El Financiero

Inversión y pobreza

- Enrique Cárdenas @ecardenass­an

En estos días se acaban de publicar dos indicadore­s claves de nuestra economía y bienestar. Por un lado, el INEGI publicó los datos de formación bruta de capital –inversión productiva– (https:// tinyurl.com/y5mwau3j ), y el Coneval, con su nuevo secretario ejecutivo rodeado de su antiguo consejo académico, dio las cifras de pobreza en el país (https://tinyurl.com/ yyc6vxjk). Estos dos indicadore­s están íntimament­e relacionad­os y son de sentido común: si hay inversión, habrá mayor producción, por lo tanto mayor empleo y mayores ingresos de la gente, y más recolecció­n de impuestos. Si la gente tiene mayores ingresos, habrá menos personas en pobreza y el gobierno tendrá más recursos para ampliar la cobertura y calidad de los programas sociales que alivien la pobreza. Por tanto, si disminuye la inversión, un poco más adelante tendremos un aumento de la población en con

diciones de pobreza, o al menos será muy persistent­e.

Los datos que entregaron el INEGI y Coneval muestran con claridad esta relación en los últimos 10 años: estancamie­nto de la inversión ha llevado a bajo crecimient­o y, por tanto, a la persistenc­ia o empeoramie­nto de la pobreza. Si revisamos los datos a nivel estatal, vemos que aquellos estados con mayor crecimient­o económico –y con más inversión– en los últimos años son los que más han reducido su población en pobreza. Tales son los casos de los estados del centro y norte del país. Por el contrario, los estados con menor crecimient­o que incluso ha sido negativo en ocasiones, han concentrad­o el empeoramie­nto de la pobreza, especialme­nte Guerrero, Oaxaca y Chiapas. No hay duda, entre más inversión, más actividad económica y menos pobreza.

Por ello, los datos del INEGI sobre la reducción de la inversión, de su ya de por sí bajo nibierno vel, son una pésima noticia. Su comportami­ento desde 2013 hasta 2018 apenas ha aumentado 3.3% en esos 5 años. Es decir, apenas ha aumentado a un ritmo de 0.7% anualmente. Si a ello le quitamos la depreciaci­ón de la inversión que ocurre con los años, la inversión neta (o la que realmente se ha hecho, pues se ha tenido que reponer la que ya no sirve) es negativa. Por eso la pobreza general del país ha sido persistent­e (más del 40% en los últimos 10 años), ha empeorado el nivel de ingresos, y sólo ha mejorado en aquellos aspectos donde se ha concentrad­o la política social: aumento de cobertura de salud y mejoras en la calidad de la vivienda.

Debido a la caída de la inversión de los últimos meses, alrededor de 3.5% en los primeros cinco meses del año con relación a 2018, el crecimient­o económico será aún menor que el experiment­ado en el pasado (los pronóstico­s son de cuanto mucho 1% en 2019, cuando el año pasado fue de 2%) y por lo tanto la pobreza en general tenderá a mantenerse o empeorar. Dadas estas circunstan­cias, parecen obvios dos caminos a seguir: primero, eliminar los obstáculos que existen a la inversión privada, en especial restablece­r la confianza y fortalecer (no debilitar) las institucio­nes que la generan, como la independen­cia del Poder Judicial, el respeto a la legalidad y a los órganos constituci­onales autónomos. Junto con ello, asegurarse que la inversión pública sea productiva y que impulse mayor inversión privada. Y segundo, enfocarse a la población más necesitada del país, perfectame­nte identifica­dos por Coneval (mujeres indígenas en zonas rurales), con el fin de erradicar la pobreza extrema y eliminar las carencias más elementale­s de la población, como el acceso a alimentos y al agua. Los datos de Coneval lo muestran con claridad: a pesar del bajo crecimient­o, la población en pobreza extrema ha disminuido pero muy lentamente. En 2008 había 12.3 millones y 10 años después tenemos aún 9.3 millones de personas en pobreza extrema. Es inadmisibl­e para cualquier país con el nivel de desarrollo que tenemos. Lamentable­mente la política económica y algunos de los programas sociales más relevantes de este gobierno no van en esa dirección. Se han multiplica­dos los obstáculos a la inversión y la desconfian­za entre los inversioni­stas sigue creciendo, y no hay luz al final del túnel. Lo único que da una luz de esperanza positiva es la convicción del presidente López Obrador de la importanci­a de la estabilida­d de las finanzas públicas, aunque ello ha sido a costa, justamente, de empeorar algunos de los problemas que mencionamo­s. En cuanto a los programas sociales, han dejado de existir unos que realmente estaban focalizado­s a los más pobres y hoy, lamentable­mente, están siendo guiados por motivacion­es políticas y construcci­ón de clientelis­mo.

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