UNA INVESTIGACIÓN RIGUROSA QUE REBASA LA CRÓNICA
Proenza fue el brazo derecho de Rivera, no únicamente en el mercado del arte y las relaciones públicas, sino en asuntos personales, incluso domésticos.
AUTOR:
Xavier Guzmán Urbiola
SELLO:
Secretaría de Cultura
AÑO:
2018
Trotsky en Coyoacán. Entre ellas —dice Guzmán Urbiola— había tres coincidencias fundamentales: “Cuba, la militancia comunista y la libertad sexual”.
La derrota de la Segunda República condujo a Teresa Proenza a París, mas el asedio de la Wehrmacht la hizo regresar a La Habana, combinando en la Isla la militancia antifascista con el trabajo en el Ministerio Cubano de Educación. De vuelta a México, en 1947, Proenza reanudó su trabajo en la SEP como maestra de educación media. Un par de años adelante, Teresa y Elena se incorporaron al Consejo Mundial de la Paz, el cual postuló la coexistencia pacífica de los bloques capitalista y comunista en los albores de la Guerra Fría. Esto permitirá a la emigrada cubana relacionarse y trabajar con Heriberto Jara, y tratar a Enrique González Martínez, Luis Cabrera y Diego Rivera, además de hacerse amiga de Frida Kahlo. En calidad de secretaria de redacción de la revista Paz, Proenza interactuó con Nicolás Guillén, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Miguel Ángel Asturias, Efraín Huerta, Gabriel Figueroa y José Mancisidor. Y, en el mismo ánimo internacionalista, la maestra cubana intervino en la creación de la Sociedad de Amistad con China Popular en 1953. Teresa formó parte del círculo íntimo de Frida y Diego. Asistió a Kahlo en la etapa terminal de su enfermedad, tanto por amistad y
cariño como por una “solidaridad existencial profunda” —apunta Guzmán Urbiola—. A la muerte de Frida, Proenza fue el brazo derecho de Rivera, no únicamente en el mercado del arte y las relaciones públicas, sino en asuntos personales, incluso domésticos, o en la toma de decisiones con respecto del Anahuacalli, justo cuando el pintor realizaba su segundo viaje a la Unión Soviética, prolongado por las sesiones de medicina nuclear con la que infructuosamente trató su cáncer. A sugerencia de Kahlo, reforzada por el cariño y el conocimiento profundo del muralista, Teresa se
aventuró a escribir Un hombre de México (Notas para la historia de Diego Rivera), manuscrito inconcluso de alrededor de 100 cuartillas, del que publicó El Nacional un breve adelanto en 1956.
A pesar de que el texto quedó inconcluso, existe en el expediente un dictamen firmado con las iniciales M.G., que recomienda rehacer el texto optando por escribir una biografía novelada, o bien, ser rigurosa en el manejo de los testimonios a modo de no confundir las apreciaciones personales de la autora con las vivencias del ilustre biografiado. No está claro en calidad de qué M.G. evaluó Un hombre de México (Notas para la historia de Diego Rivera). De haber elaborado el informe el el aparato editorial del PCM, acaso la lectura la llevara a cabo el periodista e historiador Mario Gill (seudónimo de Carlos Manuel Velasco Gill), quien fue redactor de La Voz de México, órgano oficial del partido. En cuanto al contenido del manuscrito —apunta Guzmán Urbiola— “las páginas más logradas son las dedicadas a la infancia y fantasías del artista. Redactadas en una tercera persona de aliento empático y afectuoso, esas cuartillas son una especie de mural, como los que Rivera pintó cuando Proenza trabajó con él y ella atestiguó desde su gestación”.
La emigrada cubana formó parte de la red de apoyo al Movimiento 26 de Julio en territorio mexicano y, junto con un par de amigos, se hizo cargo de la embajada isleña cuando cayó Fulgencio Batista. En 1961, la autoridad formal de la legación la nombró agregada cultural, cargo en el que duró dos años. Mientras tanto, Elena Vázquez Gómez fungía como primera secretaria del servicio exterior mexicano. Como si Teresa misma lo buscara, el azar la colocó en el ojo del huracán al escuchar directamente la solicitud de trámite de una visa por parte de Oswald, un mes antes del magnicidio de Dallas. También se sospecha que Proenza fuera el enlace del guerrillero mexicano Mario Héctor Rivera Ortiz con el gobierno cubano a fin de entrenar las guerrillas latinoamericanas en Guerrero y Yucatán, aunque la evidencia empírica es bastante endeble. Rivera Ortiz, sabemos, militó consecutivamente en el PCM, la Liga Leninista Espartaco (encabezada por José Revueltas) y en las Fuerzas Revolucionarias Armadas del Pueblo (FRAP).
Ambas situaciones despertaron sospechas procedentes de todos lados con respecto de la actividad real de Teresa Proenza en México: ¿Espía? ¿Para quién? ¿Agente doble? El gobierno cubano optó por regresarla a la isla, donde la aislaron, procesaron, vivió bajo arresto domiciliario y la rehabilitaron. Un largo periplo que, a diferencia de muchos, ella pudo sortear. ¿O esto fue una cortina de humo para protegerla, como sugiere el autor tras desmenuzar el caso? Teresa regresó a México en 1985 y, en el departamento de la Colonia Nápoles que habitaba al lado de su hermana, Guzmán Urbiola la entrevistó el 12 de marzo de 1986. Producto de ésta, de la amistad sincera entre ambos, de una investigación meticulosa y de una inteligente hermenéutica,
Para que no se olvide es el más convincente alegato en su favor.
Carlos Illades historiador. Profesor titular de la UAM-Cuajimalpa. Autor
de El futuro es nuestro. Historia de la izquierda en México (Océano, 2018)
y de El marxismo en México. Una historia intelectual (Taurus, 2018).