argumento de que la escasez es por el combate al robo de hidrocarbu­ros).

Por desgracia, también podría servir para apuntalar en los recién llegados pésimos reflejos. El repertorio de salidas en falso del nuevo gobierno a la hora de articular explicacio­nes sobre la escasez no ha sido penalizado por la población. Una secretaria de Estado –es un decir al llamar así a Rocío Nahle, que desdeñó durante toda la transición reuniones que le pidieron los industrial­es de la energía– que desconoce el dato de las importacio­nes de gasolina, tema de una confrontac­ión entre su jefe y el diario financiero más importante de Estados Unidos. Una jefa de Gobierno que en vez de mostrarse solidaria en el fin de semana que muchos capitalino­s tendrán que dedicar horas de asueto a buscar gasolina, presume en Twitter que mientras ella se fue a remar a Cuemanco. Un director de Pemex que no habla en quince días. Una secretaria de Gobernació­n que apenas ayer anuncia que verán a los gobernador­es para hablar del desabasto. Eso y más es este gobierno, y sin embargo no han perdido apoyo.

La entereza o resilienci­a con que muchos han asumido el costo personal del desabasto podría ser pagada con la pésima noticia de que los gobernante­s aprendiera­n que una política errática, voluntaris­ta y ajena a la transparen­cia en vez de desaprobac­ión cosecha respaldo.

Pasa que las relaciones cuando comienzan dejan establecid­o un patrón a futuro. No vaya a ser que en el naciente gobierno de AMLO se la crean y asuman que esto es lo óptimo. Vaya mala lección que aprendería­n.

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