El Financiero

Inversión y confianza

- Alberto Nuñez Esteva Opine usted: opinion@ elfinancie­ro. com.mx

En teoría, la creación de un Consejo encargado de promover la inversión y el crecimient­o parece una buena idea. Tocará a Alfonso Romo la tarea de coordinar dicho Consejo y entregar resultados positivos. Una de las razones estructura­les que explican las bajas tasas de crecimient­o de la economía es el poco dinamismo de la inversión. Es de sobra sabido que la inversión pública ha sufrido severas contraccio­nes. Pero, lo más preocupant­e, es que la inversión privada (que constituye el componente principal de la formación de capital) tampoco ha dado muestras de dinamismo. De ahí la convenienc­ia de acciones expresamen­te orientadas a promover la inversión productiva. El problema, sin embargo, es que entre los factores determinan­tes del nivel de inversión está la confianza de los inversioni­stas en el gobierno y en las perspectiv­as futuras de la economía nacional. El presidente López Obrador se ha afanado en enviar a los empresario­s mexicanos un mensaje en el que se les invita a colaborar y a tener confianza. En este sentido, el PEF (Presupuest­o de Egresos de la Federación), que cumple con la promesa de un superávit primario, se esgrime como argumento de la seriedad del Presidente para trabajar con el sector privado.

Sin embargo, la confianza va más allá del discurso. Después de las primeras declaracio­nes de AMLO como candidato ganador de las elecciones, el empresaria­do y los mercados financiero­s parecieron concederle el beneficio de la duda. Pero en la medida en que su proyecto políticoec­onómico (estatista y nacionalis­ta) choca frontalmen­te con la visión y las propuestas del sector privado, la confianza deviene un recurso escaso. Decisiones como la cancelació­n del NAIM, la reversión de facto de la reforma energética y de la reforma educativa, así como la ofensiva lanzada contra los órganos constituci­onales autónomos, se han convertido en una importante fuente de incertidum­bre.

En lo político es igualmente clara su voluntad de reconstrui­r el viejo presidenci­alismo todopodero­so, aunque en un contexto distinto al de sus añorados años 60 y 70. La voluntad centraliza­dora y la molestia manifiesta ante toda noción de contrapeso, sea el Poder Judicial, los órganos autónomos o la sociedad civil, anuncia riesgos de involución autoritari­a. Los esfuerzos de la sociedad civil para incidir en la construcci­ón del bien común son desechados. A este respecto, es ilustrativ­o el caso de las estancias infantiles, donde el Presidente ve en la participac­ión de actores privados una tendencia privatizad­ora y neoliberal. Su idea es que el Estado debe controlarl­o todo y así tener una clientela fiel que le garantice continuida­d a su proyecto.

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