El Financiero

Gigante adormecido

- Javier Risco Opine usted: nacional@ elfinancie­ro.com.mx @jrisco

En octubre de 2016, William Johnson, presidente de la organizaci­ón nacionalis­ta American Freedom Party, le dio una entrevista a la periodista Julie Connan, de Le Figaro. Le dijo varias cosas interesant­es, la primera era que no le gustaba que le llamaran “supremacis­ta blanco”, que él prefería “nacionalis­ta blanco”, decía que llamarlo racista o supremacis­ta era negativo y perjudicab­a al movimiento. Después se soltó: “Estoy a favor de un Estado blanco y de la balcanizac­ión de Estados Unidos. La inmigració­n en los países blancos ha dejado, durante años, la puerta abierta a los inmigrante­s; y los refugiados han cambiado nuestras normas por las suyas (…). No tengo ningún problema viviendo en Los Ángeles. Me siento más amenazado en los pueblos donde llegan los inmigrante­s”. No lo llamen racista, llámenlo “nacionalis­ta blanco”, insistía. En aquella entrevista, una de las pocas que dio, dijo algo que nunca voy a olvidar: “Aunque no salga elegido, Trump ha despertado al gigante adormecido de la América blanca”. Nadie pensaba que Donald Trump iba a ganar la

presidenci­a, ni siquiera su más grande seguidor.

Pocas semanas después una editorial del diario El País, antes de la elección de noviembre, escribía algo parecido, hablaba de una “herida abierta”, decía que, aunque Trump no se convirtier­a en el próximo presidente de Estados Unidos, la herida de la discrimina­ción y el odio ya era profunda y que sería difícil de cerrar, pero que sería una labor en la que todo un país debía trabajar. Ni William Johnson ni los periodista­s de El País imaginaron lo que ocurriría la noche del martes 8 de noviembre de 2016. Este fin de semana escaló al horror, el diario New York Post lo publicó el lunes con todas sus letras: “Terrorismo antiinmigr­ante”, no se le pudo llamar de otra forma. Un asesino de 21 años manejó 9 horas para ir a la comunidad de El Paso –con 85% de hispanos– y matar uno a uno, a decenas de personas que compraban en el Walmart.

La herida era una amputación de ambas piernas y la América blanca no solo despertó, sino que salió a jugar libre y racista en cada rincón de Estados Unidos, y no sólo eso, el racismo se convirtió en terrorismo. Como lo anoté en una columna hace algunas semanas cuando visité Washington, no encontré una persona que pusiera en duda la reelección de Donald Trump, saben que la economía manda y mientras la cartera esté gorda los cuatro años están asegurados. En realidad, el presidente estadounid­ense poco importa ya, si poco importaba en 2016, ahora el daño ya está hecho. Los discursos repetidos en cadena nacional, las campañas de señalamien­to, la criminaliz­ación de afroameric­anos, hispanos, inmigrante­s, el odio desde la Casa Blanca ha conquistad­o a un país que sometió al miedo a las minorías. Recuerdo nítidament­e la portada del New York Times el día siguiente que ganó sus primeras elecciones Barack Obama, su titular era “Racial barrier falls in heavy turnout” (Cae la barrera racial con una gran participac­ión) qué equivocado­s estaban, 11 años después el racismo se levanta como un muro con el doble de altura. El desconocim­iento lleva al miedo y el miedo es la semilla del racismo, la labor del gobierno mexicano será escalar el mensaje de lo que somos, de lo que significam­os, y eso costará dinero, costará apoyar a la embajada mexicana, llenar de gente valiosa a Washington, ojalá no se quede en el lamento, la reacción del canciller Marcelo Ebrard, ojalá sepa que la batalla en Estados Unidos no se puede combatir con austeridad, porque ya no es una batalla que se queda en las ideas, es una batalla de vida o muerte de nuestros connaciona­les.

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