Desgravar para crecer
En su discurso sobre el Estado de la Unión la semana pasada, el presidente Donald Trump se ufanó del progreso material de su país, atribuyéndolo a su gestión. Desde luego no existe el ”milagro económico” que alega, pero en general son verdaderos los datos que presenta en cuanto a mayor crecimiento y empleo. También sobre el notable incremento en la producción de petróleo y gas, que tiende a la autosuficiencia. Sin embargo esas cifras confirman una tendencia que se originó hace una década, luego de la crisis financiera mundial. Y la expansión de los hidrocarburos es consecuencia de una política de liberación del sector continuada por las tres últimas administraciones. Seguramente la desgravación y la desregulación, así como el proteccionismo comercial promovidos por el actual presidente, tuvieron algo que ver; lo que no sabemos es cuánto y en qué sentido.
La reforma fiscal apenas lleva vigente un año. Redujo la tasa marginal que pagan los corporativos del 35 al 21%; a las personas físicas les puso un tope del 37% y les duplicó el crédito fiscal por dependientes. Como ha sucedido en los últimos tiempos, no se pudo conseguir un acuerdo bipartidista y salió sólo con el respaldo de los republicanos, que la valoraron como “la más importante pieza de legislación que el Congreso ha pasado en décadas para ayudar al trabajador americano y para impulsar la economía” (según el entonces vocero de la Cámara de Representantes, Paul Ryan). En cambio, para los demócratas favoreció desproporcionadamente a los ricos y a las empresas; fue “la peor ley de la historia, el saqueo de América, un robo a gran escala a la clase media” (según la entonces líder de la minoría Nancy Pelosi). En todas las latitudes y épocas los políticos encuentran la forma de atribuirse la prosperidad o de disculparse por el estancamiento y la recesión. Lo cierto es que muchas veces eso tiene poco que ver con su participación. La dinámica económica depende de miles de decisiones, tomadas por los agentes económicos de acuerdo a sus propios intereses y expectativas. Tan importantes son las acciones gubernamentales (leyes, sentencias y programas) como las de la banca, las empresas y los hogares. Influidas además por fenómenos naturales o sociales y por lo que acontece en otros países, en donde es difícil que intervengan.
REPOSTERÍA ECONÓMICA
En 1975 el economista Arthur Okun, exasesor del presidente Lyndon Johnson, publicó su ensayo “Igualdad y eficiencia: el gran intercambio”. Argumentaba que al utilizar los impuestos y transferencias de riqueza para igualar, el gobierno distorsiona los incentivos. Decía metafóricamente que cuanto más trata de asegurar que el pastel se reparta en porciones de tamaño similar, más pequeñas se vuelven las rebanadas. Con base en ese argumento, a partir de entonces los republicanos decidieron que su prioridad es hacer más grande el pastel. Por esos años Arthur Laffer ya había popularizado su famosa gráfica, una curva que muestra que las tasas impositivas pueden llegar a niveles tan altos que al recortarlas se puede producir suficiente crecimiento como para compensar los fondos perdidos. En ese escenario el tradeoff entre igualdad y eficiencia se desvanece. El gobierno puede al mismo tiempo beneficiar a los causantes, maximizar sus ingresos e impulsar el crecimiento (y así poder seguir ayudando a los menos afortunados); todos salen ganando.
Los republicanos, partidarios de la restricción y la disciplina fiscal se manifestaron entonces por la disminución radical de la carga tributaria y del gasto público para empujar la oferta y vencer a la inflación, que se había disparado. Con esa divisa llegó Ronald Reagan a la Casa Blanca en 1981, comprometiéndose de inmediato con el abatimiento de las contribuciones, que tenían tasas por arriba de 70%, similares a las de Europa Occidental. Si bien el gasto no bajó y el déficit se agravó, hubo menos inflación y más producción.
El presidente George W. Bush lo volvió a intentar en 2003 y efectivamente se registraron mayores ingresos a las arcas del Tesoro y un PIB elevado. Sin embargo no hay evidencia concluyente que demuestre una relación causal entre esos resultados y el recorte impositivo, sobre todo porque tanto ese como el actual son modestos en comparación con los de Reagan. Hasta ahora la inversión no ha crecido en forma importante y el déficit sigue su propensión alcista. Trump no puede cantar victoria.