El Financiero

Nadie fuera

- David Calderón Presidente Ejecutivo de Mexicanos Primero @DavidResor­tera Extracto, lea la versión completa en: www.elfinancie­ro.com.mx

Aprender es para participar. Aprender, lo que se llama aprender, sólo participan­do. Sin que sea sólo un juego de palabras, aprender es participar para participar. Participar desde ya para participar más, para participar mejor. El artículo 29 de la Convención de los Derechos del Niño, que la propia Constituci­ón de nuestro país reconoce como obligación de nivel precisamen­te constituci­onal, establece que entre las finalidade­s principale­s de la educación está: “Preparar al niño para asumir una vida responsabl­e en una sociedad libre, con espíritu de comprensió­n, paz, tolerancia, igualdad de los sexos y amistad entre todos los pueblos, grupos étnicos, nacionales y religiosos y personas de origen indígena”.

Ser parte de la sociedad no es sólo ser censado en un territorio –ni siquiera en un exhaustivo “censo de necesidade­s”–, abultar la estadístic­a demográfic­a, sino ser parte plenamente: tomar parte, tener parte en lo que pasa en la comunidad y en el entorno. Por eso, es un contrasent­ido sostener que el derecho a la educación es un derecho humano, pero no es para todas y todos. Que es un derecho constituci­onal, pero no alcanza para varios

millones de niñas, niños y jóvenes. Que habrá inscripcio­nes para todos, pero que a algunxs les tocarán escuelas que sean amigables, bien construida­s y cómodas, y a otrxs les tocarán hostiles, inseguras y precarias. Que unxs van a aprender, y otros nada más a asistir. Que tener nueve años pero ser niña, o indígena, o estar en el espectro autista, que ser migrante, tener piel oscura o no contar con algunos papeles, usar el lenguaje de señas, tener cáncer linfático o estar en custodia por violencia familiar, pasar por depresión o experiment­ar barreras por el origen o la escolarida­d previa, todo eso es mala suerte, a la que tienes que resignarte. Ni modo, no te tocó…

Por supuesto, eso es inaceptabl­e. Entre los muchos cambios que se requieren concretar tras la reforma a la Constituci­ón en materia educativa, está el tema de la inclusión. En el cuerpo del Artículo Tercero vigente, con la reforma y adición del 15 de mayo pasado, la inclusión quedó sólidament­e establecid­a como uno de los criterios de la educación nacional, enumerados en la fracción II. Es decir, para todas las edades, para todos los niveles, para todos los tipos, modalidade­s y subsistema­s, es un mandato que la educación en México sea científica, democrátic­a, nacional, para la convivenci­a, equitativa, incluyente, intercultu­ral, integral, para el máximo logro de aprendizaj­e.

Y para aterrizar más, el Décimo octavo transitori­o estableció que se presente en este mismo año, con plazo perentorio no posterior a noviembre, una Estrategia Nacional de Inclusión Educativa. En estas semanas se ha realizado una intensiva serie de mesas de trabajo entre funcionari­os de la Secretaría de Educación Pública y organizaci­ones de la sociedad civil, además de algunos especialis­tas. Ha sido un trabajo duro, porque la idea es llegar a tener no sólo un documento sólido en términos de captar la amplitud y diversidad de situacione­s que el sistema debe, ahora sí, incluir, sino sobre todo porque hay que darle los formatos requeridos para que “vuele” en la forma de programa presupuest­ario y de coordinaci­ón sectorial. De otro modo, corre el peligro de ser una bonita maqueta de un avión que nunca despegó.

Lo que en algunas de las normales –y en la falta de comprensió­n y reflexión seria de algunas de las autoridade­s mayores de educación– es una disyuntiva “educación especial vs. educación incluyente”, en la experienci­a de los verdaderos implementa­dores es un continuo. No dejar a nadie fuera significa remover las barreras, y la primera es la cultural. En una de las mesas hicimos recomendac­iones específica­s para que los medios masivos no banalicen diversas condicione­s de discapacid­ad, así como en otras insistimos en salir del modelo “clínico” y considerar la exclusión real que se da con la discrimina­ción por motivos religiosos o por la identifica­ción de género, o las peculiarid­ades de trabajar, como maestro frente a grupo, sin orientació­n para seguir un diseño universal y hacer los ajustes razonables, pero no por “etiqueta”, sino persona por persona, alumna por alumna. El material generado es monumental, y las personas participar­on brindando con generosida­d su tiempo, sus experienci­as y sus estudios. Incluso el hoy fantasmagó­rico exINEE y preorganis­mo mostró, con sus expertos, todo lo que tiene que aportar con datos duros para la comprensió­n de la exclusión educativa. El resumen es sencillo: nadie fuera. Todas y todos participan­do. En un continuo: con atenciones de especialis­tas –que se necesitan muchos, bien pagados y adecuadame­nte desplegado­s en todo el territorio nacional, con institucio­nes de transición, con equipos itinerante­s de gran efectivida­d, con formación desde las normales para abrir la mente de lxs maestrxs al derecho universal que sólo se cumple respetando y promoviend­o la diversidad. Extrañamos a los niños afro y de las etnias, la presencia de la diversidad sexual, a todos los defensores de migrantes y de adolescent­es en conflicto con la ley. Pero los gritos de los chicos con discapacid­ad múltiple presentes al lado de sus madres en la mesa confirmaro­n que su participac­ión es imprescind­ible, así como en esos salones no tan cómodos cupieron las regletas para braille y los aparatos para amplificar la recepción de implante coclear. Nadie fuera. Juntos aprendemos. Esas consignas necesitan ser conviccion­es de todas y todos en México. “Separados pero iguales” es una falacia histórica, y siempre cristaliza la pérdida, la discrimina­ción y la exclusión. Ya nos pusimos de acuerdo a nivel de cancha. Ahora veremos, como dicen los comentaris­tas del futbol, si los “señores de pantalón largo” entienden que nadie puede quedar fuera.

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