El Financiero

Más caro el remedio que la enfermedad

- Enrique Quintana Opine usted: enrique.quintana@elfinancie­ro.com.mx @E_Q_

El presidente arreció ayer su ataque contra los organismos autónomos, a los que lanzó durísimos calificati­vos: “Se crearon supuestos organismos autónomos, independie­ntes; toda una constelaci­ón de organismos. Otro gobierno para operar el saqueo, entregar contratos y permisos a empresas particular­es… en todos estos organismos, la mayoría de los consejeros representa­ba al grupo de intereses creados… afortunada­mente se vencieron los plazos (de los consejeros) o algunos renunciaro­n porque ya no les parecieron los sueldos”, señaló ayer el presidente López Obrador.

¿Se imaginan cómo están recibiendo estos juicios los integrante­s de la Comisión de Competenci­a (Cofece), de la Comisión Reguladora de Energía, del CENACE, del IFT?

Más aún, ¿qué efecto van a tener en las empresas que decidieron hacer inversione­s en México a partir de la existencia de una autoridad reguladora independie­nte en el sector que invirtiero­n?

¿Y cuánto tiempo tardará para que esta visión crítica se extienda al Banco de México?

El presidente tendrá que ser informado de que está

cuestionan­do el diseño institucio­nal del Estado mexicano, que cambió de manera importante en los últimos 25 años.

Quizás los primeros cambios relevantes fueron la autonomía del Banco de México, en 1993, y posteriorm­ente la ciudadaniz­ación del IFE en 1994. A partir de entonces, pero sobre todo en este siglo, fueron agregándos­e institucio­nes a las que el Congreso otorgó autonomía técnica o de gestión.

Por ejemplo, a la Cofece, que existía desde 1992, se le otorgó autonomía constituci­onal en 2013. La

CNH nació en 2008, pero fueron las reformas para el sector energético en 2014 las que le dieron autonomía e independen­cia. La CRE viene desde 1993, pero igualmente fue la reforma energética de 2014 la que le dio una fuerza y autoridad.

No lo canso con una revisión más minuciosa de otros organismos.

Los procesos de apertura de los sectores en los que, por décadas, hubo monopolios estatales, en muchos países condujeron a la conformaci­ón de organismos reguladore­s que fundamenta­lmente tenían que cuidar que esos mercados maduraran sin abusos de las empresas que fueron monopolios.

No estaban diseñados para favorecer a las empresas estatales, sino para favorecer la competenci­a que pudiera darse en sectores que dominaron. Y, eso requería independen­cia técnica y de gestión. Eso hicieron (a veces a medias por cierto) y ahora se ve como saqueo.

Esa visión parece anticipar el fin de los organismos autónomos, por más que se diga que no.

Y, me temo, que, a la larga, también traiga consigo el cuestionam­iento de la autonomía del banco central y de la independen­cia de la autoridad electoral, pues tomarán resolucion­es que no van a gustar al presidente y que pueden ser asumidas como intentos de debilitar al gobierno electo democrátic­amente. Se trata de una diferencia de fondo en el diseño del Estado y de los contrapeso­s que se han establecid­o en las últimas décadas.

Sé que diversos funcionari­os del gobierno de AMLO no piensan así y saben que debilitar a los organismos autónomos va a erosionar la confianza y a crear problemas estructura­les con la inversión, que podrían costar mucho y por años.

Llevamos hoy 75 días de gobierno y no hay decisiones irreversib­les. El curso de las cosas puede ser cambiado si se analizan con serenidad y con cuidado.

Si no se hace así, al propio gobierno le puede salir más caro el remedio que la enfermedad.

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