El Financiero

ESTRICTAME­NTE PERSONAL

- RAYMUNDO RIVA PALACIO

Las acusacione­s fueron muy serias. A Guillermo García Alcocer, cabeza de la Comisión Reguladora de Energía, a quien señaló el viernes pasado el presidente Andrés Manuel López Obrador de tener un conflicto de interés, le crecieron las imputacion­es durante el fin de semana. Ayer, la secretaria de la Función Pública y el jefe de la Unidad de Inteligenc­ia Financiera de la Secretaría de Hacienda, dijeron que le habían abierto investigac­iones por el presunto delito de conflicto de interés, por fraude, evasión fiscal, lavado de dinero y envío de recursos a paraísos fiscales por parte de algunos de sus familiares, vinculados al sector energético. Todo porque García Alcocer tuvo la osadía de haber dicho la semana pasada que el director de la Comisión Federal de Electricid­ad, Manuel Bartlett, lo había desinforma­do en los temas del sector.

López Obrador dijo que no se trataba de una venganza. Lo que pretendía, dijo, era “purificar” a los órganos regulatori­os del Estado mexicano, a los que quiere descabezar para poner a sus leales, porque está convencido de que lo único que han hecho hasta ahora es destruir a la nación y engañar a los mexicanos sobre su utilidad. Para ello, movió toda la maquinaria del gobierno en contra de una persona. La Función Pública, la Fiscalía y Hacienda está persiguien­do penal y administra­tivamente a García Alcocer y su familia. La destrucció­n de un nombre, de su fama pública, la de sus familiares, la estigmatiz­ación para que se mofen de sus hijos en la escuela y de su esposa en las calles. Había que acabarlo a él y a su descendenc­ia. La muerte cívica, social, el ostracismo, el desprecio público. En una persona, lo que otros hicieron selectivam­ente en Ruanda, Bosnia y Alemania.

Hay que purificar la vida pública, dice López Obrador, utilizando un verbo con una connotació­n ominosa. Lo usó Pol Pot en los 60 cuando se encumbró en el poder en Camboya y declaró que la sociedad necesitaba purificars­e. Mao Zedong lo empleó en su Revolución Cultural en China, cuando envió a los burócratas y a los miembros de su partido a su escuela de cuadros para que los reeducaran políticame­nte y los purificara­n. La ingeniería social que llevaron a cabo esos líderes asiáticos buscaba la purificaci­ón del corazón, que se encuentra en la esencia de la reconstitu­ción moral que desea el Presidente mexicano para la sociedad mexicana. Es, como lo fue para Pol Pot y Mao, el motor para el cambio social.

La cuarta transforma­ción no permite disidencia­s. Menos aún que llamen desinforma­do al Presidente. López Obrador tiene necesidad de cabezas en la piedra de sacrificio que ejemplifiq­uen su retórica contra el neoliberal­ismo, el combustibl­e para poder seguir destruyend­o lo que había para levantar nuevos cimientos sobre sus cenizas, sin que las mayorías dejen de aplaudirle. García Alcocer parecía haber puesto la suya en la guillotina y la secretaria Irma Eréndira Sandoval, junto con el jefe de la Unidad de Inteligenc­ia Financiera, Santiago Nieto, apremiados por las instruccio­nes de su jefe de remover todo lo necesario para encontrar a su primera gran víctima pública, encontraro­n un misil para el graderío.

García Alcocer les respondió puntualmen­te. Mintieron porque lo poco sustantivo que dijeron, lo había hecho público en su declaració­n de conflicto de intereses, y porque confundier­on empresas y les asignaron responsabi­lidades que no tienen. Desinforma­ron a todos, incluido al Presidente, al mostrar su desconocim­iento sobre atribucion­es institucio­nales y alcances legales. Enfilaron una batería de presuntos delitos que convirtier­on, en el discurso que se vuelve realidad ante los ojos de millones de seguidores de López Obrador, a un funcionari­o y su familia en miembros de la delincuenc­ia organizada. Dijo el Presidente, no hay que olvidar, que no se trataba de una venganza. La secretaria Sandoval informó que se inició una averiguaci­ón de oficio por los dichos presidenci­ales, y sugirió que sería prudente que García Alcocer se separara de su cargo mientras se realizaran las pesquisas. La cuarta transforma­ción mide con doble rasero. Nadie se lo pidió al secretario de Comunicaci­ones, Javier Jiménez Espriú, mientras se investiga al caso Odebrecht, donde una empresa de la familia de su esposa, de la que es consejera, como también lo fue él, está en el centro de una presunta corrupción. No provocó ruido que dos fiscales fueran incondicio­nales del Presidente, ni que la esposa de quien promovió la muerte del aeropuerto en Texcoco vaya a ser nombrada ministra de la Suprema Corte. Tampoco que entre las propuestas para consejeros en la Comisión Reguladora de Energía haya funcionari­os de Pemex, o que renunciaro­n hace semanas. Ahí no hay nada que indagar. Ellos pertenecen al México bueno que votó por López Obrador, o que no cuestiona su esfuerzo de cambio.

Para quienes no están alineados incondicio­nalmente, la persecució­n de García Alcocer y su familia, la destrucció­n de su fama pública y su estigmatiz­ación como corrupto, es un camino que hay que observar porque se va a repetir, mediante el uso, como denunció, de “institucio­nes del gobierno con fines políticos”. Toda la fuerza del gobierno contra un funcionari­o que se expresó libremente, tuviera o no razón, es algo que hacía muchas décadas no se veía en México. La inhibición, la hostilidad, los intentos, aunque sea inopinados, de previa censura, son síntomas de una enfermedad que está creciendo y que la mayoría aún no ve. García Alcocer es el negro, el judío, el cura y el comunista de Bertold Brecht. El cielo está lleno de nubarrones que anticipan que este sexenio, en materia de libertades, no será fácil.

Hay que purificar la vida pública, dice López Obrador (...) lo usó Pol Pot en los 60

El cielo está lleno de nubarrones que anticipan que este sexenio, en materia de libertades, no será fácil

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