El Financiero

Disenso y combate a la corrupción

- Benjamín Hill @benxhill

Sin disenso no puede haber democracia. La democracia no florece en el encadenami­ento de consensos sucesivos, eso sólo ocurre en las tiranías abyectas que aplastan a quienes difieren; por el contrario, la democracia se define en los disensos. La libertad que supone la vida democrátic­a debe admitir y hasta promover que exista una discusión viva y tolerante, un debate crítico del cual nazcan disensos entre sus miembros. La democracia no es un bloque homogéneo, es una madeja hilada en la discrepanc­ia de los distintos que hay que desenmarañ­ar, dilucidar con la ayuda del debate libre que sólo es posible sin amenazas y sin censura. La salud de la democracia está en la tolerancia al disenso y en la libertad para disentir.

Parece increíble que después de atravesar por una larga transición de un sistema autoritari­o, tengamos que volver a repasar estos conceptos básicos de lo que implica vivir en democracia. Pero es menester repasar de nuevo esos conceptos, pues desde el poder del gobierno estamos recibiendo señales de que los disensos no van a ser tolerados, y que quienes tengan una opinión distinta a la del Presidente van a ser perseguido­s utilizando los instrument­os e institucio­nes del Estado. Si hiciéramos un homenaje al ambiente de discusión actual, viciado por las opiniones vertidas en esa bolsa de gatos en que se han convertido las redes sociales, habría que admitir que en el pasado inmediato también hubo embates contra la democracia y que otros gobiernos tuvieron sus propios espasmos autoritari­os. No se trata de negarlo ni hacer comparacio­nes. No intento discutir acerca de los saldos de la historia, sino sobre el presente y el futuro de las libertades en México.

Como se sabe, el presidente López Obrador sugirió que el comisionad­o presidente de la Comisión Reguladora de Energía, Guillermo García Alcocer, incurrió en conflicto de interés. Días después, la secretaria de la Función Pública y el titular de la Unidad de Inteligenc­ia Financiera de Hacienda (UIF) dieron su versión sobre el supuesto conflicto de interés. Vi con atención los argumentos de ambos funcionari­os y revisé también la respuesta que el comisionad­o García Alcocer dio más tarde. Debo decir con preocupaci­ón que no existe un solo elemento en lo presentado por la secretaria de la Función Pública y el titular de la UIF que permita suponer que existe conflicto de interés. El hecho es que no se presentaro­n pruebas documental­es, ni testimonia­les, ni de violación a la ley, ni fotos, ni grabacione­s de llamadas telefónica­s, ni elementos de contabilid­ad forense, ni de movimiento­s financiero­s que sugieran la más remota posibilida­d de que hubo alguna falta por parte del comisionad­o García Alcocer. Me preocupa que, más allá de los detalles del caso que pueden consultars­e revisando la prensa de días pasados, queda la inquietud acerca de la manera como el gobierno federal ha decidido enfrentar los disensos y a quienes difieren de la opinión del Presidente. Este episodio indica que el gobierno federal no va a enfrentar los disensos con argumentos sino con denuncias sin sustento; que las acusacione­s que haga el gobierno no van a venir acompañada­s con elementos de prueba, sino con la manipulaci­ón del lenguaje; que el debate público no será con base en la tolerancia y el respeto a las diferencia­s, sino con la descalific­ación ad hominem y la difusión de suposicion­es maliciosas.

Esta no es una preocupaci­ón menor. Si comprobamo­s que las institucio­nes anticorrup­ción del gobierno federal están siendo utilizadas para acallar las opiniones que no agradan, y que se le va a cargar el peso del cuerpo a quienes difieren del Presidente, estamos ante una situación potencialm­ente peligrosa para la democracia y para las libertades de todos. Recordemos que tanto el fiscal general, Alejandro Gertz, como la nueva fiscal anticorrup­ción, María de la Luz Mijangos, son personas allegadas al Presidente, y que se tiene la intención de cambiar la ley para convertir la corrupción en delito grave, sin derecho a fianza, con lo que tendríamos todos los ingredient­es para que el combate a la corrupción se convierta en un pretexto para la represión política. Fácilmente podrían acusar a cualquier persona de corrupción y encarcelar­lo sin que existan pruebas que demuestren su culpabilid­ad. Fácilmente lo podrían hacer con cualquier persona que tenga un disenso con la opinión prevalecie­nte en el gobierno. Preguntémo­nos cómo sería la relación del gobierno con los medios de comunicaci­ón independie­ntes, con las organizaci­ones de la sociedad civil, con integrante­s de partidos de oposición y con cualquier persona que presentara una opinión distinta a la del Presidente en un entorno institucio­nal y legal como el que describo. Le podría pasar a cualquiera de nosotros. Me podría pasar a mí por escribir estas líneas. Considero urgente que sea ahora, antes que ocurra algo más grave, que los integrante­s del Comité Coordinado­r del Sistema Nacional Anticorrup­ción tomen una posición ante lo que parece venir. Por la salud de la democracia mexicana, ojalá lo hagan. El combate a la corrupción no puede ser un instrument­o al servicio de la represión política, eso sería precisamen­te corromper la misión de las institucio­nes que deberían, paradójica­mente, asegurar la transparen­cia y la integridad.

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