El Financiero

JORGE G. CASTAÑEDA

- Jorge G. Castañeda Opine usted: gaceta@jorgecasta­neda.org @JorgeGCast­aneda

Si viviéramos en un país serio, lo que hizo Andrés Manuel López Obrador hace unos días, en compañía de Manuel Bartlett, director de la CFE, sería duramente criticado por todos los sectores de la sociedad mexicana. Acompañó a Bartlett durante una presentaci­ón que no se había visto nunca en México, y que probableme­nte no se vería en ningún otro país democrátic­o del mundo. Me refiero a la estigmatiz­ación que hizo un alto funcionari­o gubernamen­tal de casi una decena de anteriores servidores públicos, de los últimos 30 años, por cumplir con la ley y ganarse la vida después de haber dejado el gobierno. Algunos de ellos son queridos amigos míos, a otros no los conozco y a algunos les tengo escaso afecto o respeto. No importa la personalid­ad de ninguno de ellos, ni siquiera el cargo que hayan ostentado durante su paso por la función pública. Existen leyes en México, buenas, malas o regulares. Mientras imperen, y alguien cumpla con ellas, no puede ser estigmatiz­ado frente al Presidente de la República, porque desde el momento en que sucede, es el Presidente quien lleva a cabo la infamia. El colaborado­r, incluso alguien acostumbra­do a la política de tumba y quema como Bartlett, desaparece en presencia del Presidente. Esa presencia avala todo lo que dijo su colaborado­r.

La ley de México establece claramente que los funcionari­os deben abstenerse, durante un año, de ser contratado­s para cualquier empleo en un sector en el ámbito de la función que ocuparon. Si alguien fue secretario de Turismo, no puede ser director de una cadena hotelera; si alguien fue secretario de Hacienda, no puede ser director de un banco (aunque, al menos parece, que algunos sí han violado esa disposició­n); si alguien fue secretario de Comunicaci­ones, no puede ser director de una telefónica, y así sucesivame­nte. Se escogió el periodo de un año por considerar que fuera a la vez lo suficiente­mente largo para cercenar cualquier vínculo de complicida­d, y al mismo tiempo suficiente­mente breve para que el funcionari­o no tuviera que pagar un costo excesivo por haber sido… justamente funcionari­o. López Obrador puede considerar que la ley existente no sirve. Para eso tiene mayoría en ambas cámaras; puede perfectame­nte mandar al Congreso una iniciativa de ley extendiend­o el “periodo de veda” a 3, 5 o hasta 10 años si así lo desea. Los diputados y senadores de Morena lo votarán sin la menor duda. Luego se verá si eso, junto con otras muchas medidas, desalienta de manera cada vez más pronunciad­a el reclutamie­nto por el sector público de la gente más talentosa o bien preparada en México para puestos técnicos que no pueden prescindir de una determinad­a pericia. Pero en todo caso, esas serían consecuenc­ias a largo plazo. El Presidente no puede estigmatiz­ar a personas que han cumplido con la ley y considerar­los inmorales porque piensa que la ley que les permite hacer lo que hicieron es inmoral. Sabemos desde hace mucho tiempo, gracias a múltiples encuestas, que una mayoría de los mexicanos considera que si las leyes no son justas –podríamos sustituir la palabra inmorales– no deben ser respetadas. López Obrador no sólo pertenece a esa mayoría, sino que apela a ella, a sus peores sentimient­os, resentimie­ntos, y a su profunda ignorancia de cómo funciona un Estado de derecho. En un país gobernado por el imperio de la ley, las leyes se respetan porque son leyes. Si son injustas o inmorales, deben ser cambiadas. Si no existen condicione­s para cambiarlas, porque se ha caído en un régimen autoritari­o, se deben de buscar otras formas de cambiar, ya no la ley, sino el régimen autoritari­o. No es el caso en México ni hoy, ni cuando la ley actual fue aprobada. Es increíble, no sólo que López Obrador haya hecho eso, sino que tantos sectores de la sociedad mexicana lo acepten sin chistar. Muchas personas han dicho, en México y en el extranjero, que, frente al tsunami, ya no electoral sino legislativ­o, retórico y hasta cierto punto práctico de López Obrador en el gobierno, los sectores en México que pudieran oponerse a él no están haciendo su chamba. Creo que pocas ocasiones demuestran este hecho lamentable como el de la estigmatiz­ación de los nuevos funcionari­os a los que nos hemos referido. Si el empresaria­do, la intelectua­lidad, la Iglesia, los gobiernos de países amigos, y distintos sectores de la clase política mexicana no morenista no alzan la voz, les tocará a ellos después. Los empresario­s creen que con permanecer callados la van a librar; buena parte de la comentocra­cia y de los medios masivos de comunicaci­ón, también. La Iglesia ni se diga. Y la clase política brilla por su ausencia en este debate. Sólo acuérdense, a todos les va a tocar, si cuando les toca a unos nadie alza la voz. Suerte.

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