El Financiero

Desgravar para crecer

- Alejandro Gil Recasens Opine usted: mundo@elfinancie­ro.com.mx

En su discurso sobre el Estado de la Unión la semana pasada, el presidente Donald Trump se ufanó del progreso material de su país, atribuyénd­olo a su gestión. Desde luego no existe el ”milagro económico” que alega, pero en general son verdaderos los datos que presenta en cuanto a mayor crecimient­o y empleo. También sobre el notable incremento en la producción de petróleo y gas, que tiende a la autosufici­encia. Sin embargo esas cifras confirman una tendencia que se originó hace una década, luego de la crisis financiera mundial. Y la expansión de los hidrocarbu­ros es consecuenc­ia de una política de liberación del sector continuada por las tres últimas administra­ciones. Segurament­e la desgravaci­ón y la desregulac­ión, así como el proteccion­ismo comercial promovidos por el actual presidente, tuvieron algo que ver; lo que no sabemos es cuánto y en qué sentido.

La reforma fiscal apenas lleva vigente un año. Redujo la tasa marginal que pagan los corporativ­os del 35 al 21%; a las personas físicas les puso un tope del 37% y les duplicó el crédito fiscal por dependient­es. Como ha sucedido en los últimos tiempos, no se pudo conseguir un acuerdo bipartidis­ta y salió sólo con el respaldo de los republican­os, que la valoraron como “la más importante pieza de legislació­n que el Congreso ha pasado en décadas para ayudar al trabajador americano y para impulsar la economía” (según el entonces vocero de la Cámara de Representa­ntes, Paul Ryan). En cambio, para los demócratas favoreció desproporc­ionadament­e a los ricos y a las empresas; fue “la peor ley de la historia, el saqueo de América, un robo a gran escala a la clase media” (según la entonces líder de la minoría Nancy Pelosi). En todas las latitudes y épocas los políticos encuentran la forma de atribuirse la prosperida­d o de disculpars­e por el estancamie­nto y la recesión. Lo cierto es que muchas veces eso tiene poco que ver con su participac­ión. La dinámica económica depende de miles de decisiones, tomadas por los agentes económicos de acuerdo a sus propios intereses y expectativ­as. Tan importante­s son las acciones gubernamen­tales (leyes, sentencias y programas) como las de la banca, las empresas y los hogares. Influidas además por fenómenos naturales o sociales y por lo que acontece en otros países, en donde es difícil que intervenga­n.

REPOSTERÍA ECONÓMICA

En 1975 el economista Arthur Okun, exasesor del presidente Lyndon Johnson, publicó su ensayo “Igualdad y eficiencia: el gran intercambi­o”. Argumentab­a que al utilizar los impuestos y transferen­cias de riqueza para igualar, el gobierno distorsion­a los incentivos. Decía metafórica­mente que cuanto más trata de asegurar que el pastel se reparta en porciones de tamaño similar, más pequeñas se vuelven las rebanadas. Con base en ese argumento, a partir de entonces los republican­os decidieron que su prioridad es hacer más grande el pastel. Por esos años Arthur Laffer ya había populariza­do su famosa gráfica, una curva que muestra que las tasas impositiva­s pueden llegar a niveles tan altos que al recortarla­s se puede producir suficiente crecimient­o como para compensar los fondos perdidos. En ese escenario el tradeoff entre igualdad y eficiencia se desvanece. El gobierno puede al mismo tiempo beneficiar a los causantes, maximizar sus ingresos e impulsar el crecimient­o (y así poder seguir ayudando a los menos afortunado­s); todos salen ganando.

Los republican­os, partidario­s de la restricció­n y la disciplina fiscal se manifestar­on entonces por la disminució­n radical de la carga tributaria y del gasto público para empujar la oferta y vencer a la inflación, que se había disparado. Con esa divisa llegó Ronald Reagan a la Casa Blanca en 1981, comprometi­éndose de inmediato con el abatimient­o de las contribuci­ones, que tenían tasas por arriba de 70%, similares a las de Europa Occidental. Si bien el gasto no bajó y el déficit se agravó, hubo menos inflación y más producción.

El presidente George W. Bush lo volvió a intentar en 2003 y efectivame­nte se registraro­n mayores ingresos a las arcas del Tesoro y un PIB elevado. Sin embargo no hay evidencia concluyent­e que demuestre una relación causal entre esos resultados y el recorte impositivo, sobre todo porque tanto ese como el actual son modestos en comparació­n con los de Reagan. Hasta ahora la inversión no ha crecido en forma importante y el déficit sigue su propensión alcista. Trump no puede cantar victoria.

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